miércoles, 5 de diciembre de 2018

SUPREMACISMO Y COMPAÑÍA


Lo que más me sorprende de la estrepitosa entrada de Vox en el parlamento andaluz es que algunos se sorprendan como lo están haciendo. Es cierto que Vox ha conseguido doce escaños con los que casi nadie contaba en Andalucía, pero no es menos cierto que, en su lucha por parecerse a ellos, los partidos de la derecha "civilizada", cuánto tiempo sin adjetivar así a la derecha, han dulcificado los perfiles de un partido que, sin complejos, se siente orgulloso de encarnar todo lo que aborrecemos. Siendo cierto lo anterior, que antes de mostrar su cojera la derecha andaluza había presentado a Vox como el báculo que supliría sus deficiencias para llegar al palacio de San Telmo, no es menos cierto que los partidos de la izquierda, incluyo al PSOE, se habían dormido en los laureles de una batalla dialéctica y sólo dialéctica, en la que lo que primaba eran las frases bonitas, el acento andaluz y los dragones, mientras los de Abascal se vestían el disfraz que se han cosido con las insatisfacciones, reales o no de quienes nunca han contado para ellos, gente frustrada, con razón o sin ella, gente que busca soluciones tan simples como irreales, gente que se conforma con arremeter contra el culpable que les han señalado aquellos detrás de quienes se esconden quienes sólo pretenden servirse de sus miedos y sus fobias para, pasándose  por donde podéis imaginaros la Constitución y cualquier regla de convivencia que nos hayamos dado, hacerles servir de ariete contra cualquier avance en lo social o contra cualquier defensa de los colectivos tradicionalmente marginados.
No hay más que detenerse a estudiar el perfil de su candidato a la presidencia en Andalucía, un juez, Francisco Serrano, separado de la carrera judicial, empeñado en negar en sus sentencias los malos tratos psicológicos y dejar a los hijos de las parejas que pasaban por su juzgado en manos del padre, tan machote como él, un juez nada distinto del que firmó la sentencia de "la manada", una sentencia que, acaba de confirmar Tribunal Superior de Justicia de Navarra.
Esa es la filosofía de Vox, el supremacismo en cualquiera de sus formas, el supremacismo del hombre frente a la mujer, el que niega como en el caso de Serrano, los malos tratos y no duda en presentar al varón como víctima de las artimañas de la mujer que denuncia, el del hombre dueño del hogar, de la mujer y de los hijos, el supremacismo del hombre blanco y católico que trata de imponer sus reglas y sus creencias a quienes vienen de fuera a trabajar en sus campos, bajo los plásticos asfixiantes de los invernaderos, subidos a los andamios de la construcción o limpiando la basura de nuestras calles, colgados de los camiones o empujando un carro con pala y escoba, el supremacismo de esas familias  que tienen a sus mujeres de criadas por un sueldo miserable y no quieren verlas, ni a ellas ni a sus niños, por las calles, en los parques o en los colegios a los que acuden sus hijos.
Supremacismo injusto y cruel que justifican en el miedo, qué paradoja, a que toda esta inmigración que viene a nuestro país cambie nuestras costumbres, supremacismo de quienes quieren cerrar las mezquitas y están dispuestos a defender a "cristazos" el territorio. Supremacismo de quienes claman su "Los españoles primero", pero no están dispuestos a enterrarse en vida en los invernaderos ni a subirse a los andamios o tocar las basuras que ellos mismos generan. Supremacismo de quienes no se atreven a proclamar el "yo primero" que realmente les mueve, supremacismo de quienes dicen que defienden una religión y unas reglas que ni respetan ni practican. Supremacismo que en poco o en nada se diferencia del de los "caballeros" del Ku Klux Klan, al sur del sur, que no dudaban en matar y quemar como a perros a los que explotan.
Supremacismo de quienes podrían formar parte de un gobierno del PP en Andalucía, como ya les ha prometido Pablo Casado y mantiene en ascuas a Ciudadanos, supremacismo que nos iguala ya con la peor Europa, la que parece empeñada en repetir los errores que llevaron al fascismo, supremacismo que llevó a Trump a la Casa Blanca, supremacismo que ya se ha adueñado de Dinamarca, donde la coalición que gobierna se dispone a encerrar en una isla a los extranjeros "indeseables". Supremacismo que decimos odiar y que, sin embargo, viene muchas veces de nuestra mano.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Un interesante artículo ...

Saludos
mark de zabaleta