De todo lo que he escuchado a propósito del larguísimo
"procés" de independencia catalán, que sufrimos los españoles,
especialmente los catalanes, sus principales víctimas. lo más sensato lo dijo
hace unos días, ante los micrófonos de la Cadena SER, el diputado de Esquerra
Republicana de Catalunya Joan Tardá. Lo dijo con la naturalidad que suele decir
todo, sin los aspavientos de su vecino de escaño, Gabriel Rufián, y parece que,
como no fue una de esas estridencias, a las que tan acostumbrados nos tienen
los protagonistas de esta tragicomedia, lo que dijo pasó sin pena ni gloria a
pesar de haber dado, quizá, con la clave de lo que está pasando.
Dijo Tardá que quienes, como él, llevan décadas luchando por
la independencia de Cataluña, jamás hubiesen esperado tocarla con la punta de
los dedos como ahora y lo dijo añadiendo que, en cierto modo, la precipitación
de los acontecimientos, la concatenación de circunstancias que en él se han
dado, les había sobrepasado. Yo, en mi fuero interno, agradecí la sinceridad de
tan experimentado luchador, entre otras cosas, porque viene a explicarlo todo o
casi todo.
Parece que hemos olvidado que no hace tanto tiempo los
únicos defensores de la independencia, más allá de grupúsculos radicales, lo
fueron los militantes de Esquerra, porque CiU, la coalición entre el partido
creado a imagen y semejanza de Jordi Pujol y la UDC de Durán i Lleida,
prefirieron siempre jugar al póker con "Madrid", gobernasen la
derecha o los socialistas, para, "negocia que negociaré", vender caro
su apoyo a la minoría mayoritaria de turno a cambio de concesiones y, sobre
todo, del rédito electoral que suponía "poner de rodillas" al
inquilino de La Moncloa. Y todo podía haber seguido siendo igual, de no ser,
porque el 15-M y la precipitación en los tribunales de los escándalos de
corrupción a uno y otro lado del Ebro, sacudieron como un terremoto los mapas
electorales, dando protagonismo a fuerzas hasta entonces minoritarias y dejando
a un personaje como Artur Mas y a su partido a los pies de los caballos de la
justicia, sin otra salida que la que ya empleó con éxito Pujol, cuando acosado
por el escándalo Banca Catalana, se envolvió en la bandera, poniendo en marcha
la máquina del populismo sentimental y nacionalista.
Fue entonces, cuando Mas, que nunca había dado muestras de
serlo, abrazó la fe independentista, convirtiéndose en el instrumento, el
atajo, de los independentistas hacia su meta, haciéndose unos y otros con la
mayoría, nunca absoluta, para conseguirla. es entonces cuando aparece una
fuerza casi marginal, antisistema llegaron a decir, la CUP, que se ofreció para
alcanzarla, a cambio, eso sí, de condiciones draconianas que incluían, la
primera y principal, la renuncia de Artur Mas a presidir la Generalitat, lo que
permitió salir a escena al personaje más estridente de la farsa, Carles
Puigdemont.
El resto ya es Historia: la perversión del reglamento del
Parlament, la aprobación, sin luz ni, mucho menos, taquígrafos, de la ley de
desconexión, primero, y de la independencia después, para hacer el paripé de
suspenderla después y comprometerse de inmediato en una de esas ceremonias a
las que son tan dados, fuera del hemiciclo y sin opositores presentes, a volver
a proclamarla por las bravas. Luego vinieron el referéndum y las torpezas del
ministro del Interior y sus palmeros, el 155 y con él, la cárcel y la fuga para
los dirigentes del procés, las nuevas elecciones y sus resultados calcados para
los soberanistas y un desconcertante crecimiento de la derecha españolista bajo
la marca Ciudadanos y, poco a poco, las disidencias entre ERC y Junts per
Catalunya, construido por Puigdemont, otra vez a su imagen y semejanza y de
espaldas al marginado PDCAT, mientras el president cesado y fugado a Bélgica,
ganador de esas elecciones, condenaba a su pueblo al desgobierno y al 155,
porque con sus excusas de mal pagador prefiere un país "patas arriba"
y en declive a contemplar la posibilidad de ir a prisión, proponiendo
ejercicios absurdos de política ficción que le permitirían tele gobernar
Cataluña desde el napoleónico paraje de Waterloo.
Ahora, a la "tocata y fuga" se ha sumado la
aguerrida Anna Gabriel, que, abusando de la confianza del Supremo, que le dio
una prórroga de una semana para su declaración, se ha fugado a Suiza, paraíso
anticapitalista de todos conocidos, para no afrontar sus posibles
responsabilidades ante la justicia.
Puigdemont y Gabriel, los máximos animadores del procés, los
catalizadores que han propiciado la explosiva reacción que nos ha traído a
donde estamos, los que han pedido una ronda y otra ronda, para que no se
acabara la fiesta, para que siguiese el mambo, han hecho sendos "simpas",
dejando la cuenta y la factura de los destrozos a quienes no tenían su propia
estrategia de defensa y, sobre todo, a la ciudadanía que, antes o después,
tendrá que recoger los escombros y limpiar eso tan desagradable que dejan las
resacas.
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