De los tres protagonistas de la infame foto de las Azores,
cuatro si contamos al anfitrión Durao Barrosos, quizá el más indigno de todos
sea "nuestro" José María Aznar, el caniche del caniche de Bush, el caniche de Blair que era poco más que el caniche de Bush, como
acaba de definirle Lluis Bassets. Y si me atrevo a afirmar que lo es porque
actúo en nombre de España, de todos nosotros, por meros e inconfesables
intereses personales. El muy tonto, que como tal se ríe en esta otra foto de
las Azores, se creyó parte de la cima del mundo, cuando, en realidad, sólo era
el tonto útil, fácilmente manejable por sus delirios de grandeza, al que la
lotería de que España ocupara por turno un sillón en el Consejo de Seguridad de
Naciones Unidas convirtió en socio indispensable para la infamia.
Afortunadamente, algunos países, en lugar de perderse en
comisiones parlamentarias que acaban siempre reflejando los intereses de los
partidos representados en las cámaras, optan por encargar la investigación de
asuntos cruciales como lo fue le invasión de Irak a personalidades independientes
a las que, además, dotan de los poderes necesarios para exigir a la
administración correspondiente los documentos y testimonios precisos. Ese ha
sido el caso de la investigación encargada a Sir John Chilcot, miembro del
equivalente en Reino Unido al Consejo de Estado español, en el que después de
años de laboriosa investigación encargada por el laborista Gordon Brown se
concluye en miles de páginas que no hubo base jurídica para la ·infame·
invasión de Irak, que se manipularon y exageraron ante la opinión pública las
escasas y endebles pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva en
manos de Sadam Hussein, que se optó por la invasión sin agotar las vías
diplomáticas, que Blair despreció las advertencias sobre las consecuencias que
tendría en el recrudecimiento de las actividades terroristas de Al Qaeda, que
la planificación de las operaciones militares fue desastrosa y que ni siquiera
se planteó el escenario posterior a la derrota de Sadam.
Un desastre, en suma, malintencionado, añado, que me lleva a
pensar que aquella invasión injusta e innecesaria respondía únicamente a los
intereses de las empresas ligadas a los neocon, verdaderos ideólogos de todo
aquel montaje, algo que pude verse tras los combates, con la entrega del país
invadido a empresas de seguridad, mercenarias, como Black Water, a
constructoras y a petroleras que, sin preocuparse de pacificar y organizar el
país, se entregaron a su saqueo.
Algo de eso sabemos los españoles que tuvimos que escuchar a
la ministra de exteriores de Aznar, Ana Palacio, "vendernos" las
ventajas que en el precio del petróleo tendría para nosotros participar en aquella
infamia.
Un Tony Blair aparentemente compungido, aunque ya sabemos es
poco de fiar, se disculpó ayer en una larga rueda de prensa en la que tampoco
evitó justificarse ni asegurar, como, por su parte, hizo horas después George
Bush, que volvería a actuar como lo hizo. Actitudes repugnantes para mí que,
sin embargo, reflejan un mínimo destello de dignidad que ni siquiera ha
aparecido en el pequeño Aznar, el amigo del americano, que, colocándose bajo el
brazo de Bush, creyó entrar en la Historia y que se ve ahora con sus compañeros
de trío en el cubo de la basura de la ignominia.
Demasiada grandeza para esperarla de un personaje como
Aznar, a sueldo de Rupert Murdoch, uno de los padrinos de aquello, más
preocupado por su peinado y sus abdominales que por ponerse a bien con su
conciencia, el caniche del caniche del infame George Bush, mentiroso compulsivo,
como sus dos compañeros de foto, y, desde entonces, forrado de billetes como
ellos, feliz y ufano, mientras el mundo, gracias a sus mentiras y su infamias, es hoy mucho más injusto y menos seguro
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