Nunca, así de duro, nunca, los cuatro grandes partidos
españoles han tenido el más mínimo interés en formar un gobierno que
representase a la mayoría de los españoles. Ni siquiera Pedro Sánchez, quien
desde su endeblez dentro del partido que aparentemente dirige, se vio forzado a
asumir el encargo del rey para intentar formar un gobierno, que, aunque lógico
y posible, sumaban más los votos de la izquierda, tenía sobre sí la hipoteca
impuesta por la vieja guardia socialista que le impedía pactar la consulta en
Cataluña y recabar el apoyo de los nacionalistas. Una hipócrita imposición de
quienes gobernaron la mayor parte del tiempo con el apoyo de los catalanes o
vascos.
Pese a todo, a sabiendas de que con esa premisa era
imposible un acuerdo y consciente también de la negociación era su última
oportunidad, si no de salvarse como secretario general. sí de aumentar su
popularidad, Pedro Sánchez se dedicó a escribir el guion de una película de
Hitchcock, en la que todos somos testigos del crimen en la primera escena, en
la que vemos el rostro del asesino y, pese a ello, se nos mantiene en vilo,
haciéndonos creer que podemos estar equivocados. Pero, al final, todo queda
como parecía al principio. Y lo vimos ayer con la cínica comparecencia de su
portavoz, Antonio Hernando, que dijo aceptar la propuesta "in
extremis" de Compromís, imponiendo una condición, la del gobierno
monocolor socialista con independientes, una propuesta a todas luces
inaceptable por el resto de hipotéticos socios.
Otro gran mentiroso ha sido Albert Rivera que ha pretendido
hacernos creer que el suyo es un partido sin las afiladas aristas de la derecha
"de toda la vida" pero que, en cuanto ha tenido que hablar claro,
como ayer, se ha retratado como el partido de la derecha pura y dura que es,
porque, más allá de sus resabios machistas o moralistas, siempre se ha colocado
del lado del poder económico que para algo le ha financiado la expansión
estatal, un milagro en el que han pasado de no tener militantes fuera de
Cataluña ni bases perceptibles a obtener cuarenta diputados en toda España. De
hecho, Albert Rivera fue ayer, antes incluso de que Felipe de Borbón concluyese
su ronda de conversaciones, el encargado de hacer saltar por los aires, con su
desprecio, la propuesta de los valencianos.
De Rajoy, poco que decir, porque ha seguido enterrado estos
cuatro largos meses en el cieno de su charca, esperando al fracaso de sus
adversarios, para sacar pecho y enseñar los dientes de su partido, podridos por
la caries de la corrupción, viéndose vencedor otra vez de unas elecciones, las
próximas, dominadas, salvo milagro, por la abstención.
Otra cosa es Podemos, o Pablo Iglesias, como queráis, y su
juego del todo o nada, muy parecido al de Albert Rivera, lleno de vetos y
obstáculos a cualquier acuerdo posible, en el que, por fin, ha mostrado su
verdadera cara, alejándose de esa idílica transversalidad de ser el partido de
los de abajo, mientras el desgaste del poder ha ido mostrando algunas de sus
incoherencias y alguno de los vicios de los que llaman "casta". Su
intransigencia, sus salidas de tono, sus purgas y sus cacicadas le colocan en
las encuestas, a punto de arrancar la nueva campaña, con un desplome de su
popularidad, cercana ya a la de Rajoy, alejada de la de aquella sangre nueva
que tanta ilusión despertó en la política española, y parecida ya a la de los
políticos "viejos". Además, no puedo quitarme de la cabeza que, de no
haber lanzado esa OPA inaceptable a Izquierda Unida de cara a una alianza para
las pasadas elecciones, hoy tendríamos ya gobierno y sería de izquierdas,
Todos, salvo quizá Izquierda Unida y quienes no aspiran a
presidir nada, nos han mentido. Todos se han mostrado falsamente del centro,
porque todos saben que quien no se decide, quien duda, quien se confiesa
"apolítico" se cree de centro. Pero "el centro" aquello que
se inventaron Suárez y sus socios fue apenas un espejismo en un desierto
arrasado por la dictadura.
El centro no existe ni, mucho menos, los partidos de centro.
Todos, o casi todos, nos han mentido y, ahora, tenemos que volver a las urnas,
más sabios, porque todos o casi todos se han quitado la careta, pero, y eso es
lo malo, vamos también más cansados.
1 comentario:
Muy bueno...
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