lunes, 12 de noviembre de 2012

EN QUÉ MOMENTO FUE QUE SE JODIÓ ESPAÑA?

 
El otro día, mirando la foto de aquella plantilla fundacional de EL PAÍS que había "colgado" Maruja Torres en Facebook, recordé aquella pegunta que se le planteaba a Zavalita, protagonista de la novela "Conversación en la Catedral" de Mario Vargas Llosa. "En qué momento fue que se jodió el Perú" le preguntaban y "en qué momento fue que se jodió España" es lo que me atreví a preguntarle a la nostálgica Maruja que, ante la escabechina que están haciendo con su periódico, pasaba de llorar de pena a hacerlo de rabia. Y Maruja no dudó en fijar ese momento en el final de los ochenta y creo que tiene razón.
Fue en aquellos años cuando comenzó el baile de las hipotecas, os acordáis, aquel baile en que, en contra de todo lo razonable los bancos se quitaban unos a otros los clientes, a base de hacerse con sus hipotecas para ofrecérselas, más baratas, si la renegociaban con ellos. Fueron los tiempos en que los bancos, y también las cajas, pasaron de regalar calendarios por navidad a "vendernos" vajillas, baterías de cocina, relojes y, en el mejor de los casos, televisores, si le poníamos los cuernos a nuestro viejo banco con ellos.
Estábamos felices, España estaba de moda y a los españoles nos iba muy bien, por qué íbamos a renunciar a disfrutarlo. Además, conseguir dinero era fácil, cada vez más fácil. España era Jauja, pero, imperceptible, silenciosamente, se estaba jodiendo. Y por qué se estaba jodiendo. Se estaba jodiendo porque fue en aquellos años, cuando la mentira pasó a ser moneda de cambio. Pusieron la zanahoria de los pisos mejores, las vacaciones y los coches, mientras escondían bajo la mesa el palo de la letra pequeña, de los embargos y los desahucios.
Evidentemente nos faltó prudencia y nos faltó realismo, porque, y ahora, mientras nos lamemos las heridas, lo vemos claro, nadie hace nada por nada ni por nadie. Nadie puede mejorarte la hipoteca sin llevarse nada a cambio. Ni siquiera el empleado que lleva años atendiéndote, primero en la ventanilla, que por sí denota distancia, y ahora tras esa mesa tramposa que, para tu mal, puede llevarte a creer que estáis en el mismo lado, y nada más lejos de la realidad.
Pero, si nosotros fuimos ilusos e imprudentes y ellos unos canallas, peores han sido aquellos que borrachos de soberbia, poder y falso sentido de la responsabilidad han olvidado que el cuero y las maderas nobles que envuelven su escaño no están allí para su disfrute, ni para que nos miren por encima del hombro. El cuero, la madera, la megafonía, los carísimos sistemas de votación, sus caros teléfonos, sus tabletas, sus sueldos y sus dietas, están a su disposición para que les sea más fácil y menos penoso cumplir con lo que les ha llevado allí, que no es otra cosa que el compromiso de hacer nuestra vida más fácil y más justa.
Pero lo han olvidado. Fue quizá por esas fechas cuando lo olvidaron. Fue cuando se dieron cuenta de que, como los bancos, podían quedarse con nuestra cuenta, aunque, eso sí, sin entregarnos la vajilla o el televisor prometidos. Fue entonces cuando se las apañaron para hacernos olvidar que existía la clase obrera, fue entonces cuando nos hicieron a todos propietarios, cuando, de la noche a la mañana, nos convirtieron en clase media. Fue cuando pretendieron, y lo consiguieron, que aquello de obreros y patrones era pasado, que ya todos éramos empresa. Fue cuando el capitalismo escondió las garras y se vistió con pieles de cordero... Y lo peor de todo es que los partidos políticos, nuestros representantes les ayudaron.
Fue por entonces, Zavalita, que se jodió España.
 
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