viernes, 4 de noviembre de 2016

Y SIGO CON LOS PISOS

Un día después de conocer la información difundida ayer por la Cadena SER sigo sin salir de mi asombro por la trascendencia que se ha dado a una operación de compra venta de una vivienda de promoción pública que fue vendida legalmente por su propietario, entre otras cosas, porque la inefable Esperanza Aguirre cambió la ley para que esas operaciones, prohibidas hasta ese momento, fuesen desde entonces posibles.
El digital EL CONFIDENCIAL, de que he tomado prestada la foto que ilustra esta entrada, se ha tomado la molestia de contactar con el comprador de la vivienda que fue de Ramón Espinar y no deja lugar a la duda al afirmar, categórico, que él hubiera hecho lo mismo. Él y todos los demás, me atrevo a decir yo, porque todo el que ha podido se ha aprovechado siempre de las ventajas que pone a su disposición un mercado desregularizado que convierte en una merienda de lobos asuntos tan serios y tan prioritarios como lo es el derecho a una vivienda digna que está recogido, no lo olvidemos en la misma Constitución que tanto dicen defender algunos.
Nadie investiga, por ejemplo, todas esas viviendas que tienen en propiedad y alquilan a precios de mercado, es decir, carísimas y sometiendo a un estricto juicio moral a los aspirantes a inquilinos, todas esas órdenes religiosas que más que interesadamente cuidan de ancianas y ancianos solos y enfermos que, a cambio de esos cuidados, hacen testamento en favor de esas órdenes que acaban acaparando manzanas, si no barrios y ciudades enteras. Para comprobarlo, no hay más que buscar piso en algunas zonas de Madrid, Cuenca o Toledo, sin ir más lejos.
Pero eso no es escandaloso, no. Lo escandaloso es que un senador de Podemos consiguiese hace unos años un piso de promoción pública, diese la entrada correspondiente y lo vendiese cuando no se vio capaz de pagarlo o, simplemente, de vivir en él, cuando renunció a ese proyecto de vida que tanto escandalizó ayer a Soledad Gallego Díaz, superviviente del ERE de EL PAÍS y solista destacada de la orquesta mediática que ayer tocó para Espinar la pieza compuesta en exclusiva para él. Escandaloso, porque lo que se empeñan en "vendernos" es que la gente de Podemos tiene que ser sucia y pobre, que su lugar está entre los "okupas" y no en las buenas familias, aunque, como en el caso de Espinar, haya en ellas un padre de moral distraída y amante de las tarjetas black y de lo ajeno, cuyos pecados, en un verdadero alarde de determinismo genético, parecen empeñados en hacérselos pagar también.
Cuánto daría en este punto por saber cómo y cuándo se hicieron con el piso en el que viven o viven sus hijos todos y cada uno de los diputados, senadores, concejales o cargos de partido que tanto y tan rápido han hablado del "negocio" que Espnar hizo con "su" vivienda. Estoy seguro de que a más de uno le entrarían sudores fríos, le temblaría la voz y enrojecerían de vergüenza, pero, claro, ellos son casta de la buena, de la de toda la vida, no de la de ahora, con sus greñas y sus mochilas. Pisos de esos que se heredan o se compran a buen precio, después de dejar, con aviesas y ensayadas estrategias policiales, que la prostitución o el tráfico de drogas pudran barrios enteros, para hacer que los vecinos de toda la vida huyan espantados, vendiendo barato y, una vez en su poder, expulsar de ellos a las malas hierbas para reformar y vivir o vender en un barrio ahora con encanto.
Eso no genera escándalo, como no lo generaba con la intensidad suficiente la venta de casi dos mil viviendas sociales a fondos buitres por el Ayuntamiento de Ana Botella, que hoy, por fin, parece haber interesado a la fiscalía y al Tribunal de Cuentas. Tampoco se habla de cómo se concedieron hipotecas, a Ramón Espinar o a mí mismo, sin otra garantía que la de los bienes de la familia, que, por desgracia, en muchas ocasiones los pierde. Ni de lo moralmente reprobable que es hacerse en una subasta con el piso de alguien que lo ha perdido por esta u otras circunstancias. No, de eso no se habla, eso no vale la tinta o la saliva que se emplearía en explicarlo. Y no lo vale, porque no beneficiaría a ninguno de los interese creados que revolotean sobre los medios, sino todo lo contrario.
Para mi desgracia conozco demasiado bien cómo se cocinan, valoran, imponen y difunden algunas informaciones. Aun así, la forma en que se ha contado este asunto, la artillería que se ha desplegado contra su involuntario protagonista ha superado todas mis expectativas. Por eso, muy a mi pesar, he seguido con los pisos.