martes, 27 de diciembre de 2016

ASÍ MENOS, PABLO


Estoy desando ver los resultados de la primera encuesta que se realice después de la muy vergonzante purga que, con nocturnidad, alevosía a unas horas de la Nochebuena ha llevado a cabo contra José Manuel López y, por extensión, contra Íñigo Errejón, Ramón Espinar, el particular Beria al que Pablo Iglesias ha encargado marcar territorio en Madrid.
Tengo ganas de verlos porque, como votante de Podemos en las pasadas elecciones autonómicas, me siento traicionado y ofendido. Traicionado, porque, como muchos, más que a Pablo Iglesias y sus compañeros, yo voté a la gente que les votaba. Y les votaban todos aquellos que creíamos que había que cambiar la manera de hacer política, para romper el injusto equilibrio que, durante décadas, ha mantenido alternativamente en el poder a PP y PSOE, con el consiguiente deterioro democrático, del que el alejamiento de los ciudadanos, la ignorancia y el desprecio de sus necesidades han sido caldo de cultivo para tanto enfangamiento, tanto clientelismo y tanta corruptela.
La verdad es que, pese a una incompatibilidad casi instintiva con la sobreactuación de palabra y de gesto de Pablo Iglesias, llegue a ilusionarme. Más, cuando frente al discurso efectista de éste, se iba construyendo otro mucho más maduro, sensato y, sobre todo, práctico de Íñigo Errejón. Me ilusioné, pero no tardé en comprobar las proporciones bíblicas del ego del "amado líder", su intolerancia para con cualquier discrepancia, por pequeña y sensata que sea y, lo que es peor, su presteza para poner en marcha el aparato del partido contra quienes tuviesen el atrevimiento de discrepar.
También está claro que Iglesias no quiere un partido fuerte en las urnas, con herramientas y discurso capaz de crecer en la sociedad. Por el contrario, parece estar más cómodo en un partido monolítico, aunque el discurso único le cierre las posibilidades de crecer en la medida que sociedad necesita que crezca. Lo suyo es la dominación más que el convencimiento y, para ello, no duda en amenazar, castigar y, si es preciso, purgar al discrepante. Pero, siempre, de forma vicaria, interponiendo entre sus deseos, que para ellos son órdenes, a vicarios como Juan Carlos Monedero, capaz de amenazar a todo un diputado, o el corto Ramón Espinar, por el que alguno dimos la cara en su crisis inmobiliaria y que, ahora, ha emprendido la poda del partido en Madrid para que no crezcan ramas torcidas ni malas hierbas junto al árbol del taimado Iglesias, que manda a sus chicos y sus chicas a laminar a Íñigo Errejón y José Manuel López en las redes y en los medios convencionales cuyo uso les afean.
Me deprime y me ofende que un personaje como Espinar esgrima presuntas razones y procedimientos democráticos para, desde su secretaría en Podemos Madrid, ganada por los pelos y con la alianza con Izquierda Anticapitalista, cesar como portavoz en la Asamblea a José Manuel López, cabeza de lista a la Asamblea de Madrid, elegido en unas primarias y con un prestigio social y profesional que movió a gente como yo, ajeno a la organización, a darle su voto en aquellas elecciones.
Pero a Iglesias no le gustaba y no le gustaba, entre otras cosas, por ser un hombre de Errejón. Por eso, inventándose una ineficacia que no es tal de López, le ha cesado entre villancico y villancico, entre turrón y turrón, para colocar en su puesto a Lorena Ruiz, de Izquierda Anticapitalista, quizá como pago por su apoyo en la desactivación de Errejón de cara al Vistalegre 2.
Iglesias no sólo clava sus dagas de noche y por la espalda, sino que niega a los demás el derecho a quejarse o defenderse de las puñaladas. Por eso, ante las quejas de Errejón ante el cese de López, Iglesias lanzó a sus tuiteros contra Errejón con ese "Así no, Íñigo". Un "hashtag" que me permito parafrasearle en "Así menos, Pablo", porque no todo es cantar a coro con las manos cogidas, ni presentarse en público con una multitud detrás. La unidad no hay que representarla ni fingirla. La unidad hay que construirla y la purga es una mala herramienta para ello.