Hace dos días, una foto parecida a la que ilustra esta
entrada, tomada en los soportales de la Plaza Mayor de Madrid mostraba la otra
cara del país de Amancio Ortega, Florentino Pérez y la difunta duquesa de Alba.
Fotos estremecedoras que ilustran a la perfección aquello que me decía el
abuelo, eso de que "para que haya ricos tiene que haber pobres" y que
yo traduzco por "hay pobres porque hay ricos". Fotos inimaginables
hace sólo diez años y que nos llevan a las tinieblas del franquismo, que barría
a los pobres de la calle con su "Ley de vagos y maleantes" o a los
pasajes más negros de las novelas de Galdós.
Pero ésta de que os hablo, la de las fotos no es la España
de 1814, si siquiera la de 1914. Esta España es la España del siglo XXI, la que
presumió no hace tanto de su integración en Europa y hoy mira para otro lado,
si no suelta un improperio cuando le hablan de Bruselas. Tanto, que la misma UE
tiene que anunciarse en las televisiones como si de un turrón o un
detergente se tratase.
Esta es la España real, tan distinta de la que Rajoy,
desgañitándose la voz, va pregonando estos días por México, con su Elvira, de
primera dama ociosa, haciendo turismo, porque, como supo a tiempo la Casa real,
que no mandó a la reina Letizia, se suspendió la cumbre paralela de consortes.
Un gasto superfluo de escoltas, dietas, hoteles y restaurantes, para un país
que tiene los soportales de la Plaza Mayor de su capital sembrados de
indigentes ateridos de frío.
Una España en la que las mismas empresas que sientan en sus
consejos de administración a varios exministros y dos expresidentes de
gobiernos que se supone que eran de todos los españoles, incluso alguno que se
dijo socialista y hoy cortan la electricidad y el gas que dan luz y calor en el
invierno a quien casi siempre a su pesar no puede pagar los recibos. Una España
en la que, al mismo tiempo que algunos, impelidos por la publicidad, hacen
acopio de langostinos, turrón y cava, mientras otros han de buscar alimentos no
demasiado caducados y frutas o verduras todavía comestibles que poner en su
mesa.
Es la misma España que cuelga las luces navideñas en las
calles en noviembre y coloca sus belenes napolitanos en plazas y ayuntamientos,
mientras las calles se convierten en pistas de patinaje llenas de hojas,
pudriéndose bajo o el frío o el agua, mientras las empresas amigas del
ayuntamiento que se han hecho con las contratas de limpieza y jardinería
incumplen su compromiso mientras despiden a sus vecinos. La misma España que
reduce plantillas acogiéndose a reformas laborales tramposas al tiempo que
reparte incentivos a sus directivos y dividendos a sus accionistas.
Es la España que vuelve a la caridad y la solidaridad, que
no es otra cosa que caridad laica, como suplantadoras de la justicia social que
se supone que garantiza la constitución, sin que a nadie parezca importarle. La
España que se desliza en un peligroso tobogán hacia un final lacrimógeno de
besos y abrazos en las gradas de un estadio o el decorado de un maratón
televisivo. La España del atajo y el parche, en lugar de las verdaderas
soluciones, la España que da limosnas y palmaditas en la espalda en lugar de
soluciones y justicia, palmaditas y limosnas bien ostentadas, eso sí, por quien
las da, pero que avergüenzan a quien las recibe.
Si no tomamos conciencia de que esto no debe ser así, de que
no puede seguir así, volveremos a ese Cuento de Navidad de Dickens, en el que
la familia de Bob Cratchite agasaja y perdona al avaricioso Mr. Scrooge, para
el que todo son paparruchas, confiando con su buenismo en que algo o alguien
acabe moviendo el corazón de hielo del empresario.
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luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
1 comentario:
Ciertamente esto no puede seguir así...
Saludos
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