Si hay algo que distingue a los seres humanos del resto de los animales, aunque algunos llegan a sentirla, es la piedad, ese rasgo del comportamiento que, a mí, por ejemplo, me enternece cada vez que lo descubro en una mirada, en un abrazo o en una mano que se tiende a quién lo está pasando mal. Un rasgo que, por más que me esfuerzo, no llego a recordar en Felipe González. ni siquiera en aquel Felipe de las primeras horas que llegó a enamorar a muchos españoles.
Por el contrario, González siempre ha hecho gala de todo lo
contrario, mostrándose frío y severo en ocasiones en que otros, yo al menos,
nos hubiésemos deshecho. Esa actitud, la del ex presidente, que, en ocasiones,
puede llegar a ser una virtud, se vuelve odiosa cuando es innecesaria y
desmedida. Se ve que la edad, las nuevas amistades y haber soltado amarras con
la gente normal y corriente, la que hace años que no viaja, la que pelea cada
mes por pagar sus recibos, la que no tiene amigos en la lista Forbes, ni sale a
pesar o a navegar en un yate, la que mata los lunes y el resto de la semana al
sol, si es que lo hay, porque, en aras del progreso y del bien del país,
cerraron su fábrica, le han endurecido aún más y nos muestran ahora un Felipe
muy distinto del que llegamos a admirar.
No sé si acierto al pensarlo, pero tengo la impresión de que
apenas queda nada de aquel encantador de serpientes que nos llenó de fuerza e
ilusión un día. Hoy, por más que me esfuerzo, sólo soy capaz de ver en el líder
que admiré soberbia, vanidad y furia, una furia ciega e innecesaria que no le
deja ver la realidad y que acabará de llevarle a la destrucción de un partido
que, con él, fue grande y que, ahora y también con él, se ha puesto en la senda
de su propia destrucción.
A nadie se le escapa que, para González, la gente de la que
se rodea y se ha rodeado es de usar y tirar. No conozco a nadie más pagado de sí
mismo ni con más desapego hacia los suyos. No hay más que pararse a contemplar
el camino que ha recorrido y verlo sembrado de los cadáveres de los que un día
fueron sus colaboradores o incluso sus amigos. Pero, esta vez, Felipe se
equivoca. Ha medido mal el golpe y se ha embarcado en una aventura, la de
quitar y poner en el partido que un día lideró y para el que fue el gran
referente, que, de momento, no ha hecho más que abrir una enorme vía de agua,
por la que se escapa la ilusión de los militantes y la confianza de los
votantes.
A Felipe González y, por desgracia, a su partido les ha
perdido esa mezcla de vanidad y pereza que le lleva a pretender dirigir el
debate, sin participar en él más que de cuando en cuando. Por ejemplo, cuando
en aquella entrevista para la SER, a punto de tomar un vuelo para quitarse de en
medio en Chile dio el pistoletazo de salida para el asalto al Comité Federal
que acabaría apeando al secretario general Pedro Sánchez, sin otra alternativa
que el nombramiento de una gestora manejada a distancia desde Sevilla por su
discípula más adelantada, Susana Díaz, evidenciando que lo único que importaba
era que el PSOE abandonase cualquier acercamiento a posiciones de izquierda y
hacer presidente al candidato del IBEX 35, dijese lo que dijese González el
jueves en Sevilla.
Pero al vanidoso Felipe, al soberbio Felipe, no le bastó con
ser pieza fundamental en la operación. A Felipe, el cuerpo le pedía, no sólo
tener el cadáver de Pedro Sánchez, sino que, además, necesitaba profanarlo y
exhibir sus despojos ante todos. Y lo hizo la semana pasada en Sevilla en un
acto que no parece otra cosa que una operación de apoyo a su protegida,
seriamente perjudicada en su imagen por la fratricida operación. Y Felipe tomó
la palabra en ese acto para insultar -no se me ocurre otra forma de llamar a lo
que hizo- al derrotado Pedro Sánchez. Y allí, en su tierra y ante sus fieles,
además de llamarle mentiroso, como ya había hecho en la SER, le acusó de
incapaz, "hizo lo que sabía, pero no sabía", dijo y de no tener
"cultura de partido", sin caer en la cuenta de que hablaba de la
misma persona a la que él y sus amigos propusieron como candidato a las
generales, el mismo que, por primera vez, fue elegido secretario general por la
militancia socialista.
Nunca he militado en ningún partido ni en dada, ni quiero
hacerlo, pero entiendo que una pieza fundamental en esa "cultura de
partido" de la que habla González es la de respetar al secretario general
y su programa electoral, más si ha sido elegido democráticamente y por todos.
Tampoco le vendría mal recordar, a este "abuelo cebolleta" y enredón,
aquello de que no se puede pretender tener siempre razón, sólo por haberla tenido.
2 comentarios:
¿Qué se puede esperar de alguien que engañó y decepcionó a miles de españoles con aquella frase "No a la OTAN" con la que nos engatusó y luego traicionó convocando el referéndum que, finalmente, nos metió de lleno en ella? ¿O del fundador de los GAL, aunque lo niegue el resto de su vida, que asesinaba a miembros de ETA a espaldas del mundo? Felipe fue un loco que, una vez en el poder y ya consciente del mismo, se transformó en una máquina de aniquilación. Yo lo admiré una vez -la única vez que le voté con 18 años recién cumplidos aquel año de 1978-, pero nunca más lo volví a votar. Cuando nos metió en la OTAN comprendí quién era y en lo que se estaba convirtiendo o que quizá ya era desde un principio y nos lo escondió con esa falsa candidez que tenía. Ahora ya sabemos todos quién es ese indeseable. Lo que más pena y, a la vez, rabia me da es que los españoles estemos pagando una renta vitalicio a un personaje como él.
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