viernes, 1 de julio de 2016

EN SÁNCHEZ NO HAY GRANDEZA



Hay gente cuya principal característica no es precisamente el coraje. La hay en todos los ámbitos de la vida y también, claro, en la política. Quién no se sintió avergonzado al comprobar que el presidente del gobierno de su nación era incapaz de dar la cara ante la evidencia de los "papales de Bárcenas" se escondiese tras una pantalla para no dar explicaciones sobre su responsabilidad en el asunto. Yo la sentí, pero está claro que a más de siete millones y medio de españoles no les ocurrió lo mismo y, por eso, le votaron el veinte de diciembre y el 26 de junio.
Si os digo la verdad, de Rajoy me esperaba ese comportamiento, es su imagen de marca. Tampoco me ha sorprendido, cómo iba a hacerlo, el comportamiento de sus votantes que, escándalo tras escándalo, detención tras detención, registro tras registro, han seguido dándole su voto por prudencia, por miedo, por sentido práctico de la vida o, simplemente, porque les va la marcha de la estafa y el desfalco.
Lo que no esperaba y me molesta sobremanera es algún que otro silencio, en concreto el clamoroso silencio de Pedro Sánchez que no ha dicho ni mu desde que el mismo domingo leyó torpemente una declaración ante las cámaras de los medios y ante sus militantes, después de haberse dejado otros cinco escaños en la gatera de su indefinición. Una declaración en que, para quienes nos consideramos "de izquierdas", torturados siempre por la autocrítica, adolecía de una falta absoluta de asunción de responsabilidades.
Pedro Sánchez, es mi opinión, es plenamente consciente de que la secretaría general del PSOE le viene, no grande, sino grandísima y es consciente también de que tiene las horas contadas, por eso se queda en el rincón, callado, esperando a que capee el temporal, mientras sus "segundos" dicen, una detrás de otra, sus ocurrencias, sean o no contradictorias, como miniyós del miniyó que, por su parte, es el propio Sánchez. Dicen una cosa y la contraria, sin inmutarse. Dicen blanco y después negro, sin inmutarse, como esperando el santo advenimiento que les dé la difícil salida que están necesitando para sus carreras políticas.
A Pedro Sánchez, camisa blanca de la esperanza de tantos militantes alegres y confiados, le faltan el coraje y la grandeza precisas para reconocer que se ha equivocado, le falta el valor para asumir que la estrategia de convertir a Unidos Podemos en su mayor enemigo ha arruinado, cuando menos por cuatro años, las perspectivas de la izquierda en los próximos años. Pero no lo va a ver, no lo va a reconocer. Le falta grandeza. Le falta la misma grandeza que le faltó ayer mismo para reconocer que dinamitó el partido en Madrid con acusaciones falsas o, cuando menos, precipitadas contra quien era secretario del PSM a su llegada a Ferraz, Tomás Gómez.
Ayer mismo se conoció que el Tribunal de Cuentas no encuentra nada punible en el comportamiento de Tomás Gómez, por aquel entonces alcalde de Parla, en la construcción del tranvía que acercaría a los vecinos de la localidad madrileña a las cercanías de RENFE. Nada irregular ni punible en un asunto que a os miniyós de Sánchez, con el apoyo de EL PAÍS y la SER, les bastó para acabar con el prestigio de uno de los alcaldes más votados de España. Y lo hicieron, muy probablemente, porque era un obstáculo para el afianzamiento de un total desconocido en el puesto de secretario general del PSOE.
Pero no esperéis en vano. No esperéis que Sánchez o sus miniyós pidan disculpas, No esperéis que EL PAÍS, al que no le queda ya ni el recuerdo de su pasado prestigio o la SER que "tira" de archivo sonoro sólo cuando le interesa, reconozcan su papel en la operación de acoso y derribo que se llevó a cabo contra Tomás Gómez y su gente. Perded toda esperanza de que el milagro se produzca. Para Pedro Sánchez, asumir la derrota del domingo que ya perece que fue hace siglos, o asumir su culpa en el hundimiento del PSM resulta imposible. Para EL PAÍS y la SER, otro tanto. Se requiere la grandeza que no tienen.