Me despierto con el resultado de una encuesta, el
Observatorio de la Cadena SER, una encuesta cuyos resultados dicen que, de
celebrarse hoy elecciones, el PP sigue ganando votos, un tres por ciento más, y
ganaría las elecciones con una mayoría aún más cómoda. Lo que toca de inmediato
es echarse a temblar, porque, con esa tendencia, a nadie se le escapa, a nadie
se le debería escapar, el hecho de que al PP sólo le queda esperar que se
cumpla el plazo de tres meses que ha de transcurrir para poder convocar unas
nuevas elecciones.
Mientras voy dándole vueltas a ese temor, comienzo a
preguntarme, por ejemplo, qué puede llevar a una mujer a votar a un partido que
ampara y promociona a personajes como el alcalde de Alcorcón, David Pérez, capaz de insultar de una tacada a todas las
mujeres, llamando rancias y amargadas a las feministas que llevan décadas
luchando por algo tan incontestable como la igualdad de las mujeres en todos
los ámbitos que comparten o deberían compartir con los hombres, a esas mujeres
que, como le escuche decir hace una semana a Nativel Preciado, fueron
perseguidas y ridiculizadas desde hace más de un siglo, para que otras mujeres
como ella puedan expresarse hoy en libertad, aunque no coincidan con ellas al
cien por cien.
Me lo pregunto y sólo encuentro una respuesta: el egoísmo,
porque sólo el egoísmo lleva a votar a un partido en el que hay diputados que,
como Vicente Martínez Pujalte, ocupan un escaño en el Congreso a tiempo
completo y, sin embargo, ingresan simultáneamente tres millones y medio de
euros en un año, en actividades que, como él mismo aclaró, so poco o nada
éticas, pero son legales. El mismo egoísmo que lleva, bajo promesas falsas de
bajadas de impuestos que nunca llegan o puestos de trabajo que, si llegan a
crearse, están más cerca de la esclavitud de hace siglos que de la Europa a la
que dicen habernos llevado, a una camarera de hotel a votar a un partido que
tiene como portavoz a un personaje como Pablo casado que se permite comparar su
jornada, en la que ha de limpiar al menos veinte habitaciones, con la de su
hermano médico que pasa quince consultas al día.
Le doy vueltas una y otra vez y sólo soy capaz de llegar a
la conclusión de que su fuerza, la del PP, es nuestro egoísmo, el de quienes le
votan y el de quienes se suman a sus políticas, como, por ejemplo, el PSOE,
dispuesto a sumarse a los planes de Rajoy para rebajar el techo de gasto en un
país que, desde hace casi una década, hace agua en lo social. Egoísmo
disfrazado de miedo, prudencia lo llaman, a que el Partido Popular, atado de
pies y manos en el Congreso, disuelva las cámaras para recuperar en las urnas
la tranquilidad perdida.
Pero egoísmo es también lo que mueve a quien se cree dueño
de la calle y no quiere dar ni que nadie el paso de convertir su capacidad de
movilización en la fuerza transformadora que este país necesita en su
parlamento. Ese egoísmo y ese miedo que vienen a ser lo mismo y que pueden
llevar a este país a alejarse para siempre de la oportunidad de cambio que tuvo
va ya para casi un año. Así nos va y así seguirá yéndonos si no conseguimos sacudirnos de una vez por todas este egoísmo.
1 comentario:
Muy buen artículo...
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