Hay gente cuya principal característica no es precisamente
el coraje. La hay en todos los ámbitos de la vida y también, claro, en la
política. Quién no se sintió avergonzado al comprobar que el presidente del
gobierno de su nación era incapaz de dar la cara ante la evidencia de los
"papales de Bárcenas" se escondiese tras una pantalla para no dar
explicaciones sobre su responsabilidad en el asunto. Yo la sentí, pero está
claro que a más de siete millones y medio de españoles no les ocurrió lo mismo
y, por eso, le votaron el veinte de diciembre y el 26 de junio.
Si os digo la verdad, de Rajoy me esperaba ese
comportamiento, es su imagen de marca. Tampoco me ha sorprendido, cómo iba a
hacerlo, el comportamiento de sus votantes que, escándalo tras escándalo,
detención tras detención, registro tras registro, han seguido dándole su voto
por prudencia, por miedo, por sentido práctico de la vida o, simplemente, porque
les va la marcha de la estafa y el desfalco.
Lo que no esperaba y me molesta sobremanera es algún que
otro silencio, en concreto el clamoroso silencio de Pedro Sánchez que no ha
dicho ni mu desde que el mismo domingo leyó torpemente una declaración ante las
cámaras de los medios y ante sus militantes, después de haberse dejado otros
cinco escaños en la gatera de su indefinición. Una declaración en que, para
quienes nos consideramos "de izquierdas", torturados siempre por la
autocrítica, adolecía de una falta absoluta de asunción de responsabilidades.
Pedro Sánchez, es mi opinión, es plenamente consciente de
que la secretaría general del PSOE le viene, no grande, sino grandísima y es
consciente también de que tiene las horas contadas, por eso se queda en el
rincón, callado, esperando a que capee el temporal, mientras sus
"segundos" dicen, una detrás de otra, sus ocurrencias, sean o no
contradictorias, como miniyós del miniyó que, por su parte, es el propio
Sánchez. Dicen una cosa y la contraria, sin inmutarse. Dicen blanco y después
negro, sin inmutarse, como esperando el santo advenimiento que les dé la
difícil salida que están necesitando para sus carreras políticas.
A Pedro Sánchez, camisa blanca de la esperanza de tantos
militantes alegres y confiados, le faltan el coraje y la grandeza precisas para
reconocer que se ha equivocado, le falta el valor para asumir que la estrategia
de convertir a Unidos Podemos en su mayor enemigo ha arruinado, cuando menos
por cuatro años, las perspectivas de la izquierda en los próximos años. Pero no
lo va a ver, no lo va a reconocer. Le falta grandeza. Le falta la misma
grandeza que le faltó ayer mismo para reconocer que dinamitó el partido en
Madrid con acusaciones falsas o, cuando menos, precipitadas contra quien era secretario
del PSM a su llegada a Ferraz, Tomás Gómez.
Ayer mismo se conoció que el Tribunal de Cuentas no
encuentra nada punible en el comportamiento de Tomás Gómez, por aquel entonces
alcalde de Parla, en la construcción del tranvía que acercaría a los vecinos de
la localidad madrileña a las cercanías de RENFE. Nada irregular ni punible en
un asunto que a os miniyós de Sánchez, con el apoyo de EL PAÍS y la SER, les
bastó para acabar con el prestigio de uno de los alcaldes más votados de
España. Y lo hicieron, muy probablemente, porque era un obstáculo para el
afianzamiento de un total desconocido en el puesto de secretario general del
PSOE.
Pero no esperéis en vano. No esperéis que Sánchez o sus
miniyós pidan disculpas, No esperéis que EL PAÍS, al que no le queda ya ni el
recuerdo de su pasado prestigio o la SER que "tira" de archivo sonoro
sólo cuando le interesa, reconozcan su papel en la operación de acoso y derribo
que se llevó a cabo contra Tomás Gómez y su gente. Perded toda esperanza de que
el milagro se produzca. Para Pedro Sánchez, asumir la derrota del domingo que
ya perece que fue hace siglos, o asumir su culpa en el hundimiento del PSM
resulta imposible. Para EL PAÍS y la SER, otro tanto. Se requiere la grandeza que no tienen.
1 comentario:
Muy bien dicho...
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