miércoles, 6 de marzo de 2013

CAUDILLOS

 
 
Quizá porque crecí bajo una dictadura, tolero mal a los caudillos. No soy capaz de sobreponer las ventajas, que alguna tendrán, a la asfixiante falta de libertad que generan. Anoche, cuando escuché en la radio las palabras del delfín de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, anunciando su muerte, no pude sino recordar aquellas otras del siniestro Carlos Arias Navarro, cuando aquella fría mañana anunció entre pucheros la muerte de quien, a lo largo de casi cuatro décadas, mantuvo su bota militar, transformada luego en zapato de burócrata, sobre el espinazo de los españoles.
Ya sé que tienen poco que ver uno y otro. Ya sé que aunque los dos fueron militares, uno de casta y otro nacido del pueblo, y los dos golpistas, Franco se sublevó contra la bandera que juró defender y lo hizo para devolver el poder a los oligarcas, mientras el otro, en principio, lo hizo para acabar con la pobreza endémica de su pueblo. Lo sé y no querría olvidarlo, pero uno y otro acabaron cultivando los vicios comunes que identifican a los caudillos, sea cual sea el color de sus sueños.
Hugo Chávez conoció la cárcel como castigo a aquella asonada frustrada con la que quiso cambiar el destino de Venezuela y aquellos dos años de prisión le dieron popularidad y la pátina de caudillo de los pobres que le acompañarían ya para siempre. Con ese liderazgo ganó las elecciones a una clase dirigente dividida y torpe que quiso acabar con él mediante un golpe "blando" que, cuando escapo de prisión, rescatado por sus paracaidistas, acabó por consagrarlo como héroe popular.
Evidentemente, si me dan a elegir entre uno y otro caudillo, me quedo con el venezolano. Pero sólo por un rato, dependo demasiado de la libertad -para hablar, para escribir, para moverme, para escoger a mis amigos- como para cambiarla por un cierto progreso. Dicen que también Franco trajo a España el bienestar que propició el nacimiento de las clases medias, aunque, yo, más bien creo que fueron los tiempos y la necesidad que occidente tenía de nuestras playas, nuestra mano de obra y nuestras bases, pero fue mucho más negro todo lo demás que nos dejó y nos costó demasiado librarnos, si es que nos hemos librado, de todo aquello.
Dicen que Chávez fue el instrumento que sirvió a millones de venezolanos para salir de la pobreza. Y estoy seguro de que ha sido así. Pero también es cierto que ese mismo pueblo que recibió de un Hugo Chávez cabalgando a lomos del mejor momento de los mercados, para su petróleo primero y para la soja ahora también, se sirvió de ese pueblo para perpetuarse en el poder, intimidando a sus rivales y modificando las leyes y la constitución cuantas veces lo consideró oportuno. Una generosidad quizá interesada que se extendió a otros países de la zona, que le consagraron como líder de la región, a cambio de un petróleo que exportaba con precios políticos, a costa, incluso, del bienestar de los venezolanos.
El de Chávez ha sido un liderazgo muy fuerte y como todos los caudillos, Artur Mas incluido, acabó envolviéndose en los símbolos, haciéndose pasar por Venezuela y haciendo pasar a Venezuela por él.
Verle envuelto en la bandera, implorando a Jesucristo para afrontar su enfermedad, cuando aún podía hacerlo, me producía escalofríos. El de Chávez ha sido un liderazgo muy carismático y fuerte y va a resultar muy difícil que lo herede el chavismo, por muy "atado y bien atado" que haya pretendido dejarlo, al tratar de traspasar carisma y liderazgo a Maduro. No creo que vaya a haber chavismo sin Chávez y sólo deseo que la huella del caudillo que quiso ser un nuevo Bolívar sirva para que los rescatados de la pobreza no vuelvan a ella y para que la oposición recuerde que nada es posible sin el pueblo, por muy humilde, inculto y despreciable que lo consideren.
Ha muerto un caudillo y ha muerto como mueren los caudillos, como murió Franco, solo y secuestrado por su propia obra, deseando quizá la paz y la tranquilidad que hubiese tenido en ese tránsito, de no haberse erigido en la única salvación de su pueblo. Ahora le debería llegar el turno al pueblo en libertad.
 
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1 comentario:

MAKISLAND dijo...

Como bien dices, entre coetáneos, si hay que elegir entre Guatemala y Guatepeor, sin duda, me iría para Guatepeor. Como en esta inversión que nos atañe, unos soltarán lágrimas de cocodrilo y otros brindarán con cava o champán ( según su chovinismo) o con tintorro de los Oteros en nuestros tiempos.
En "nuestra" condición humana particular; crecimos viviendo en el patio del señor Monipodio y seguimos por suerte, eso sí, viendo trotar "libremente" a rocinante por la piel de toro. Que tengas buenas tardes Javier.