Vivimos en un país, esta España de nuestras penas, en el que
los dos principales partidos, los que se han venido alternando en el
poder a lo largo de las tres últimas décadas, PSOE y PP, viven inmersos en
innumerables casos de corrupción, hasta el punto de que uno más que el otro,
pero los dos, al menos en los telediarios, pasan casi más tiempo en los
tribunales que en el Parlamento. Vivimos en un país que parecía haberse
resignado a soportar un alto nivel de corrupción entre sus políticos, del mismo
modo que se había resignado a soportar un paro impropio de un país
desarrollado, del primer mundo y parte de la aparentemente privilegiada
Eurozona.
La falta de costumbre nos impide preguntarnos tanto como
debiéramos por qué pasa esto en España, por qué estos partidos y algún otro,
como la extinta CiU, no dan explicaciones por sus corruptelas y, sobre todo,
por qué no se las exigimos. Sin embargo, ya va siendo hora de que lo hagamos,
ya va siendo hora de que se nos explique con pelos y señales por qué en un
partido como el PP, en el que, por ley y como en todos, las cuentas debieran
ser transparentes, un señor, un presunto delincuente, según alguno de sus
dirigentes, esa persona, según otros, ha podido manejar millones de euros en
España y fuera de ella sin que nadie lo notase, ya va siendo hora de que el
partido del gobierno, el que, como la pareja Duato & Arias, debería dar
ejemplo al resto d los españoles, el que maneja con naturalidad y soltura
sus cuentas "en negro", comience a dar explicaciones por ello y no
sólo en los tribunales, ya va siendo hora de que nosotros, los que sostenemos
el sistema con nuestros impuestos se las exijamos.
Basta con tener acceso a sus despachos, como está ocurriendo
en los ayuntamientos del cambio para, como en Madrid o Barcelona, comprobar el
compadreo existente entre los viejos consistorios y las grandes constructoras,
basta con asomarse a los cajones de Gallardón, Botella y compañía, para ser
conscientes del descaro con que nos estaban desvalijando, para ver como en
obras mastodónticas, como la rebautizada Calle 30, las cosas se pagaban dos
veces o se pagaban y no se hacían, siempre en beneficio de las grandes
constructoras, generosas con el partido del alcalde al que, antes o después,
sin duda sabrán recompensar. Algo que molesta seriamente al brazo derecho de Gallardón, Manuel Cobo, que no se corta a la hora de expresar su malestar por la lógica revisión de las cuentas que dejó su amigo.
Curiosa fauna la de nuestros gobernantes durante tantos años
que son capaces de plantear en público la necesidad de redefinir la corrupción,
porque, incluso la complaciente legislación actual les tira de la sisa y se
sienten incómodos en ella. Curiosa fauna ésta, en la que toda una
vicepresidenta, aunque sea en funciones, se permita plantear la de cosas que
podría haber hecho el PP con el dinero B que, según ellos, les robó Bárcenas,
lo que no deja de ser una asunción de culpa, subconsciente, claro, por su
parte.
Y qué decir del PSOE, cuyo candidato se "vendió" a
Ciudadanos y anda ahora por ahí, después de haber demostrado su incapacidad
para formar, teniendo como tenía los mimbres precisos para ello, un gobierno de
mayoría progresista, colocando, él o sus chicos del coro, esos síes anacrónicos
y fuera de lugar, por doquier, incluido el monumento a la Constitución erigido
en Madrid, como queriendo decir que, a pesar de sus evidentes carencias, con
esta constitución les basta.
Tampoco habla, ni pide perdón por algo tan escandaloso como
el asunto de los ERE en Andalucía, un ejemplo de lo que nunca debe volver a
repetirse, el uso partidista, con distracción de fondos incluida, del dinero de
todos, un asunto que está apunto de sentar en el banquillo a dos ex presidentes
de su partido en Andalucía.
No dirá nada sobre ello, como tampoco dirán nada Rajoy ni
los suyos de todos sus fangales. No es la costumbre y menos en campaña. La corrupción
propia no se lleva a las urnas, aunque sirva para pagar sus resultados, aunque
luego, si las urnas les favorecen, presuman de haberles sido perdonada por los
electores. No, no se lleva la autocrítica. Y, si no se lleva, es porque hay
demasiada tolerancia a todos estos pecados, demasiado compadreo entre unos y
otros y, desgraciadamente, con la prensa que, para nuestra desgracia, demasiado
a menudo ve, oye y calla. Y nosotros con ella.
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