Qué curioso. Si uno sigue la actualidad de las últimas
horas, pareciera que los norteamericanos son una especie de trogloditas
montaraces e incultos, capaces de elegir como presidente de su país a un
energúmeno tramposo, boquirroto y faltón, cuya principal virtud es haberse
atrevido a bordear la ley y hacerlo desde el otro lado, desde el lado oscuro de
quien no la respeta y sólo se acuerda de ella para usarla en beneficio propio,
capaces de poner la economía y los ejércitos más potentes del mundo, al menos
así era hasta hace poco, en manos de un lunático como Donald Trump.
Nos creemos importantes y mejores que los estadounidenses,
porque nos creemos a salvo de caer en ese delirio y, sin embargo, no hace tanto
que, a la escala pertinente, aquí hicimos lo mismo, porque no hace tanto que
aquí hicimos a Jesús Gil alcalde de Marbella y virrey de la Costa del Sol. Y no
sólo eso. También hicimos eurodiputado a Ruiz Mateos, alcalde de Valladolid a
Javier de León de la Riva o ministro de Agricultura y comisario europeo a
alguien tan machista o más que los nombrados como el inefable Miguel Arias
Cañete, tan capaz de despreciar a su rival femeninas como de hacer negocio, él
o sus ex socios, con el suministro de combustible a la flota rusa camino del
escenario del martirio sirio.
No es fácil entender que nos está pasando a uno y otro lado
del Atlántico. No es fácil si nos dejamos arrastrar por la marea consumista de
esa televisión infame que vierte todas las sobremesas y todas las noches en
nuestras casas esa basura amorfa de gritos, malos modos, gestos soeces,
insultos, mentiras y simplismos que atrofian nuestro espíritu crítico, para
preparar nuestra alma y nuestro entendimiento para mensajes tanto o más soeces,
mentirosos o simplistas, esta vez desde los atriles y las mesas de la política.
Quizá sin darnos cuenta, nos han ido moldeando a su gusto
planchando nuestra corteza cerebral a base de culos, pechos y morritos
siliconados, "chefs" chillones y crueles, concursantes y famosos sin
oficio ni beneficio, capaces de "venden" su imagen vulgar y su nada,
para hipnotizar a las masas que tienen la desgracia de pararse ante el
televisor.
Lo entendió muy bien Silvio Berlusconi que, con su imperio
televisivo, consiguió gobernar una Italia desengañada y cansada del matrimonio
entre la Democracia Cristiana y la Mafia, ampliando su gran imperio empresarial
y su influencia, hasta el punto de exportar el modelo a otros países, entre
ellos el nuestro, porque no hay que olvidar que aquellos programas infumables
de las tardes, no sé si de los sábados o los domingos, en los que aparecía en
la televisión de Berlusconi entre las burbujas de un yacuzi, rodeado de culos y
bebidas, repartiendo a diestro y siniestro, arando el campo en el que acabarían
floreciendo sus votantes y los negocios de su familia. Todos ellos en la
televisión de la ONCE, cuando dirigía la organización Miguel Durán, al que
podemos ver estos días, en el papel de abogado defensor del número dos de la
trama Gürtel y dirigente en su día del PP gallego.
Es así de triste, fenómenos como el de Trump o Gil, prácticamente
calcados uno de otro, son el resultado de algo que hace tiempo nos viene
pasando. Como escribía el otro día Elvira Lindo, hemos dejado de ser ciudadanos
para ser audiencia. Del mismo que hemos dejado de ser viajeros para ser
clientes, de ser enfermos para ser usuarios de la Sanidad, algo que va más allá
de un simple cambio de palabras, porque detrás de todo, se esconde una enorme
falta de respeto Hacia quien sólo es visto como fuente de negocio.
Lo de Trump, insisto, no es nuevo. Ya lo hizo aquí
Jesús Gil. Y Berlusconi en Italia. Lo hizo, incluso, Hitler en Alemania. Basta
con identificar las insatisfacciones de los ciudadanos y decir que todos los
demás mienten. Luego, alguien les da un programa de televisión o un micrófono
para difundir sus charlas y sermones. Lo demás viene solo y ya es Historia.
1 comentario:
Gran artículo...
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