Tiene toda la razón Íñigo Errejón cuando lo dice. Que los
que tienen mucho dinero se pueden permitir saltarse las reglas es una obviedad,
pero no por ello hay que dejar de decirlo y darlo por sabido. No hay más que
ver la nómina de los titulares de las sociedades "offshore" desvelada
en los "papeles de Panamá", una nómina que afecta sólo a los clientes
de un despacho, el de Mossack y Fonseca, con doce jefes de Estado o primeros
ministros, ciento veintiocho políticos, sesenta y un familiares de estos,
además de futbolistas y actores y creadores. Cientos, miles, de nombres entre
os que no está el de ninguno de los vecinos de mi calle, ni siquiera el del
comerciante más próspero.
Lo más curioso es que, nada más hacerse pública la lista de
algunos españoles pillados en ello y tras las primeras reacciones de
"santa" indignación, comenzaron a llover las exculpaciones y las
excusas, Excusas que casi iban todas en la dirección de "fue hace mucho
tiempo" o la de "esas sociedades no han tenido nunca o hace mucho
tiempo que no tienen actividad", excusas curiosas cuando de todos es
sabido que esas sociedades cuestan dinero y que, si se compran, incluso con
sedes vacías, es para algo, porque nadie se compra un apartamento al que nunca
va a ir o que no va a alquilar.
Lo que no nos dicen es que todas esas sociedades fantasmas
son algo más que oficinas destartaladas y llenas de polvo. lo que deberían decirnos
es que son verdaderas pantallas o, mejor dicho, espejos con los que despistar o
marear a las haciendas de los países de origen de las fortunas, las que abren a
los contribuyentes de a pie una paralela por un "quítame allá diez
euros" y pierden el rastro de quienes realmente defraudan y sangran el
país en la sala de espejos de los paraísos fiscales que, como ideó el genial
Orson Wells para la última escena de "La dama de Shangai",
multiplican hasta el infinito el objetivo, haciendo imposible acertar al
verdadero blanco, dejando a salvo a la dama y su marinero.
Y es que la cosa no es tan sencilla como parece. Hace falta
una sofisticada red de sociedades y otra no más sencilla de testaferros
profesionales que permite ocultar los patrimonios y esconder a sus verdaderos
propietarios. Y para qué tanto esfuerzo y tanto coste. Supongo que hay muchas
razones, pero no se me quita de la cabeza que, si hay tantos jefes de Estado no
es precisamente para obras de caridad. Más bien me inclino a pensar que, para
ellos, son como la lata en que se esconde la sisa de la compra, ese dinero de
difícil justificación que se va acumulando y que resulta tan útil cuando vienen
mal dadas y hay que cerrar la puerta por fuera.
Por eso estoy esperando una explicación de Pilar Borbón o de
la Casa Real que la justifique y nos aclare el porqué de unas cuentas que se
abrieron y se cerraron coincidiendo con momentos clave de la vida de su
familia, especialmente relacionados con las fechas de principio y fin del
reinado de Juan Carlos, su hermano.
Supongo que, como a toda persona decente, la sacudida que en
mí han producido las revelaciones de estos "Papeles de Panamá" me ha
llenado de indignación y preguntas. Preguntas como la de por qué no se
investiga sistemáticamente a quienes acuden a estos despachos, a quienes ponen
sus deberes para con hacienda en manos de asesorías y despachos de abogados
especializados en derecho financiero que, a cambio de carísimas minutas,
ahorran a estos contribuyentes a base de ingeniería y triquiñuelas una importante
parte de los impuestos que corresponderían a la riqueza obtenida de o en
nuestro país y que deberían revertir en el bienestar de sus conciudadanos.
Preguntas a las que, me temo, nadie dará respuesta, porque
hay demasiados intereses creados y, lo que no es menor, porque hay mala
conciencia, especialmente en el PSOE que ha hecho y deshecho leyes a la medida
de los poderosos, unas veces directamente por encargo de los poderosos que tan
generosamente les tratan, a ellos, no a sus votantes, y otras forzados por la
presión externa sobre la deuda que hacen esos fondos de inversión y esos bonos
que se alimentan del dinero que unos pocos esconden en sociedades fantasma en
paraísos fiscales que "venden" despachos como el de Mossack y
Fonseca.
Como dice Errejón, el dinero ayuda a saltar las reglas que
debieran ser para todos y quienes se las saltan y quienes les ayudan a hacerlo
debieran saber que todo tiene un límite y que, cuando lo único que queda es el
miedo, el miedo también acaba por perderse.
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