No sé de qué nos quejamos. No sé por qué nos quejamos, si
vivimos en un país, en un tiempo, en los que hacerse rico, obtener una fortuna
de la nada, parece fácil y al alcance de cualquiera con alma de emprendedor. Ya
lo dijo en su día ese ministro eternamente cabreado que en su día llevó las riendas
de la durísima reconversión industrial de los primeros años de Felipe González
en la Moncloa, para, más adelante, hacerse con las carteras de Economía y
Hacienda. Se ve que de ese cometido se ocupaba y se ocupa gente malhumorada y
faltona, como el actual Cristóbal Montoro, bastante dados a amenazas y
regañinas, pero, también, a frases redondas como aquella del ministro navarro
que no se cortó un pelo a la hora de decir que, España era entonces el país
donde resultaba más fácil hacerse rico y en menos tiempo.
Recuerdo que, a algunos votantes del PSOE, yo era uno de
ellos, nos chocó esa afirmación en boca de un ministro socialista, pero corrían
buenos tiempos entonces, estábamos a las puertas de Europa y era todo de color
de rosa. así que seguimos adelante con nuestro idilio con Felipe González, un
héroe de la izquierda que, por aquel entonces ya nos hablaba de lo poco que
importaba de qué color fuese el gato, blanco o negro, siempre que cace ratones
o de su preferencia por morir apuñalado en el metro de Nueva York, antes que de
aburrimiento en las calles de Moscú.
Debimos habernos mosqueado entonces, porque a nuestros gatos
blancos, los que en 1982 iniciaron el cambio de este país, para que no lo
conociera ni la madre que lo parió, se les estaba ennegreciendo el pelaje.
Debimos mosquearnos por ellos, pero tanto o más por quienes estaban tiñéndoles
el pelo, por todos esos empresarios y especuladores, que vivían arrimados
siempre al poder, paralizándoles y guiando su mano a la hora de trazar planes
de urbanismo o redactar los pliegos de condiciones para contratar con cualquier
administración. Debimos mosquearnos y no lo hicimos, porque unos eran los
nuestros y no nos cabía en la cabeza que se corrompiesen y porque los otros
eran los de siempre.
Y así nos fue, así nos ha ido. Así ha sido este país, cada
vez más enfangado en la corrupción, con sus políticos atrapados en ella, sin
importar si eran blancos o negros, socialistas o conservadores. Se lo contó al
juez David Marjaliza la mano derecha de Francisco Granados, mano derecha a su
vez de la presidenta del PP madrileño, Esperanza Aguirre, a cambio de esperar
su juicio fuera de prisión y de una hipotética benevolencia en la abultada
condena que le aguarda cuando llegue a juicio este largo y laborioso sumario en
el que se relatan pormenorizadamente corruptelas que sacarían los colores al
mismísimo Alfonso Capone.
Marjaliza ha contado con mayor o menor precisión, con
pruebas incontestables o sólo con sospechas cómo, dónde y, sobre todo, desde
cuándo Francisco Granados, el mismo y muchos alcaldes del sur de Madrid
decidieron cambiar los campos de cereal de ese territorio menos favorecido que
el rico norte, por bloques de ladrillo a llenar con los sueños y la necesidad
de miles de madrileños, incapaces ya de pagar una vivienda junto a su lugar de
trabajo y condenados a pasar gran parte de su jornada en las atascadas
carreteras que conducen Madrid con el paraíso de Granados y sus socios o, en el
mejor de los casos, en abarrotados trenes de cercanías.
Todo, como hemos escuchado ayer de boca de Marjaliza, el
especulador arrepentido, pagando tres mil o seis mil euros de más en cada una
de las viviendas construidas en esos terrenos recalificados, tres mil o seis
mil euros, que, según el arrepentido, irían a los bolsillos de los alcaldes
recalificadores, para sí o para sus partidos. Todo, desde que Francisco
Granados descubrió el chollo y diseñó esta trama que judicialmente se investiga
en el caso Púnica y que arrancó en 1999 y funcionó hasta que, va ya para dos años,
Granados, Marjaliza y unos cuantos alcaldes corruptos cayeron en manos de la
Guardia Civil.
Confieso que lo de ayer me ha abierto los ojos, confieso que
hasta ayer no he tenido claro de qué se hablaba cuando se hablaba del
emprendimiento y los emprendedores. Y, sin embargo, era tan simple como que los
emprendedores son quienes tienen una idea, se atreven y la llevan a la
práctica, casi siempre, por su tenacidad y su osadía, con importantes
beneficios económicos. Los emprendedores de que tanto ha hablado el PP, los
héroes del enriquecimiento de que hablaba en su día el mismo Carlos Solchaga
que hoy se sienta en consejos de administración, los emprendedores son ellos,
Granados y sus "compañeros" de sumario.
1 comentario:
Muy bien dicho...
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