Otra vez. Otra vez este gobierno que no gobierna, este
gobierno que es incapaz de presentar ante el Congreso unos presupuestos que,
sabe, le van a tumbar, este gobierno que cuelga de su cinturón, una tras otra,
las iniciativas legislativas de la oposición, como un cazador cuelga de su
cintura las piezas cobradas, este gobierno que sabe de sobras que la
corrupción le ha arrancado de cuajo la espita de los votos, este
gobierno-avestruz que se esconde tras los plazos y el silencio, este gobierno,
en suma, sabe que su única esperanza es agitar de nuevo los fantasmas de
siempre, el separatismo, la lengua, las banderas y poco más, porque el
terrorismo, de momento, ya no le llega. Por eso, de manera irresponsable a
mi juicio, ahora que lo tiene casi todo perdido, tontea con el fantasma de la
lengua en Cataluña.
Al menos eso es lo que dio a entender ayer, cuando confirmo
estar dispuesto a estudiar la instauración del castellano como lengua vehicular
en la Escuela Catalana, atendiendo a la reivindicación de SCC, Sociedad Civil
Catalana, incluyendo en los impresos de matrícula una casilla en la que los padres
que lo deseen soliciten que la enseñanza de sus hijos se haga en castellano.
Para ello, Rajoy debería forzar la aplicación del artículo
155, introduciendo drásticas modificaciones, para las que, parece, el
famoso artículo de la Constitución no le faculta.
De sobra sabe el gobierno, lo insinuó ayer mismo, que la ley
no le da para tanto, primero, porque iniciativas parecidas han caído en los
tribunales y, segundo, porque gestionar no es legislar, ni siquiera modificar
leyes y reglamentos. Sin embargo, el debate ya se ha abierto y precisamente eso
es lo que el gobierno persigue.
En qué cabeza cabe que un partido que tiene sólo cuatro
diputados de un total de 135, en el Parlamento de Cataluña, pretenda dar la
vuelta por su cuenta y riesgo al calcetín de la enseñanza en Cataluña o que un
gobierno en minoría, incapaz de presentar unos presupuestos para toda la nación
pretenda sacudir Cataluña, atizando fuegos cada vez más en extinción, para
atender una petición que, según las encuestas afecta apenas l uno por ciento de
la población catalana.
La respuesta es muy sencilla: cabe en la cabeza de Rajoy
que, por un lado, necesita que se hable de otras cosas, además de la corrupción
y los errores de su gobierno. al tiempo que necesita reabrir el debate
nacionalista, el "a por ellos", que es lo único que, en los últimos
tiempos, le ha dado algo de oxígeno para sobrevivir. Un debate en el que la
izquierda, especialmente el PSOE, nunca han tenido valor suficiente para
afrontarlo sinceramente y con la pedagogía necesaria. Un debate, simplista y
burdo, en el que el PP se sabe ganador, porque se siente ante los socialistas
como el paciente del chiste que dice al dentista, cogiéndole por "los
bajos", "no iremos a hacernos daño ¿verdad?"
Más aún. El PP sabe perfectamente que este debate volverá a
cohesionar al nacionalismo hoy maltrecho por culpa de la intransigencia de
Puigdemont, pero sabe que, cuanto más fiero parezca el enemigo en Cataluña, más
sonará el "prietas las filas" a su alrededor. Lo he dicho muchas veces,
unos y otros se necesitan porque se retroalimentan y, sobre todo, agitan
mutuamente sus más bajos instintos. Unos y otros como los ciclistas cuando
quieren avanzar más deprisa, hacen la goma tirando uno y otro del grupo,
alternativamente, hasta avistar la meta. Entonces, a la vista de las
elecciones, se rompe la goma y sálvese quien pueda.
1 comentario:
Excelente artículo ...
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