miércoles, 21 de noviembre de 2018

EL GRANO DE LA JUSTICIA




Recuerdo que en mis tiempos mozos hablábamos de los poderes fácticos que por entonces y para quienes nos ahogábamos en el traje de la dictadura eran la iglesia, la banca y el ejército. Sin embargo, la iglesia, y estoy hablando de la católica, por supuesto, influida por el movimiento posconciliar y por los sentimientos nacionalistas, Tarancón, eran los tiempos Añoveros y el abad de Montserrat, pese a que era la misma que había llevado a Franco bajo palio, comenzó a resituarse en la sociedad y lo hizo para bien, cobijando a quienes se ·organizaban" contra la dictadura. De la banca, qué deciros. Quizá que, como la mierda, siempre flota y que, como en el casino, siempre gana y, si pierde, perdemos todos, porque lo pagamos todos. En cuanto al ejército, los ejércitos, fueron el tiempo y los viajes al extranjero, los idiomas, los que los fueron puliendo para la democracia, pese a que algunos de sus miembros aún estuvieran dispuestos a darnos algún que otro sobresalto que, al final, resultó ser una ducha de fría realidad que actúo como vacuna contra nuevas veleidades golpistas.
Partidos políticos legalizados no teníamos, salvo la falange impuesta, pero ya se encargarían ellos mismos de nacer crecer, confundirnos y enriquecerse. Pero ¿y la Justicia? La justicia bien, gracias. Fueron muy pocos los jueces que se atrevieron, no ya a alzar la voz, sino a decir o hacer algo distinto de lo que se esperaba de ellos. Sería el tiempo quien se encargase de frustrar cualquier sueño sobre la justicia y los jueces nacido al calor de la democracia, dando la razón a quienes repiten resignados esa maldición, nacida de la experiencia, que nos recuerda amenazante: "pleitos tengas y los ganes".
Me recuerdo en la facultad de Veterinaria, uno tiene su pasado, a punto de entrar en un examen de Anatomía para el que no me había preparado, cuando en la cafetería se hizo un silencio extraño y,  después, comenzaron a correr los rumores, entonces no había radio ni televisión que informasen con libertad, hasta que alguien dio sentido al revuelo, contando, de una fuente fiable que, creo recordar, era un familiar de algún compañero que trabajaba en Telefónica, haciéndonos saber que había volado el coche del almirante Carrero, delfín de Franco.
Traigo a cuenta este episodio, porque, al mismo tiempo, se juzgaba a los acusados del proceso 1001, la cúpula de la entonces clandestina Comisiones Obreras, por lo que muchos, fiándonos poco o nada del tribunal que los iba a juzgar, fuimos a los alrededores de lo que hoy es el Supremo, donde tenía entonces su sede el TOP, con Marcelino Camacho, Nicolás Sartorius y sus compañeros encerrados en sus calabozos.
El tiempo paso, Camacho, Sartorius y sus compañeros cumplieron sus panas hasta que se promulgó la ley de amnistía que, por arte de "birli birloque" perdonó sus delitos a los luchadores contra Franco y sus abusos y sus crímenes a quienes, jueces incluidos, sirvieron con saña al franquismo.
Un arte de "birli birloque" que transformó un tribunal especial, como el Tribunal de Orden Público, en otro no menos especial como lo es la Audiencia Nacional, un arte de "birli birloque" que hizo de los jueces franquistas jueces de la democracia, que no siempre demócratas, y, como quien encala los muros de una casa vieja, dejó, sin purgas ni renuncias, a la misma justicia que sirvió a Franco, lista para usar en democracia.
Han pasado cuarenta años desde entonces, pero en el Palacio de Justicia donde sigue teniendo su sede el Supremo, en los armarios donde se cuelgan las togas siguen muchos de los fantasmas del pasado. Es como una maldición, la maldición de las castas, que pesa sobre una institución en la que la cúpula se parece poco o nada a sus bases, repartidas en cada uno de los juzgados desperdigados por España, una maldición que impide que en el palacio de la Plaza de la Villa de París entre al aire fresco que saque a los fantasmas de sus armarios. Una maldición que se apoya en todos esos partidos, dispuestos a repartirse el poder para influir en el gobierno de los jueces, con sanciones y nombramiento poco claros, tan poco claros que permiten sentencias y decisiones como la que mantiene en la calle a los salvajes de "la manada" o revuelca la lógica y la ley en otras como la de las hipotecas.
El Estado está en crisis, no acaba de pasar el sarampión de la decencia, y, ahora, lleno de pus, ha reventado el grano, el absceso, de la Justicia.

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