jueves, 10 de noviembre de 2016

UNA LECCIÓN PARA TODOS


Soy de los que anticipan el daño y sufren, pero, después, una vez que el mal me alcanza, trato, unas veces con más fortuna que otras, de mirar en positivo y buscar la mejor salida. Por eso creo que lo de ayer, la victoria de Trump, puede ser un punto de inflexión, a partir del cual corrijamos tantos y tantos errores como hemos cometido.
El primero, el de creer que todo el que vota lo hace responsablemente. Ojo, no estoy diciendo que no todo el mundo tenga derecho al voto. Nada más lejos de mi pensamiento que esa barbaridad. Lo que estoy diciendo es que hay mucha gente, demasiada, que piensa que, votando, en poco o en nada va a cambiar su, por lo general, mala situación y, por ello, se echa al monte votando lo que más le duele a quien le ha dejado tirado en la cuneta del paro, de la pobreza o el abandono.
La segunda gran lección es la de que no hay enemigo pequeño que no pueda derrotar al sistema a eso que llamamos el establishment, y más ahora que lleva años ebrio de soberbia, confundiendo tener con poder, controlando la información en televisiones, radios y periódicos, sin caer en la cuenta de que el modo en que la gente, la mayoría de la gente, es muy distinto y tiene mucho más que ver con el boca a boca que con sesudos y sesgados editoriales o con alambicadas declaraciones.
Por desgracia y después de un terrible proceso de degradación de la prensa, la gente y me refiero a la mayoría de la gente, no a la que lee periódicos y blogs, es más de viruta que de serrín. Hasta el punto de que pueden ser más eficaces, y por lo general lo son, un tuit o un meme que la más reflexiva de las sesudas opiniones que aparecen en las páginas editoriales de los diarios.
Una y otra no son más que la consecuencia del olvido en que, para los poderosos -medios, partidos o grandes empresarios- ha caído la gente. Y es que, para ellos, los ciudadanos han dejado de ser un fin en sí mismos, para pasar a ser clientes, usuarios o, simplemente, votantes de un día. Por eso no estaría de más que todos esos dirigentes de partidos que aquí, en España, sólo se acuerdan de los ciudadanos cuando necesitan sus votos para convertirlos en escaños e influencia, cayesen en la cuenta de que, así, les han ido alejando de las urnas y de la democracia y en la de que, con esa huida, el electorado que, los que saben hacerlo, tienen que manipular es mucho menor y que, por tanto, les resulta más fácil conseguirlo.
Y esa es otra, con el tiempo y la experiencia, las legiones de asesores ya saben a quién tienen que dirigir sus mensajes y cuáles deben ser estos. En eso, Trump ha dado sopas con ondas al equipo de Hilary Clinton. Ha sabido donde colocar su mensaje y de quien valerse para hacerlo, porque les ha dado el revolcón a los demócratas en estados tradicionalmente seguros para ellos y valiéndose de los veteranos de guerra, empujados con apenas veinte años, a sostener guerras imposibles y convertidos, de vuelta a casa, en los grandes olvidados del sistema.
Si os fijáis, todo viene del olvido, del desapego de las élites por los de abajo. Todo arranca en ese momento en el que los partidos, la prensa y las grandes empresas se descubrieron y decidieron que lo suyo debía dejar de ser amor entre dos, con los lectores, los electores o los clientes, para pasar a ser un egoísta ménage à trois, en el que los paganos, los abusados, somos los de siempre.
Y, cómo no, espero que alguien entienda que eso que llaman populismo no es más que rabia, rabia y desesperanza, orfandad respecto de quienes deberían cuidar de nosotros, que, para bien o para mal, nos arroja en brazos de quienes conocen nuestras quejas, nos prometen remediarlas y, como no los conocemos, se llevan nuestro voto, como en una lotería, porque de los otros, de los de siempre, ya no nos fiamos, porque nos han decepcionado más de una vez.
Y los líderes de ese populismo nacen en gran medida del caso que los medios de comunicación, especialmente las televisiones, hacen a los monstruos, a lo estridente, al ruido, al friquismo. Y nosotros somos, a la vez, víctimas y cómplices, porque, sin nuestro asentimiento, activo o pasivo, por accióu omisión, crecen y crecen hasta que se creen fuertes para dar el salto a la política, aprovechado la hipnosis en que tienen sumida a gran parte del país. Y no vale quejarse cuando gana Trump. Ya es tarde, ya está hecho el mal. Había que haberlo parado antes, denunciar esas todas esas gracias, todos esos insultos y exabruptos, en lugar de reírselos o llamar la atención de nuestros amigos sobre ellos como si de un divertimento se tratara.
Para tranquilidad del capital, Trump no va a ser un Atila que ponga todo patas arriba. En absoluto lo va a ser, porque el histriónico y agresivo candidato llevaba un disfraz con el que engatusar a quienes dieron sus cinco dólares para su campaña, pera mostrarse ahora como lo que es, el colega de quienes pusieron cientos de miles, si no millones, de dólares en su hucha para llevarle a la Casa Blanca y, allí, defender sus intereses, que no son otros que los del cracking, las grandes constructoras, las codiciosas farmacéuticas y, me temo, las industrias armamentísticas,
No va a haber apocalipsis Trump. No hay más que ver la reacción de las bolsas de aquí y de allá. No hay más que ver la curiosa reacción de la televisión china, que en el telediario de tarde de su emisión en español llevaba la victoria de Trump como tercera noticia. En fin, nos queda mucho que aprender y lo de ayer no fue más que una lección más para todos.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Es técnicamente imposible un apocalipsis Trump...

Saludos