Algún día, cuando ya no nos duela, quienes creímos y aún
creemos en ellos nos atreveremos a contar y a contarnos la historia de lo que
pudo haber sido y finalmente no está siendo Podemos. Hoy, a dos semanas de que
la formación que ya no es, o al menos eso parece, sólo de Pablo Iglesias,
después de Vistalegre 2, su congreso, habrá decidido qué quiere ser de mayor y
sus votantes podremos saber si quiere ser una formación caudillista, en la que
el secretario general juega a ser "el rey de la montaña", despeñando
a todo el que perturbe su ejercicio del poder en soledad y de arriba abajo o
si, por contra, ese poder se abre a distintas opiniones y a estrategias que
saquen a la única esperanza que le queda a la izquierda transformadora de ese
ensimismamiento, ese ombliguismo, que le impide entender que no puede conseguir
sus objetivos en solitario, que no cabe el todo o nada, que sólo se puede
hacer política desde el diálogo y que la revolución desde la calle que
alguno puede estar soñando ya no cabe en este país.
Entiendo que, tras el éxito de las movilizaciones del 15-M,
que por cierto no fueron sólo suyas, y de la oportuna canalización del evidente
descontento que revelaban, en aquellas elecciones europeas que les otorgaron
carta de naturaleza para quienes entonces no estábamos en su pomada, Podemos se
vio con fuerzas para asaltar los cielos haciendo escala en el Parlamento. Y a
punto estuvo de conseguirlo, porque aquellos primeros resultados en unas generales
fueron los mejores que podía imaginar y que, no sé si por desgracia,
difícilmente podrán repetirse. Pero la personalidad de quien no ve más allá de
su espejo, o sea, de sí mismo, no casa bien con las concesiones ni con el
difícil arte de la negociación. Y es que hay quien se mueve muy bien en la
clandestinidad, en la guerrilla que se nutre del golpe de mano y la sorpresa,
del efectismo dialéctico oportunamente alentado desde los debates televisivos
en los que no hay nada que perder, ni que ocultar, y sí mucho que ganar.
Sin embargo, la realidad del día a día es tozuda y muy
distinta, porque, como nos enseña el refranero, no es lo mismo predicar que dar
trigo y, si, además, la mayor parte del trabajo parlamentario se hace al margen
de los focos, lejos de la brillantez de los plenos, en tediosas comisiones y
negociaciones no menos oscuras y aburridas que, difícilmente, saltan a las
primeras de la prensa o las cabeceras de los telediarios.
Es entonces cuando el universo se encoge y los "hombres
de acción" se sienten atrapados y les llega la necesidad de llevar sus
inquietudes de nuevo a la calle, donde basta con predicar y no es preciso
negociar ni dar trigo, algo que, por más que Iglesias diga lo contrario, sería
incoherente, cuando no incompatible con el ejercicio de la vida parlamentaria.
Y no me refiero al trabajo en la calle, en los barrios, en los círculos o en
las agrupaciones, siempre necesario sino a esas demostraciones de fuerza tan
añoradas, tan dignas de titulares como poco eficaces si la fuerza no se
canaliza en el parlamento.
De aquí a dos semanas, las visiones de Iglesias y Errejón,
más partidario de la apertura de Podemos y del trabajo parlamentario, se van a
medir en Vistalegre, en un proceso precipitado y confuso, creado y modificado a
imagen y semejanza de Iglesias, que, aun así, dudando de sus ideas o de sus
seguidores más íntimos, ha decidido poner su cara de caudillo al frente de su
lista, para no perder el control que quiere absoluto, del consejo, el
parlamento, de la organización.
Otra vez, Iglesias se apunta al todo o nada o, mejor dicho, al
yo o nadie. En dos semanas sabremos si es su opción la que triunfa o si lo hace
la, a mi modo de ver, más sensata y constructiva de Errejón. Para entonces esta guerra fratricida ya se habrá cobrado la paciencia y la ilusión de dos figuras tan señeras como las de Carolina Bescaansa y Nacho Álvarez, cansados de tan costoso enfrentamiento. En cualquier caso,
gane quien gane, se produzca o no ruptura, aquel Podemos ilusionante se habrá
dejado muchos pelos en la gatera de esta que es algo más que una guerra de
egos.
1 comentario:
"No preguntemos si estamos plenamente de acuerdo, sino tan sólo si marchamos por el mismo camino"...
(Goethe)
Saludos
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