El de ayer fue, al menos para mí, un día duro, muy duro.
Jamás creí que las cosas acabarían como acabaron. Los únicos que estuvieron a
la altura que se esperaba de ellos fueron aquellos que, en Cataluña, acudieron,
ya no sé si a votar o a ponerse en pie ante el atropello de su dignidad por
quienes, desde Madrid o Barcelona han venido jugado con sus sentimientos y sus
derechos todos estos meses.
Yo mismo, que el sábado me fui a la cama confiando en que
algo o alguien pondría sentido común y calma en este torbellino de acciones y
reacciones absurdas, renunciando a celebrar el referéndum o a tratar de
impedirlo por la fuerza. Pero no fue así y, cuando a las ocho da la mañana
encendí la radio, primero, y, después, el televisor, sentí vergüenza y una
enorme frustración por no poder hacer nada, por no estar en Barcelona, para
echarme a la calle y colocarme junto a todos esos ciudadanos que, más allá de
votar una independencia hoy por hoy insostenible, si no inviable.
esas imágenes, que fueron creciendo en violencia y
temperatura conforme avanzaban las horas, eran las que unos y otros buscaban
desde el principio. Las buscaban quienes llaman españoles o súbditos a quienes
no comulgan con su pensamiento y aspiraciones y las buscaban quienes desde el
resto del país hablan de "los catalanes" como un bloque monolítico de
gentes altivas e insolidarias a las que, no podemos negarlo, desprecian.
Junts p'el Sí y la CUP, pero más aún la ANC y Òmnium
Cultural, eran conscientes de que su aventura iba a ser imposible sin el apoyo
y el reconocimiento internacional, del que, por más que fabulasen, el mismo
sábado carecían. Por eso, cuando a la burguesía catalana encarnada por el PDCat
comenzaron a temblarle las rodillas ante la perspectiva de una Cataluña aislada
en Europa, cuando le asaltaban las dudas sobre la conveniencia de proclamar la
independencia por las bravas, forzaron al máximo las cosas, poniendo en
movimiento la poderosa maquinaria de ambas organizaciones, tan poderosas en
medios humanos y materiales, para movilizar a la calle, siguiendo un
inteligente plan, con una logística que para sí hubiese querido el Ministerio
del Interior, que se mostró zafio, torpe y, sobre todo, falto de toda la
inteligencia necesaria, de la una y de la otra, para no haberse dejado atrapar
en el lazo que estaban tendiendo ante sus narices.
Y es que, a Interior, a Moncloa, les han faltado en Cataluña
la mirada y la capacidad de recoger sin prejuicios en las calles de
Cataluña los dato que le permitiesen prever lo que podía ocurrir y acabó ocurriendo
ayer. Nadie podía despreciar, pero alguien lo hizo, el dato de que diez mil
policías no podrían contener durante horas el deseo ahogado tantos años de ser
escuchado sobre el lugar que quieren que Cataluña ocupe en o frente a España.
Pero no nos engañemos, el daño que han hecho las
intervenciones policiales o la falta de ellas, no hay que olvidar la huelga de
celo. de los mossos o sus mandos, no a la convivencia en Cataluña, sino a la
imagen de España en el mundo, estaba perfectamente calculado. A unos y a otros,
a los partidos del soberanismo y al PP lo que les interesaba es esto: la
vergonzosa debacle sistémica de ayer. A unos, Puigdemont y los suyos, porque
las cargas policiales frente a las calles llenas de gente deseosa de expresarse
le han dado el pasaporte internacional que años de penetración "diplomática"
no le han dado, y, a los otros, una demostración de ese
"porcojonismo" celtibérico que tanto parece gustar a los votantes del
PP. Me niego a pensar que unos y otros no estuviesen calculando ayer lo que
finalmente iba a ocurrir. Lo sabían. Pero unos y otros necesitaban la foto, esa
foto que, antes al menos, los novios se intercambiaban. Dejemos para otro día hablar de quienes tomaron la foto e iluminaron la escena y de cómo la verborrea inabarcable de las televisiones, la simplificación del lenguaje y las ideas y ese vicio de no ponderar lo que se ensaña, buscando sólo audiencia, han contribuido a alimentar el monstruo que ayer desataron unos y otros.
Puigdemont necesitaba su foto y Rajoy, para ganar otra
vez las elecciones, en una España troceada, sin Cataluña y Euskadi, que siempre
ha dado por perdidas, necesita la suya, la de sus santos cojones. Unos y otro,
como novios que se necesitan, ya las tienen y las tienen dedicadas. Sólo cabe esperar que
esas fotos amarilleen pronto o las borre el tiempo en un descuido.
1 comentario:
Ciertamente ya tienen la foto ...
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