Parece mentira que, ahora que nuestro país está a punto de
cumplir cuatro décadas de democracia, una democracia más o menos imperfecta,
pero democracia al fin, el deporte más popular, por no decir la actividad más
popular, del país, la que ocupa horas y horas de radio y televisión y millones
de páginas a lo largo de la semana, siga en el armario del más puro franquismo,
un armario dentro del que no parecen existir las leyes que rigen para la
ciudadanía en cualquier otro ámbito.
Es una situación tan lamentable como parece. A cualquiera le
cuesta creer que los insultos y golpes que intercambian en el campo los
jugadores, a la vista de millares, si no millones, de espectadores no tengan
las mismas consecuencias que tendrían si el intercambio se produjera en la
calle. Tal parece que, con el precio del abono o de la entrada, los
espectadores tuvieran derecho a asistir y a participar a veces en un
espectáculo que parece sacado de otros tiempos y otros lugares.
Y, todo, porque lo que nos "venden" es una
realidad falseada, en la que nada es lo que parece. Y más, ahora que hay que
llenar con aburridas verdades o atractivas exageraciones y mentiras tantas
horas de programación y tantas y tantas páginas que, además y por si fuera poco
lo anterior, no sólo se ocupan de esa realidad más o menos alterada, sino que
también se hacen eco del estrambote que aportan, con o sin careta, ciudadanos
de a pie con un móvil en las manos.
Ese es el mayor problema: en el ámbito del fútbol se habla
demasiado, hablan demasiados, forjando una imagen distorsionada, no ya de lo
que debiera ser, sino de lo que es ese mundo que mueve tantos y tan variados
intereses. También que, ahora, gracias o por culpa de los potentes medios
técnicos, es casi imposible, por más que se escondan los labios tras la cortina
de las manos, es imposible ocultar lo que se dice sobre los terrenos de juego y
la vieja y absurda consigna de que "lo que pasa en el campo se queda en el
campo" se está viendo superada un día sí y otro también.
Pero, a lo que íbamos, en esos terrenos no está representada
la sociedad que los mantiene. No existe en ellos la tolerancia de la que,
afortunadamente, han hecho gala los españoles en estos últimos años. Nadie se
atreve a dar los pasos que, en una fábrica, una oficina o cualquier centro de
trabajo se van haciendo normales. En España, al menos en el fútbol de élite,
ningún jugador, al menos que recuerde, se ha atrevido a dar el paso de salir
del armario, haciendo pública su opción sexual si ésta no es la que podría
esperarse de ellos. Únicamente, un árbitro de categorías inferiores se atrevió
a darlo y, hacerlo, le salió caro, porque, al margen de si cumplía bien con su
cometido, se vio sometido a tal persecución que se vio obligado a abandonar.
Y es que parece que, en ese mundo, el que más grita, el más
bruto y el que más ruido hace es quien acaba imponiendo la norma y que nadie,
salvo que no hacerlo implique grandes pérdidas económicas, persigue a los
energúmenos. Tanto es así que, en los estadios, los gritos racistas, el
machismo y, en general, cualquier otro tipo de intolerancia está más consentida
de lo que lo estaría de puertas afuera del estadio.
El sábado, un jugador del Atlético de Madrid, un jugador
nacido en democracia, supongo que, al menos, con estudios primarios, se
enfrentó con su rival, Cristiano Ronaldo, al que, se supone que, para
ofenderle, llamó maricón en el terreno. Lo más curioso es que el
"incidente" se ha conocido porque el propio Cristiano lo comentó con
sus compañeros, así como lo que respondió a su rival: "sí, pero soy
millonario", lo que no deja de ser una tontería por otra tontería.
Hoy hemos sabido que, Arcópoli, asociación LGTB que
fundamentalmente apoya a quienes sufren agresiones por su condición
sexual, ha pedido a la Liga de Fútbol que investigue los hechos. Y me
parece muy oportuno que lo haga. Basta ya de esconder estos miserables
comportamientos. Quizá así los jugadores se atreverían a, en lugar de
inventarse matrimonios "postizos" como hacen políticos y cantantes,
dar el paso de "salir del armario" para que deportes como este
salgan, no ya del armario, sino de la caverna antidemocrática en que hoy, con
nuestro consentimiento, se mueve.
1 comentario:
Muy acertado...
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