Que el Partido Popular se esfuerza en disfrazar la verdad o
en disimular torpemente sus "pecados", como haría un colegial, que
viene a ser lo mismo, no es ningún secreto. El lunes, el presidente de Murcia
se descolgó con eso de que acudiría ante el juez para aclarar el feo asunto,
añado yo, del auditorio de Puerto Lumbreras, como si aclarar y declarar fuesen
sinónimos, como si el amor o los bienes pudiesen aclararse en vez de
declararse. Ayer, los encargados de tratar de confundirnos con sus consignas de
argumentario fueron Rafael Hernando, perfectamente coordinado con el
coordinador Fernando Martínez Maillo, repitiendo casi al unísono que "no
es lo mismo meter la mano que la pata", como si las acusaciones que pesan
sobre Pedro Antonio Sánchez y otros como él fuesen simples errores y no las
trampas a que nos tienen acostumbrados.
No es de recibo que pretendan hacernos creer que un alcalde,
ministro o presidente de comunidad no sepan que hacen con el dinero de los
contribuyentes ni, mucho menos, que no se rodeen de todo un ejército asesores
que les indiquen qué pueden hacer, qué no y cómo. Pero, aun dando por buena la
falta de malicia de los responsables de estos asuntos que acaban en los
tribunales -yo tiendo ponerla en duda- lo que no estoy dispuesto a admitir es
que los deslices de los políticos acaben por no tener consecuencias.
Esas decisiones, aunque sean simples errores sin mala
intención, especialmente si tienen que ver con la caja, acaban repercutiendo en
el bienestar de los ciudadanos, en su salud, en su educación o la de sus hijos,
en su seguridad y en la asistencia que se debe a sus mayores. Así, por ejemplo,
no puedo creer que un ciudadano de Puerto Lumbreras prefiera un auditorio
municipal, pagado por encima de su coste y cerrado porque fue entregado por la
constructora y recibido por el alcalde sin terminar, s disponer de aulas y
profesorado para sus hijos o parques y residencias para sus mayores.
No. En estos asuntos no hay errores inocentes. Cuando se
opta por la oferta más cara, por una oferta inverosímil o por recibir unas
obras apresuradas, en las que lo único que parece importar es llegar a tiempo y
cortar cintas o descubrir placas antes de las elecciones.
No puedo creer, por ejemplo, que el ministro de Fomento
socialista José Blanco ola Xunta de Galicia sean inocentes y se vayan de
rositas después de un accidente ferroviario, el del Alvia en Androis, con
decenas de víctimas mortales, un accidente evitable si el tren y la vía
hubiesen sido compatibles y las medidas de seguridad las precisas. Pero no.
Había que cortar una cinta y llevar la alta velocidad o casi a Galicia antes de
las elecciones.
Lo mismo que ocurrió con el tenebroso viaje del Yak 42, un
avión inaceptable para traer a nuestros soldados a casa, viejo, mal mantenido,
en manos de una tripulación agotada, cuyo único mérito fue el de ser el más
barato y permitir a unos cuantos militares corruptos lucrarse, bajo la mirada
no sé si cómplice de un ministro sin escrúpulos ni sentimientos.
Son sólo dos ejemplos, quizá los más descarnados, de que, en
ocasiones, meter la pata puede ser tanto o más grave, casi criminal, que meter
la mano en la caja, porque hay muchas maneras de lucrarse, no sólo llevándose
la pasta, también deslumbrando a los vecinos con un auditorio caro e inútil,
con un tren sin las medidas de seguridad exigibles o con un avión asesino. En
ocasiones, sobre todo cuando el que lo hace ha sido elegido para gestionar lo
de todos, meter la pata en asuntos de pasta puede llegar a ser más grave que
meter la mano en la caja, pese a lo que diga el pulcro Albert Rivera, autor al
parecer de la frase prestada al PP.
1 comentario:
Un excelente artículo...
Saludos
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