domingo, 4 de noviembre de 2012

PIRÁMIDES

 
 

Son ya tantos los años que llevo pasando todos los días por la Plaza del Celenque de Madrid, justo a mitad de camino entre la Gran Vía y la Plaza Mayor, que ya es para mí, un poco como el pasillo de mi casa. Pasaba por allí a primera hora de la mañana o a media tarde, antes de entrar y salir de trabajar cuando lo hacía, y a media mañana, hoy, en mis largos paseos por Madrid.

Eran también muchas las ocasiones en a que entraba al enorme vestíbulo de la sede de Cajamadrid para sacar dinero de cualquiera de sus cajeros automáticos. De modo que, de alguna manera, la tan peculiar verja de la fachada de la Caja -Por qué las sedes de Cajamadrid son tan feas. Era un aviso y no los supimos ver- y los hombres y mujeres anuncio con sus chalecos y sus octavillas llamando a la venta de oro, eran parte del escenario de mi vida.

Pasos y gestos repetidos que, de un tiempo a esta parte, han cambiado, porque desde hace días esa verja que cierra la sala de los cajeros está cerrada y de ellas cuelgan las quejas y las peticiones de socorro de las víctimas de lo que nació como una Monte de Piedad, para ayudar a los desesperados a superar las malas rachas, y ha acabado arrojando al frío y la soledad de la calle a muchos de sus clientes, mientras que los irresponsables "responsables" de lo que ha sido la quiebra de la entidad, mitad por codicia y mitad por ineptitud, tienen sus bolsillos repletos y se sienten tan orondos como el anodino oso-hucha que, durante años, ha sido su imagen de marca.

Desde hace días ya no es posible utilizar los cajeros que quedan detrás de la verja, entre quienes pasamos por la calle y ellos está la verja cerrada y repleta de gritos escritos sobre tela y papel, a cuyos pies acampan con el frío y la lluvia de estos días quienes reclaman ayuda para que la ley medieval que rige el mercado hipotecario de este país no sólo no les arrebate la casa que el paro les impide, sino que no les deje encadenados a una deuda de por vida.

Como os digo paso cada día por allí y me llena de satisfacción no poder usar esos cajeros, porque los acampados no se han rendido. Es más, compruebo que cada vez son más y están más firmes y que quienes nos acercamos a firmar sus peticione somos más cada día. Mucho más me alegra que el gobierno se haya visto obligado a buscar una salida para ellos y otros como ellos, algo que harán, si lo hacen, porque ya son demasiados los afectados y demasiados los que se solidarizan con ellos. Tan grave, tan general y tan injusta es la situación que también los jueces están ponisndo su granito de arena para encontrar soluciones

Lo consigan o no, el ejemplo de estos ciudadanos, muchos de ellos trabajadores inmigrantes, es el que tenemos que seguir. Hay que salir a la calle, hay que contarle a la gente lo que nos pasa, mirarles a los ojos y, sobre todo, hacerles ver que quien también a nosotros, a ellos, nos puede pasar. Podemos perder el trabajo o la salud y, con ellos, todo lo que tenemos.

Hace unos años, podríamos pensar que la desgracia de los acampados nos quedaba lejos. Hoy no lo tenemos tan claro. Por eso esas mesas tienen ya tantas firmas. El PSOE, al menos en Madrid, también se está dando cuenta de que tiene que recuperar a sus votantes en la calle y de que tienen que ser sus militantes los que lo hagan, porque sus líderes, las estrellas de los carteles y de las ruedas de prensas están ya demasiado lejos y demasiado apagadas para encender nada.

Las grandes cosas se hacen desde abajo y hacia arriba. Desde arriba lo que se hace son pirámides, no de las que contemplaron a Napoleón y sus tropas, sino las que, al final, al último que llega le dejan un cargamento de detergente, unas preferentes, unas carpetas de sellos o unos diputados que no representan sus intereses.
 
 

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