Desde que era un crío he escuchado esa gran verdad que he
hecho mía de que "la cara es el espejo del alma". De ser cierta, que
sin duda lo es. bastaría con ver las caras de los tres grandes protagonistas de
esta aventura que no acabó, como profetizaban, en un choque de trenes, sino que
ha terminado en el descarrilamiento de uno de los convoyes, el que en manos de
un maquinista y unos fogoneros más que imprudentes ha dado con sus hierros
y sus tablas en el talud de la Historia.
Que quede constancia de que no me alegra este final. No por
ellos, que, a sabiendas o no de lo que estaban haciendo, han tenido sobradas
ocasiones de accionar los frenos, sino por el pasaje, por toda esa gente
ilusionada por un sueño del que siempre le escondieron la cara B, la cara
triste y dolorosa de lo que nunca podría ser. Que quede también constancia de
que admiro y respeto todo lo que hace diferente y mejor a Cataluña, como
respeto lo que hace diferente y mejor a Euskadi o a cualquiera de las
comunidades que algún día, cuando los "patriotas" de uno y otro signo
dejen de utilizarlas como parapeto y refugio de sus miserias, formarán parte de
la federación hermanada e igualitaria en que merecen y necesitan integrarse.
Que quede constancia de que entre mis discos y mis libros
los hay en lengua catalana, porque sería idiota y miserable renunciar a las
canciones de Llach, a los poemas de Margarita, Maragall, Espriu, Gimferrer o
Brossa, que comparten con las novelas de Marsé, Mendoza, Vázquez Montalbán, los
cuentos de Monzó o los delicados artefactos literarios de Perucho o las
películas de Isabel Coixet o las de Ventura Pons, que ocupan todos ellos lugar
destacado en mis estanterías.
Por todo ello me ha dolido el disparate pasado de
revoluciones, de vueltas, en que hemos vivido en estas semanas tan frenéticas
como surrealistas. Por eso me deprimió tanto como a ellos y me refiero a
Puigdemont y Junqueras, también a Anna Gabriel, insatisfechos por la falta de
consistencia de su logro, esa cosa del viernes que nunca sabremos, quizá más
adelante en los tribunales, si fue carne o pescado, proclamación, declaración o
qué que votaron setenta diputados anónimos, escondidos tras sus
papeletas dobladas, nada orgullosos de lo que hacían.
Han sido semanas de jugar al gato y al ratón desde la Plata
de Sant Jaume y desde el Palacio de la Moncloa, han sido meses de jugar al
escondite, meses en los que casi todos han estado jugando a la ambigüedad, más
que calculada, calculadora, a la espera de recoger no sé qué frutos,
miserablemente, convirtiéndose, lo digo por Podemos y Ada Colau, en bastón y
coartada del independentismo más irracionalm sin caer en la cuenta de que no se puede mentir a todo el mundo al mismo tiempo ni, mucho menos, contentar a todos a la ves. Y ahí los tenemos enredados en su propia ambigüedad y a punto de caer estrepitosamente.
Ahora que la fiesta ha terminado, viene la resaca. Ahora,
desmayada la euforia, echado el resto en la calle y en el Parlament secuestrado
por quienes representan a menos de la mitad de los catalanes, es cuando llega
la resaca, el dolor de sienes, el fuego en el estómago y la búsqueda de la
oscuridad, la gran aliada de quien no quiere ni puede asumir la responsabilidad
de todo lo que ha bebido, de todo lo que se ha "metido" y ha hecho
"meterse" a quienes les han seguido.
Dicen que, para salir de ésta, lo dice Javier Cercas,
especialista en bucear en el alma humana, los independentistas necesitan un
traidor. Puigdemont no quiso serlo, cuando renuncio a convocar las elecciones
como ya había acordado con los mediadores en la crisis. Junqueras, tan cobarde
como parece, tampoco. Por eso, a sabiendas de que están cesados, a sabiendas de
que sus actos tienen tan poca validez y consistencia como todo lo que han hecho
mientras corrían al precipicio, no tienen ni tendrán validez alguna.
Sin embargo, ahí los tenemos con su juego, haciéndose selfis
en los despachos que ya no son sus despachos, como quienes combaten la resaca con
vodka o con cerveza, buscando una descompresión difícil una vez que han deshecho
entre sus manos los sueños de tanta gente.
1 comentario:
Muy bueno ...
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