Confieso que, salvo por su maldita afición a estrangular
países con problemas y por los culebrones, mitad pornográficos, mitad
policiacos, que suelen acompañar a sus últimos directores, que vaya trío, el
Fondo Monetario Internacional me interesa poco o nada. Aunque me temo que yo -y
el resto de los españoles, portugueses o griegos- le interesamos aún menos a la
institución.
A estas alturas espero que a nadie le quepa la más mínima
duda de que el FMI no vela por la salud económica de los ciudadanos de este
complicado mundo que nos ha tocado vivir, entre otras cosas porque el fondo así
lo ha queridos. Mucho menos parecen interesarle las economías de los países
adscritos a esa ruleta rusa que gobierna. En todo caso lo único que defendería
son los interesas de las grandes corporaciones multinacionales y especialmente
las de quienes en las últimas décadas se han cargado el viejo, aunque más
humanizado y lógico, modelo de economía productiva, para cambiarlo por el
vertiginoso y truculento de la economía especulativa.
MI impresión, que creo ajustada a la realidad, es que el FMI
contempla a los países como unidades de producción que han de obtener
beneficios con el mínimo gasto, como si fuesen maquinaria que se compra
se usa, se engrasa y se limpia de vez en cuando y, cuando queda obsoleta o es
imposible su reparación, se tira y se cambia por otra. Que, para sus intereses,
Europa ya está anticuada y que el recambio está en Asia es el ejemplo más claro
de lo que digo.
Cómo, si los españoles le interesásemos lo más mínimo al
fondo, tendrían la poca vergüenza de hacer propuestas como la de ayer de bajar
un diez por ciento los salarios en España, en aras de una presunta reactivación
de la creación de empleo. Ojalá fuese tan simple como se viejo problema de
aritmética ¿si con veinte euros puedo comprar cien manzanas, cuántas
manzanas podría comprar si costasen un diez por ciento menos?
El ejemplo vale para las manzanas, porque se comen, se
confitan, sirven para elaborar tartas e, en el peor de los casos, se usan
para dar de comer al ganado y punto. Pero las personas, los ciudadanos, no
son manzanas, a pesar de lo que piense esa mente privilegiada que rige los
destinos de Madrid y los madrileños. Las personas tienen necesidades y quienes
les contratan para sus empresas les necesitan para sacar de ellos su fuerza de
trabajo -término anticuado pero claro como el agua clara- pero no sólo su
fuerza de trabajo. Necesitan también que gasten el dinero, poco o mucho, que
les dan a cambio de esa fuerza de trabajo para que consuman los productos o
servicios que producen.
Está claro que, si con el endeudamiento pendiente en muchas
familias españolas proveniente de las muchas burbujas en que vivimos
atrapados, con la caída de ingresos en la unidad familiar a causa del paro
y la drástica caída de los salarios y la subida de servicios públicos, copagos,
repagos y demás, ya es difícil que a las familias españolas les quede para algo
más que sobrevivir, cómo espera el FMI reactivar el consumo y, con él, la
economía española. Y está claro también que para el fondo no somos ciudadanos,
con derecho a ser felices y a prosperar, sino galeotes mal alimentados que
reman a punta de látigo y, cuando, desfallecidos, ya no pueden más se
echan por la borda.
Como decía al principio, en absoluto me interesa el Fondo
Monetario Internacional, ni me interesan los chorizos, obsesos
sexuales o tramposas que ha tenido y tiene al frente, me temo que yo
tampoco le intereso mucho más allá que como simple sumando de sus
"cuentas", pero estoy seguro de que cualquier cosa que digan o hagan
me va, nos va, a perjudicar.
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