Lo de la mañana de ayer en la Audiencia Nacional, con un
Francisco Granados más cerca de Kiko Matamoros que de alguien que, en la
Comunidad Autónoma de Madrid, pudo haberse convertido en el hombre que pudo
reinar, aunque sólo fuese en la sombra, ha causado más sensación en el PP y en
el resto de los partidos que en la opinión pública, para la que la capacidad de
asombro ante semejantes especímenes ya no tiene límites. Lo único que quizá ha
causado una cierta sorpresa es el hecho de que Granados revelase de un modo
miserable lo que, probablemente, se conocía de sobras en el entorno del PP
madrileño y la prensa encargada de su seguimiento.
Lo que quizá resulte más extraño es que personajes que se odian
como se odian y se han odiado como parece que se odian los protagonistas de la
declaración de Granados hayan compartido, no hace tanto tiempo, poder, riqueza
y secretos. Lo que extraña es que un personaje tan zafio como parece que lo es
Granados haya enseñado sus flancos más débiles a un tipo tan siniestro como
Ignacio González, rey de los espías y los dosieres, instrumento al parecer
imprescindible para sobrevivir y medrar en esa orgía de poder y otras cosas que
ha sido, si es que ya no lo es, la Comunidad de Madrid.
De la catadura moral de Granados no debía haber dudas. Él
fue el designado para controlar, que no presidir, la comisión que investigó o,
al menos, debió investigar el Tamayazo en la Asamblea de Madrid, esa sospechosa
huida de dos siniestros diputados socialistas que abrió la puerta del gobierno
a Esperanza Aguirre y, con ello, puso en manos del partido el instrumento de
ganar elecciones que ha sido la cada vez más evidente financiación irregular
del partido.
Fue el inicio del tiempo del derroche en esas campañas
electorales increíbles, tanto por su intensidad como por su creatividad, en las
que, de la noche a la mañana, los andenes de las estaciones de Metro se
llenaban de magníficas vallas publicitarias, en respuesta a las que acababa de
estrenar su rival, el PSOE, al tiempo que la propia Comunidad echaba el resto
en sesgada publicidad institucional. Algo escandaloso e indignante que, a la
prensa, reo de los ingresos que suponían esas mismas campañas. no parecía
llamarle la atención.
Sólo de esta manera se explican las sucesivas victorias de
un personaje como la "reina de la charca" en la que, en sus horas
libres, las ranas designadas por Aguirre hacían sus propios negocios a mayor
gloria de su patrimonio y a costa del bienestar de los aturdidos ciudadanos
que, a cambio de irrisorias rebajas de impuestos, dejaban en manos de estos
personajes su futuro y el de sus hijos, apretando en su garganta el nudo
mediante el que son sometidos.
Entre tanta mierda, no encuentro otra palabra, como la que ayer
vertió Francisco Granados ante el juez, la única esperanza es la de que tanta
basura sirva de abono para que, como en los muladares. acabe creciendo con
fuerza la esperanza de que algún día resplandecerá la verdad. Esa y la de haber
escuchado en sede judicial algo tan evidente como que no hay dos pepés, uno
viejo y otro nuevo, porque los dos pepés son el mismo. Quizá por ello las
imágenes de Rajoy ayer le mostraban como un personaje más cerca del pasmo que
de la leyenda que le precede.
La época de los gozos y las sombras ha pasado para el PP,
esa vieja consigna de que las urnas acabarían por absolverles ha pasado. Hoy,
nadie parece sentirse seguro y orgulloso en ese partido abierto en canal y con
todas sus vergüenzas, las de alcoba incluidas, al aire.
1 comentario:
Pandilla de corruptos y sinvergüenzas.
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