Ma pasaba en los ochenta con HB y su entorno y mis
compañeros de entonces lo recordarán: sentía verdadera fascinación, no sin cierto
temor, por la alambicada estrategia y el casi perfecto aparato de propaganda
que, manipulando desde el relato hasta el lenguaje, convertía, y lo hizo
durante décadas, a los verdugos en víctimas. Era un prodigio de comunicación, al
servicio de la extensión de un doloroso conflicto que aún hoy, con cerca de un
millar de víctimas a cuestas, sigue haciendo sufrir y separando a los
vascos.
No quiero decir con esto que la Kale Borroka, ese terrorismo
de baja intensidad que tanto dolor causó en Euskadi, y las movilizaciones del
procés sean la misma cosa, en absoluto. Lo que ocurre es que la exacerbación de
los mensajes y el relato que se dan en Cataluña y se dieron en el País Vasco
van por caminos paralelos. De hecho, parece como si los independentistas
autoexiliados estuvieran siguiendo los pasos y aprovechando la infraestructura
que dejó el aparato que asistió a aquellos huidos a Francia.
Quien más y quien menos nos sorprendimos ayer con la
aparición de Anna Gabriel en Suiza. Lo hizo apenas una semana después de que el
Supremo le hubiese concedido una prórroga de en su comparecencia ante el
juez Llarena que debiera producirse hoy, algo nada habitual en las dictaduras a
las que la dirigente de la CUP trata de asimilar a la España que no comparte
sus postulados y un abuso de confianza de quien ni siquiera quiere explicar por
qué se comportó como lo hizo a lo largo de los meses que duró la última
legislatura del Parlament de Cataluña.
Es eso lo más curioso de todo, que la ex diputada Gabriel no
está acusada de nada de momento y que quienes han comparecido en los días en
que ella estaba convocada, incluida su compañera Mireia Boya, fueron puestos en
libertad, todas sin fianza, salvo la dirigente de Esquerra Marta Rovira, a la
que se le fijó con todas las facilidades una de 60.000 euros.
Cabría pensar que Anna Gabriel ha puesto la venda antes de
la herida o que tiene tan mala conciencia de lo que hizo que espera una seria
condena que no está dispuesta a asumir, algo impropio de quien se supone que
hizo lo que creía que debía hacer y que, por lo tanto, está dispuesto a asumir
hasta el final las consecuencias de sus actos. Sin embargo, cada vez cobra más
fuerza otra explicación para su huida, la de que todo responda a una estrategia
de comunicación, a una premeditada intención de extender las repercusiones del
conflicto y, sobre todo, devolver al primer plano el protagonismo de su alicaído
grupo, la CUP, marginado, con sólo cuatro diputados, de la aritmética
parlamentaria que tan bien manejó en la pasada legislatura.
Lo que ocurre es que todo está inventado, todo se ha hecho
ya alguna vez, las ruedas de prensa y la entrevistas en el exilio no son
novedad. Cualquier movimiento político necesita de héroes y mártires que
extiendan su mensaje y guíen a sus acólitos y la CUP no podía ser una
excepción, aunque en los dos últimos meses los estaba echando en falta. Ahora,
haya o no haya orden de detención, se pida o no la extradición de Anna Gabriel,
lo que está garantizado es que, durante semanas, ella y la CUP van a estar bajo
el foco de la actualidad, algo que, de haber declarado hoy y haber sido puesta
en libertad, como parece que iba a ocurrir no estaría a su alcance.
En fin, estrategia, para seguir en el imaginario de los
votantes independentistas, ahora que el brillo del procés y especialmente el de
las siglas que defiende Gabriel, languidecen. Eso, de puertas adentro, de
puestas afuera, pensando en la rigidez moral de los suizos, nada mejor que cambiar
de imagen, dejando de lado las camisetas y el flequillo de niña mala, para convertirse
en una cándida y dulce profesora universitaria. Ya lo hizo en su día
Bernardette Devlin, cuando se convirtió en la imagen de los católicos de
Irlanda del Norte.
1 comentario:
Ciertamente interesante ...
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