martes, 13 de diciembre de 2016

RABIA Y VERGÜENZA


Cuando, la noche del domingo, vi y escuché, que son cosas distintas, la entrevista que hizo Jordi Évole a Juan Luis Cebrián, sentí rabia y vergüenza. Rabia, al comprobar el descaro y la soberbia de quien fuera mítico, también para mí, director de un no menos mítico diario EL PAÍS, mitos de los que, en uno y otro caso, apenas queda ya nada. La vergüenza la sentí al tener que reconocer que ese personaje torpe, escurridizo y en todo momento a la defensiva es el mismo por el que yo, un día no tan lejano, sentí admiración y respeto.
A estas horas, sigo preguntándome qué delirio le llevó a conceder entrevistas a medios tan lejanos a sus intereses y, previsiblemente, nada amables ni sumisos para con quien se había comportado con ellos como la reina de corazones del cuento de Lewis Carroll, pidiendo a troche y moche las cabezas de quienes osaron poner en duda su buen nombre.
Estoy hablando de que, aunque una y otra vez negó haber dado él mismo la orden de despedir de los medios del grupo PRISA a los colaboradores procedentes de la Sexta o El Confidencial, lo cierto es que, salvo raras excepciones, todos, uno tras otro, dejaron de participar en ellos como columnistas o contertulios. Una circunstancia que convierte en inexplicable su osadía al comparecer en Onda Cero y La Sexta, con Évole o Alsina, para, como diría Umbral, "hablar de su libro".
No sé si lo suyo fue osadía, imprudencia, soberbia o aplicación de la vieja consigna de "que hablen de mí, aunque sea bien", pero lo cierto es que no debió pasarlo muy bien ni salir muy contento de un par de entrevistas en las que sus interlocutores no se dejaron preguntas en el tintero ni dejaron de exigir las explicaciones pertinentes a sus respuestas evasivas.
Nada que ver con otra entrevista, la que concedió a Javier del Pino y José Martí Gómez, horas antes en la Cadena SER, de la que, sin duda, salió más satisfecho y relajado, porque a pesar de que así lo anunció Javier, viejo amigo y compañero, al comienzo de la misma, en casi una hora de conversación no se habló de Panamá ni ningún otro papel. Lo digo, porque me tomé la molestia de escuchar ayer el podcast de la conversación que coincidía con mi obligatorio deambular dominical por El Rastro y, salvo un momento, casi al final de la entrevista, por el que parecen haber pasado las tijeras, y no sería la primera vez que eso ocurre en un podcast de la SER, los malditos papeles no aparecieron.
Aun así y confiando en que se le pregunto por ello, no soy capaz de imaginar a un señor que utilizaba un ascensor privado y se hacía acompañar de guardaespaldas para acudir a las entrevistas en su casa, dos plantas más arriba de su despacho, se dejase preguntar en ella por algo tan incómodo.
Sí le preguntaron en Onda Cero y en la Sexta, donde también salieron a relucir las acciones de Star Petroleum que, aclaró, ya no valen nada y le fueron regaladas por un amigo, amigo también de Felipe González, a cambio de un favor. Le preguntaron y fue uno de los momentos más tensos de la noche. Tanto, que salió del paso negándose a explicar sus contradicciones, que, dijo, sólo comparte con su psiquiatra, su psicólogo y, antes, con su confesor, supongo que recordando su pasado pilarista, del que no parece haber renegado. Sentí vergüenza, mucha vergüenza, al comprobar como este señor, al que durante muchos años tuve como referencia, se escabullía como un Roldán cualquiera, como un Granados o un Bárcenas del barrio de Salamanca, de un asunto que raya claramente en la corrupción, algo para lo que, al otro lado de la mesa, él hubiese sido implacable.
La rabia, bastante como para decirle cuatro cosas a la cara, de no haber una corte de guardaespaldas, asesores y secretarias de por medio asesores, me vino cuando le escuche hablar con tanto desapego del ERE de EL PAÍS o de la precarización del empleo en el periodismo o cuando no movió una pestaña, ni dio una explicación convincente a la circunstancia de que, mientras EL PAÍS despedía a la mitad de su plantilla, condenando a sus redactores, algunos ya cincuentones, a convertirse en parados de larga duración de una profesión en crisis. Rabia y vergüenza, sí y cada vez menos fe en la SER, en la que el mismo personaje entrevistado por Évole, Cebrián, salió más que favorecido. Y eso, a pesar de que se nos prometió una imparcialidad que brilló por su ausencia, porque amabilidad la hubo tanto por parte de Évole como de Pino.

2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Realmente alucinante...

V(B)iajero Insatisfecho dijo...

Un potente análisis de la entrevista. No la vi entera pues me puede el dedo del 'zapping' cuando algo me repugna. Valor el tuyo por escucharla entera.
Un abrazo de un seguidor (desde los primeros días) de El País.