Feo, pagado de sí mismo, patoso, con ese sentido del humor -por llamarlo de algún modo- de quienes está acostumbrado a que les rían
las gracias, porque tiene una corte de pelotas que lo hacen, siempre
malencarado y provocador, José María Aznar -la mayor anomalía
de la democracia española- se aparece de vez en cuando a sus compañeros de partido para sobresaltarles
y, de paso, sobresaltarnos a todos los españoles. No digo que lo consiga, pero, intentarlo, lo intenta.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, esos ojos sin vida,
perdidos en los más negros pensamientos, ya no asustan a casi nadie. Y no
asustan, porque el poder que le queda a José María Aznar, artífice de la España
de la burbuja inmobiliaria, mentor de Rato y de Blesa, inventor de la trama
Gürtel y sus mordidas, "reconquistador" del islote de Perejil,
figurante de relleno en la foto de las Azores, socio en un primer momento y
martillo, después, de nacionalismos, desalmado y mentiroso en aquel terrible once
de marzo, el poder que conserva es apenas una sombra del que tuvo, porque
aquella influencia de antes ya no se sostiene hoy sobre nada operativo y apenas
es un recuerdo, un mal recuerdo de lo que un día fue, un mal recuerdo incluso
para los militantes de su partido, porque sus más fieles ya no pisan las
alfombras del poder real.
Le ocurre lo mismo que a Esperanza Aguirre, el personaje más
histriónico de la política española de los últimos tiempos, condenada hoy a las
performances a que nos ha acostumbrado a los madrileños, cada vez que a la
alcaldesa Carmena y sus concejales se les ocurre tocarles los coches, la reina
del carril bus, a la que acaba de salirle competencia con la vicepresidenta
"busca chollos" que dejó coche y escoltas a las puertas de Primark,
unos metros más adelante de su hoy desaparecido cajero.
Aznar ya no tiene quien le quiera, mucho menos quien le
tema, pero conserva un instrumento, la FAES, con el que de vez en cuando
desafina en esta España tan lejana del mundo neocon en que, desde que dejó la
política, se mueve. Un instrumento carísimo, con el que se cobran y pagan
favores, que pretende ser faro y guía espiritual para el Partido Popular,
encendiendo las alarmas y haciendo sonar las sirenas, cada vez que alguna
decisión de quien hoy ocupa Génova y, sobre todo, la Moncloa no le satisface.
Y en esas estamos, porque apenas ha tardado en criticar con
suma dureza la política de acercamiento que, por fin, ha emprendido el Gobierno
hacia Cataluña y lo ha hecho con toda su ira, especialmente contra esas
palabras de la "vice" del Primark, calificando de error el recurso ante el Constitucional contra el Estatut de Catalunya refrendado por el Congreso en tiempos de
Zapatero. Se ve que Aznar no es capaz de ver desde su enorme soberbia que, si
Cataluña está hoy como está, dividida y al borde de la ruptura es gracias a sus
buenos oficios y a su nacionalismo rancio de brazo en alto y aguilucho.
Afortunadamente, como digo, las consignas y las críticas de
Aznar, por más que se recojan en los telediarios, apenas son un regüeldo, un
mal recuerdo, de una mala digestión.
Aznar escogió dar miedo en vez de infundir respeto. Por eso,
de vez en cuando, de vez en cuando saca su esqueleto, su fantasma, a pasear,
sin caer en la cuenta de que ya no asusta a nadie.
2 comentarios:
Ciertamente lamentable...
Tiene razón 'Mark': Lamentable. Pero no te doy la razón en esto: "figurante de relleno en la foto de las Azores". No lo fue, pues nos metió a todos en una guerra que no nos correspondía, donde murieron muchos soldados.... ¡Y se va a ir de rositas, ni siquiera reconociendo el daño como ha hecho Blair. ¡Qué pena!. ¡Qué asco!.
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