martes, 15 de noviembre de 2016

UN JUGUETE ROTO


La cobardía es un pecado al que los que lo practican llaman prudencia, un pecado muy extendido en la política, donde la inacción calculada, esa actitud de esperar a que el cadáver de tu enemigo por tu puerta, constituye, para algunos, el principal y casi único mandamiento de su religión. Sin embargo, en ese mundo de ambiciones y traiciones también abundan quienes prefieren ser actores, aunque desempeñando su papel a escondidas, mandando por delante a sus fieles mercenarios, si es que un mercenario puede serlo, para que, en caso de desastre sean ellos los que se dejen la piel y el prestigio en el empeño.
Estoy hablando, claro, de Susana Díaz, reaparecida ayer para todos en territorio amigo, en el "Al rojo vivo" de su cuñado mediático Antonio García Ferreras, y estoy hablando de esa prudencia suya, que no es más  enorme cobardía, porque me diréis si no que es eso de dinamitar su partido, ponerlo patas arriba, para, luego, quedarse en la retaguardia, dejando que se quemen en el intento esos barones que se sumaron a su conspiración, pero que, a la hora de la verdad, tampoco asumen la responsabilidad de los destrozos del desaguisado. 
De momento, los marrones que le corresponderían a ella, se los está "comiendo" Javier Fernández, el presidente la gestora que sustituyó a la ejecutiva del desaparecido en combate Pedro Sánchez, al que ya le lluevan las críticas de los compañeros elegidos junto a él para pilotar el partido hasta un nuevo congreso del partido.
Con lo que no contaba la señora Díaz, encapsulada en un partido, el PSOE de Andalucía, en el que, desde aquellos temporales del guerrismo, el espíritu crítico brilla por su ausencia, y la calma chicha del “sí a todo" lo que diga o haga la presidenta, lo que no esperaba, quizá porque nunca se paró a pensar que Andalucía no es el resto de España y viceversa, es que la voladura de Ferraz le iba a pasar factura.
Y se la ha pasado, porque nadar u guardar la ropa puede ser una buena actitud, pero, cuando se nada y se patalea en aguas tan fangosas como las de su partido, la agitación remueve el fondo y salen a la luz todos los demonios escondidos que dormitaban en el fango y se hace muy difícil llegar a la orilla que se había soñado. Por eso, la imagen de quien se creyó, porque así se lo hicieron creer, que el camino a Ferraz, primero, y, luego, a la Moncloa iba a ser de rosas, se está deteriorando a ojos vista. Tanto que ya le están perdiendo el respeto hasta en su amada Sevilla, donde ya presionan para que, cuanto antes, el PSOE convoque el congreso que defina su alma y su futuro.
Pero no sólo en Sevilla y en su partido, también entre los ciudadanos de a pie del resto de España, los que no tienen carné socialista, se les hace muy difícil, si no imposible, imaginarse dando su voto a tan enrevesado personaje. Por eso se empeña en retrasar ese congreso, en aburrir a los militantes y a los simpatizantes en sesudas discusiones, mientras encuentra el momento oportuno para dar el salto a la secretaría general o encontrar a otro Pedro Sánchez "que no valga, pero le valga" para que se queme, mientras ella sigue mangoneando ese juguete roto en que ha convertido su partido. Ese juguete que los niños egoístas no quisieron compartir cuando son nuevos, pero que, una vez roto, "colocan"  a otro niño, mientras se hacen con otro juguete que romper. Y, e tanto, como decía esta Mañana Manuel Jabois, Rajoy se frota las manos porque, hoy por hoy, criticamos más al PSOE que a su corrupto partido.