Los guionistas de Hollywood que tan acostumbrados nos tienen
a sus inverosímiles historias no hubiesen sido capaces de imaginar para su país
a un presidente tan caótico y nefasto, un presidente que, si pudiese ser tomado
a broma, sólo sería capaz de interpretar el histriónico Rowan Atkinson que
encarna en la pantalla Mr. Bean.
De todas las definiciones que de él se han hecho la que
quizá le sienta como un traje, un traje bien cortado y no como los suyos, por
cierto, es la de "niño malcriado", una especie de Macaulay Culkin de
setenta años, poco acostumbrado a recibir noes como respuesta, un tanto
paranoico, empeñado en interpretar ese papel de supe jefe especializado en
despedir gente que los guionistas de la televisión diseñaron para él.
Trump ha entrado en la Casa Blanca como elefante en
cacharrería y ha acabado en unas semanas con las esperanzas de quien pensaban
que el cargo se impondría al personaje, demostrando que, en su cerebro apenas
cabe algo más que su yo y los asuntos de sus hijos y sus negocios. Las que, desde
luego, no le caben son las reglas del juego de la diplomacia y la discreción.
En él, todo son aspavientos y, en sus manos, el smartphone es yanto o más
peligroso que el maletín de los códigos para las armas nucleares, porque, con
sólo los ciento cuarenta caracteres de su tuiter, es capaz de echar abajo horas
y horas de negociaciones y años de buenas relaciones.
Está claro que sólo atiende a quienes cree sus amigos y que,
como todos los ególatras, se comporta como lo que son, personajes
inseguros e inestables, capaces de decir una cosa y la contraria en un abrir y
cerrar de ojos, mostrando eso sí una firmeza aparente que nada tiene que ver
con la de quien tiene todos los datos y una opinión.
Ayer, al sol de una terraza en el barrio de La Latina, mi
amigo Chema Patiño mostraba su extrañeza por lo poco que parecen preocuparen
España este personaje y sus hazañas y, bien mirado, tiene razón, porque si no
cambia de actitud o se le pone remedio a su caprichos actitud, son muchas las
cosas que estarán en juego y no sé si para bien o para mal, cosas que van desde
la Unión Europea a la OTAN tal y como las conocemos y cuya desaparición o
transformación llenarían de gozo al maliciosamente inteligente Vladimir Putin,
amiguito del alma del estrambótico Trump, del que se fía más que de sus
servicios de inteligencia.
Mal asunto, porque, acunado por las promesas del líder ruso
o del indeseable Netanyahu, Trump está poniendo patas arriba y en peligro todo
el sistema de equilibrios en el que hemos aprendido a vivir, un sistema que no
defiendo en absoluto, porque nos ha llevado a esas guerras enquistadas que
tanto dolor han traído aquí y allí. Mal asunto fuera de los Estrados Unidos y
dentro, porque azuzar y enrabietar al gigante chino puede traer consecuencias,
siempre malas, para los estadounidenses y para el resto del mundo, ya que en
manos de China está gran parte de la deuda de Estados Unidos y todos sabemos
que un estornudo allá es un catarro para el resto del mundo, al menos de ese
mundo que llamamos occidental.
Lo de Trump es demasiado peligroso. Ya nadie duda que su principal
ariete contra Hilary Clinton, los famosos correos electrónicos fueron puestos
en sus manos por la inteligencia rusa, con la que, por cierto, mantienen, al
parecer, muy buenas relaciones los asesores del exótico presidente. Ya nadie
duda de ello y tampoco las agencias de inteligencia, de las que se dice que
tienen pruebas de las más que buenas relaciones entre Moscú y los asesores
presidenciales. Nadie duda, hasta el punto de que estas agencias estarían
reservándose determinadas informaciones que no llegarían al presidente por el
elevado riesgo de que acabasen en manos rusas.
De por medio hay demasiados intereses en el equipo de Trump,
que ha entregado la Secretaría de Estado a un empresario del sector del
petróleo, inspirador de la política exterior y de Defensa de los Estados Unidos
en las últimas administraciones republicanas. Sin embargo, lo de ahora es
demasiado burdo, tan tosco que no sería de extrañar que el propio partido que
no lo quiso, pero tragó con él decida acabar con su presidencia, bien por el
procedimiento del impeachment. puesto ya en práctica con Nixon, o por otros más
expeditivos, como se sospecha que ocurrió con Kennedy. Lo que ya nadie con dos
dedos de frente duda es que Trump está sobrando.
1 comentario:
Interesante reflexión...
Publicar un comentario