miércoles, 27 de abril de 2016

TODOS (O CASI TODOS) MIENTEN


Nunca, así de duro, nunca, los cuatro grandes partidos españoles han tenido el más mínimo interés en formar un gobierno que representase a la mayoría de los españoles. Ni siquiera Pedro Sánchez, quien desde su endeblez dentro del partido que aparentemente dirige, se vio forzado a asumir el encargo del rey para intentar formar un gobierno, que, aunque lógico y posible, sumaban más los votos de la izquierda, tenía sobre sí la hipoteca impuesta por la vieja guardia socialista que le impedía pactar la consulta en Cataluña y recabar el apoyo de los nacionalistas. Una hipócrita imposición de quienes gobernaron la mayor parte del tiempo con el apoyo de los catalanes o vascos.
Pese a todo, a sabiendas de que con esa premisa era imposible un acuerdo y consciente también de la negociación era su última oportunidad, si no de salvarse como secretario general. sí de aumentar su popularidad, Pedro Sánchez se dedicó a escribir el guion de una película de Hitchcock, en la que todos somos testigos del crimen en la primera escena, en la que vemos el rostro del asesino y, pese a ello, se nos mantiene en vilo, haciéndonos creer que podemos estar equivocados. Pero, al final, todo queda como parecía al principio. Y lo vimos ayer con la cínica comparecencia de su portavoz, Antonio Hernando, que dijo aceptar la propuesta "in extremis" de Compromís, imponiendo una condición, la del gobierno monocolor socialista con independientes, una propuesta a todas luces inaceptable por el resto de hipotéticos socios.
Otro gran mentiroso ha sido Albert Rivera que ha pretendido hacernos creer que el suyo es un partido sin las afiladas aristas de la derecha "de toda la vida" pero que, en cuanto ha tenido que hablar claro, como ayer, se ha retratado como el partido de la derecha pura y dura que es, porque, más allá de sus resabios machistas o moralistas, siempre se ha colocado del lado del poder económico que para algo le ha financiado la expansión estatal, un milagro en el que han pasado de no tener militantes fuera de Cataluña ni bases perceptibles a obtener cuarenta diputados en toda España. De hecho, Albert Rivera fue ayer, antes incluso de que Felipe de Borbón concluyese su ronda de conversaciones, el encargado de hacer saltar por los aires, con su desprecio, la propuesta de los valencianos.
De Rajoy, poco que decir, porque ha seguido enterrado estos cuatro largos meses en el cieno de su charca, esperando al fracaso de sus adversarios, para sacar pecho y enseñar los dientes de su partido, podridos por la caries de la corrupción, viéndose vencedor otra vez de unas elecciones, las próximas, dominadas, salvo milagro, por la abstención.
Otra cosa es Podemos, o Pablo Iglesias, como queráis, y su juego del todo o nada, muy parecido al de Albert Rivera, lleno de vetos y obstáculos a cualquier acuerdo posible, en el que, por fin, ha mostrado su verdadera cara, alejándose de esa idílica transversalidad de ser el partido de los de abajo, mientras el desgaste del poder ha ido mostrando algunas de sus incoherencias y alguno de los vicios de los que llaman "casta". Su intransigencia, sus salidas de tono, sus purgas y sus cacicadas le colocan en las encuestas, a punto de arrancar la nueva campaña, con un desplome de su popularidad, cercana ya a la de Rajoy, alejada de la de aquella sangre nueva que tanta ilusión despertó en la política española, y parecida ya a la de los políticos "viejos". Además, no puedo quitarme de la cabeza que, de no haber lanzado esa OPA inaceptable a Izquierda Unida de cara a una alianza para las pasadas elecciones, hoy tendríamos ya gobierno y sería de izquierdas,
Todos, salvo quizá Izquierda Unida y quienes no aspiran a presidir nada, nos han mentido. Todos se han mostrado falsamente del centro, porque todos saben que quien no se decide, quien duda, quien se confiesa "apolítico" se cree de centro. Pero "el centro" aquello que se inventaron Suárez y sus socios fue apenas un espejismo en un desierto arrasado por la dictadura.
El centro no existe ni, mucho menos, los partidos de centro. Todos, o casi todos, nos han mentido y, ahora, tenemos que volver a las urnas, más sabios, porque todos o casi todos se han quitado la careta, pero, y eso es lo malo, vamos también más cansados.