Ahora que estamos a apenas seis meses de una convocatoria
electoral, las municipales y autonómicas, creo que deberíamos comenzar a
reflexionar y, si es el caso, a discutir en torno a algo tan peliagudo como lo
es determinar en qué medida los ciudadanos deberían sentirse responsables de lo
que hagan aquellos a los que dan su voto, mucho mayor, claro está, si nuestro
voto sirve para llevar al gobierno al partido que elegimos.
Todo esto viene a cuento de lo que ahora estamos confirmando
por vía judicial, aunque ya sabíamos de sobra cuando votamos por última vez, en
tiempos en los que la crisis que ha servido a quienes nos gobiernan para
devaluar nuestras vidas aún no había enseñado completamente sus garras. No hay
más pararse a pensar que casi tres millones de españoles que reconocen haber
dado su voto al PP, y no son todos los que lo hicieron, no volverían a votarle
en las próximas elecciones.
Me gustaría saber, pero me temo que en las encuestas nunca
se hace esa pregunta, hasta qué punto los votantes de un partido se sienten
solidarios con el comportamiento de quienes eligen. Yo, sin ir más lejos, me
siento responsable de la pésima oposición llevada a cabo por el PSOE en esta
legislatura y me avergüenzo tanto de la tibieza y la resignación mostrada por
los socialistas, como de mi falta de fe ante la efervescencia de la
insatisfacción ciudadana que el 15-M estaba poniendo ante nuestros ojos.
Siempre he pensado que alguien que se sienta concernido por
la sociedad en la que vive no puede dar su voto "a tontas y a locas",
en el último momento y movido por un arranque de simpatía, por un alambicado
eslogan de campaña o por una frase de un mitin, un debate o una entrevista.
Nadie, como el escorpión del cuento, renuncia a su condición pese a las
promesas que haya podido hacer, siempre será prisionero de ella y, cuando ha
metido la mano en la caja, acabará metiéndola otra vez tarde o temprano.
En mi caso y salvo en las últimas elecciones, he venido
votando al PSOE desde 1982 en todas las convocatorias, aunque he de reconocer
que mi entusiasmo al hacerlo era menor cuando González o Zapatero estaban en el
Gobierno que cuando se presentaban desde la oposición, algo que se explica por
esa asunción de responsabilidad solidaria con la labor de gobierno, en la que
los errores, como en toda experiencia, pesan más que los aciertos, aunque he de
reconocer una excepción que fue la de dar mi voto a Rubalcaba después de la
cobardía, o quizá sumisión, al partido que demostró al apoyar la reforma del
artículo 135 de la Constitución que en un primer momento criticó, una reforma
que fue algo así como la entrega de nuestra soberanía a Angela Merkel y su
Bundesbank.
Por eso y por mi aún escasa fe en Podemos, en las últimas
europeas di mi voto a Izquierda Unida y, aunque no me arrepiento, creo, como
muchos más españoles, que debería habérselo dado a quienes mejor encarnan el
espíritu del 15-M, que yo creo que, como actor o como simple revulsivo, está
llamado a transformar de una vez y ya era hora el rancio y carcomido panorama
parlamentario español.
Llegado a este punto y con un cierto sentido de culpabilidad
por la deriva que hasta no hace tanto había tomado la política española,
especialmente la izquierda, dividida, aburrida y desencantada, hasta el punto
de habernos arrojado a esta playa desolada en la que estamos, me permito
terminar con dos frases. Una que escuché a Antonio Gutiérrez a propósito de
Marcelino Camacho y que me gusta repetir de vez en cuando: "nadie puede
pretender razón por haberla tenido", y la otra, de Alberto Moravia y
regalada en un comentario por un lector de este blog y que es tan rotunda como
ésta: "Curiosamente, los votantes no se sienten responsables
de los fracasos del gobierno que han votado".
Pues eso.
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1 comentario:
Siempre recordando a Alberto Moravia: "Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado"...
Saludos
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