jueves, 1 de febrero de 2018

PERFECTO DESCONOCIDO


Mucho se ha hablado, se habla y se hablará estos días y los que están por venir de la relación que. en pleno siglo XXI. mantenemos los seres humanos con ese juguetito del diablo que, por suerte o por desgracia, todos llevamos en el bolsillo. Algo nos adelantó el genial Alex de la Iglesia en su última película, esa genialidad filmada por encargo que lleva por título "Perfectos desconocidos".
El martes, sin él haberlo pretendido, a Carles Puigdemont le pusieron a jugar el juego diabólico que da sentido a la película. El martes, mientras permanecía en la soledad de su refugio en Bruselas y sin sospecharlo, los pensamientos más íntimos del ex president fueron exhibidos obscenamente ante los presentes en el acto al que había sido invitado en Lovaina, gracias a la torpeza o quién sabe si a la habilidad, que aún tengo mis dudas, de su conseller Toni Comín, quien, pese a haber sido advertido de que era visible su "conversación", no se tomó la molestia de ocultar el aparato, hasta el punto de que pudo ser grabado un cámara de Tele 5. Curioso, por cierto, este Toni Comín, que ha recorrido todo el arco parlamentario catalán, hasta recalar, cada vez más alto, cada vez más carca del poder, en ERC y en el gobierno de Puigdemont.
Volviendo al juego de la película de Alex de la Iglesia, lo que lo hace atractivo, lo que le da morbo, es ese strip tease de la intimidad a que se someten, dejando sus teléfonos encendidos, sobre la mesa, al alcance de cualquiera de los comensales, participantes en el juego. Gracias a ello, cualquier llamada, cualquier mensaje que llega a cualquiera de los móviles de los participantes, queda a disposición del resto, con lo que los compañeros de mesa descubren a cada llamada, a cada mensaje, que quien se sienta con ellos no es quien creen sino un perfecto desconocido.
Exactamente eso es lo que ha ocurrido con Puigdemont. Un descuido, inocente o no, de Comín ha dejado su alma al descubierto, mostrándonos obscenamente que no es el personaje inflexible, por robustez o terquedad, que imaginábamos. Gracias a la exhibición que Comín hizo de los mensajes de su jefe de filas, hemos descubierto a un hombre cansado y triste, derrotado en su egoísmo, ante el callejón sin salida en el que se ha metido, sin una línea para Cataluña o los catalanes, verdaderas víctimas del "proces", si no es en relación consigo mismo. 
Toda una lección de cinismo, porque, mientras Puigdemont escribía esto a Comín, decepcionado porque Roger Torrent había escapado a su control, su pensamiento público, difundido a través de sendos vídeos grabados para las redes y para el acto de Lovaina, iba en sentido contrario al del que expresaba al ex conseller. Y todo porque, quizá, esté llegando a la conclusión de que política y leyes van por caminos distintos, de que, por más elecciones que gane, por más unanimidad de que se rodee, en algún momento va a quedar desnudo y sin prebendas, frente a las muchas cuentas que tiene abiertas con la justicia, porque el sueño de que le sean perdonadas, de que unas elecciones pongan el contador a cero o que se dé el milagro de permitirle gobernar Cataluña a golpe de tuit, algo que, con la experiencia de estas últimas horas es cuando menos desaconsejable.
No quiero dejar de hablar del debate colateral que se ha abierto en torno a si grabar y difundir los mensajes que ahora están en boca de todos es delito o no. Un debate abierto por el abogado de Comín, dispuesto a llevar a los tribunales a los autores de la grabación y su difusión, que, en mi opinión, no persigue más que lavar la cara y cubrir las espaldas del verdadero culpable de la indiscreción, Comín, puesto de chupa de dómine y bajo la sospecha de haber sido colaborador necesario para el escándalo.
 La trascendencia de lo revelado, que ha creado un punto de inflexión en las estancadas aguas del procés catalán, debería disuadir a cualquiera de presentarse con ello ante un juez, porque siempre se antepondría el interés informativo de lo escrito, frente al derecho a la intimidad de uno y otro interlocutor. De modo que difícilmente un juez atenderá los deseos del abogado del ex conseller, por más que se indigne su abogado.
La enseñanza que nos queda es la de que no siempre, casi nunca, me atrevería a decir, hay que fiarse de lo que un político dice en público, porque, en el fondo y con su móvil sobre la mesa, nos resultaría un perfecto desconocido.


1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Un artículo magistral ...

Saludos