jueves, 7 de julio de 2016

EL CANICHE DEL CANICHE


De los tres protagonistas de la infame foto de las Azores, cuatro si contamos al anfitrión Durao Barrosos, quizá el más indigno de todos sea "nuestro" José María Aznar, el caniche del caniche de Bush, el caniche de Blair que era poco más que el caniche de Bush, como acaba de definirle Lluis Bassets. Y si me atrevo a afirmar que lo es porque actúo en nombre de España, de todos nosotros, por meros e inconfesables intereses personales. El muy tonto, que como tal se ríe en esta otra foto de las Azores, se creyó parte de la cima del mundo, cuando, en realidad, sólo era el tonto útil, fácilmente manejable por sus delirios de grandeza, al que la lotería de que España ocupara por turno un sillón en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas convirtió en socio indispensable para la infamia.
Afortunadamente, algunos países, en lugar de perderse en comisiones parlamentarias que acaban siempre reflejando los intereses de los partidos representados en las cámaras, optan por encargar la investigación de asuntos cruciales como lo fue le invasión de Irak a personalidades independientes a las que, además, dotan de los poderes necesarios para exigir a la administración correspondiente los documentos y testimonios precisos. Ese ha sido el caso de la investigación encargada a Sir John Chilcot, miembro del equivalente en Reino Unido al Consejo de Estado español, en el que después de años de laboriosa investigación encargada por el laborista Gordon Brown se concluye en miles de páginas que no hubo base jurídica para la ·infame· invasión de Irak, que se manipularon y exageraron ante la opinión pública las escasas y endebles pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva en manos de Sadam Hussein, que se optó por la invasión sin agotar las vías diplomáticas, que Blair despreció las advertencias sobre las consecuencias que tendría en el recrudecimiento de las actividades terroristas de Al Qaeda, que la planificación de las operaciones militares fue desastrosa y que ni siquiera se planteó el escenario posterior a la derrota de Sadam.
Un desastre, en suma, malintencionado, añado, que me lleva a pensar que aquella invasión injusta e innecesaria respondía únicamente a los intereses de las empresas ligadas a los neocon, verdaderos ideólogos de todo aquel montaje, algo que pude verse tras los combates, con la entrega del país invadido a empresas de seguridad, mercenarias, como Black Water, a constructoras y a petroleras que, sin preocuparse de pacificar y organizar el país, se entregaron a su saqueo.
Algo de eso sabemos los españoles que tuvimos que escuchar a la ministra de exteriores de Aznar, Ana Palacio, "vendernos" las ventajas que en el precio del petróleo tendría para nosotros participar en aquella infamia.
Un Tony Blair aparentemente compungido, aunque ya sabemos es poco de fiar, se disculpó ayer en una larga rueda de prensa en la que tampoco evitó justificarse ni asegurar, como, por su parte, hizo horas después George Bush, que volvería a actuar como lo hizo. Actitudes repugnantes para mí que, sin embargo, reflejan un mínimo destello de dignidad que ni siquiera ha aparecido en el pequeño Aznar, el amigo del americano, que, colocándose bajo el brazo de Bush, creyó entrar en la Historia y que se ve ahora con sus compañeros de trío en el cubo de la basura de la ignominia.
Demasiada grandeza para esperarla de un personaje como Aznar, a sueldo de Rupert Murdoch, uno de los padrinos de aquello, más preocupado por su peinado y sus abdominales que por ponerse a bien con su conciencia, el caniche del caniche del infame George Bush, mentiroso compulsivo, como sus dos compañeros de foto, y, desde entonces, forrado de billetes como ellos, feliz y ufano, mientras el mundo, gracias a sus mentiras y su infamias, es hoy mucho más injusto y menos seguro

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