viernes, 23 de noviembre de 2012

DOÑA ANA Y LA TRANSAPARENCIA

 
 

Nunca ha sabido esta señora cuál era su papel en el mundo en el que se movía. Cuando fue con su José Mari inquilina en el Palacio de La Moncloa adquirió más protagonismo del que se espera de quien no es más que esposa del jefe de gobierno y no primera dama. Tanto la gustaba lucir que superó a todas sus "colegas", anteriores y posteriores, en eso de figurar.

Cuando se quedó sin el papel de presunta primera dama -presunta, porque nunca pudo probarse que lo fuera- se le hicieron los dedos huéspedes hasta que consiguió ir en las listas de Gallardón y salir concejala del Ayuntamiento. Estivo claro ya entonces que doña Ana era poco más que un impuesto revolucionario o una penitencia que se cobraba al candidato por haber aparentado tanto y tan bien aquello del verso suelto. Era poco más, las feministas me lo perdonen y sé que a la vista de lo visto me lo perdonarán, que un florero, muy bien colocado, pero florero, al que la ambición del fiscal en excedencia sentó en el cómodo y carísimo sillón del flamante despacho del Palacio de Cibeles.

Probablemente creería Doña Ana que eso de ser alcalde era cortar cintas, pasear las aspiraciones olímpicas de Madrid por el mundo y poner alguna que otra medalla de vez en cuando. Pensaría que otros se encargarían de resolver los problemas, hacer los presupuestos y todo lo demás. A lo sumo tendría que vestirse de elegante negro para mostrar las condolencias de los madrileños en algún que otro pésame o funeral, en el que, como en las procesiones, podría lucir la racial mantilla, vestigio de burka, perfectamente asumido y protegido por protocolos que algunas asumen con gusto.

Pero en la ciudad alegre y confiada, el cortijo de las "oportunidades de negocio", ocurrió lo que ocurre cuando todos y cada uno de los actores de un drama cumplen su papel, porque es cada vez más evidente que todos, Ayuntamiento y su empresa Madrid Espacios y Congresos, sus amiguetes de Diviertt, las empresas de presunta seguridad y el ridículo esbozo de servicio ´médico contratado, pusieron su granito de arena, y no va con segundas porque la cosa no es para juegos de palabras, para que una noche de fiesta en el Madrid Arena acabase convirtiéndose en una de las noches más trágicas de la ciudad.

A partir de ahí, la alcaldesa, el florero sobre el sillón de alcalde, paso del spa portugués al apresurado aturdimiento en el que, al parecer, dio por bueno todo lo que los que la rodeaban, los que toman las decisiones, aunque sea otro el que las firme, le iban diciendo. Y fue precisamente esa entrega ciega a la increíble versión que le daban la que acabó por cambiarla de florero a triste muñeco del "pim pam pum"

Tantas veces ha hablado de transparencia y con tanto énfasis -el mismo de los niños que recitan sus poesías "de aquella manera" en las fiestas de fin de curso- que, cuando la realidad ha comenzado a aflorar se ha quedado colgada de la brocha, prisionera de sus palabras, sin darse cuenta de que esto no es una "pillada" más en asuntos de corrupción, que también lo es, sino que hay cuatro muertes, las de cuatro jóvenes llenas de vida, causadas por tanto racaneo en materia de seguridad.

Doña Ana, qué apellido tan transparente, se ha comportado frente a la prensa como ese tenista fuera de forma que, desfondado y agobiado, recibe uno tras otros los pelotazos del rival en el fondo de la pista sin dignidad ni claridad para esquivarlos ni, mucho menos, devolverlos.

Ha resultado penoso ver a la primera autoridad de Madrid desdiciéndose una y otra vez de lo dicho, viéndose sorprendida por los acontecimientos, "arropada" vergonzantemente por sus escuderos sentados entre la prensa o, directamente, recibiendo las respuestas adecuadas a traves del chat de su móvil.

Por eso ha decidido recluirse a la clausura del silencio, dejando para otros con el verbo y las ideas más claras eso de enfrentarse a la prensa y negando toda posibilidad a su comparecencia o la de cualquiera de los responsables políticos del Ayuntamiento ante la comisión creada en el seno del mismo para responder a las preguntas del resto de grupos municipales. Una comisión que, por cierto, está muerta antes de arrancar sus tareas.

No sé cuánto aguantaría Doña Ana con la sonrisa helada, cortando las cabezas de quienes han traicionado su confianza, pero más la de los madrileños, pero está claro que está tocada y bien tocada y que algún que otro carroñero sueña ya con hacerse con sus despojos para tomar venganza en Cibeles de lo que no consigue en Génova. Lo que sí sé es que, mientras tanto, los que vivimos, gozamos y padecemos en esta hermosa ciudad, pagamos, como siempre, los platos rotos de unos y otros.



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