Nos llamaron a las urnas hace casi cinco meses y obedientes
e ilusionados fuimos a ellas para dejar en ellas, impresa en un papel, la que
creíamos mejor solución para nuestros problemas que son y no deberían ser otra
cosa, los de la nación. Acudimos a las urnas cansados de que el gobierno que
formó Rajoy con la mayoría absoluta que le habían dado once millones d
españoles egoístas y ansiosos por tomar venganza de quien creían culpable
absoluto de sus desgracias. Acudimos tristes y resignados y comprobamos que
teníamos razón para ello, porque quienes, en lugar del "sálvese sólo
quien, como yo, pueda", queríamos soluciones para todos nos quedamos sin
nadie que nos defendiera. Nadie o casi nadie.
Habíamos padecido una legislatura injusta y dura, en la que
las tijeras del recorte hicieron presa en los más débiles, en quienes apenas
tenían instrumentos para defenderse, con los socialistas del PSOE inanes, no sé
si por cansancio, por vergüenza o porque, de alguna manera, como aquel vil
Joaquín Almunia que, bien acomodado en Bruselas, tuvo la desvergüenza de culpar
a los preferentistas de la estafa que les había dejado sin ahorros, porque,
dijo, deberán haber sabido que corrían un riesgo, Quizá por eso o quizá porque
después de tantos años pisando moqueta y tocando maderas nobles ya no
recordaban la frialdad del terrazo o la vulgaridad de la formica. Lo cierto es
que taparon sus ojos, sus oídos y sus narices, para no ver ni oír ni, mucho
menos oler el dolor, la injusticia y la miseria que el PP estaba sembrando entre
los más humildes.
Yo les había votado y he de reconocer que quise creerles
que, pastoreado por la prensa de orden, la que liquidó a la mitad de su
plantilla después de hundir su cabecera, llegué a justificar esa pasividad, ese
desapego de los problemas de todos. Pero, ensoberbecidos como estaban, no
supieron ver lo que se avecinaba. Lo tuve claro aquella noche en que una gran
marcha aisló el Congreso. Decenas de miles de ciudadanos, controlados a duras
penas por los antidisturbios que se hicieron tan habituales como los leones que
guardan sus puertas y los diputados socialistas en lugar, no ya de sumarse a
quienes daban testimonio del dolor y la rabia de una sociedad abatida y
despojada, sino de salir a la calle para saber de qué iba la protesta,
prefirieron indignarse y salir de allí vergonzosamente escoltados por la misma
policía que golpeaba a sus votantes.
Fue entonces cuando lo vi claro. Fue entonces cuando supe
que el PSOE ya no tenía nada que ver conmigo y mis problemas. Fue entonces
cuando crucé el punto de no retorno y decidí negarles mi voto para los restos.
Llegó aquel veinte de noviembre y voté. Como muchos españoles cambié mi voto,
lo llevé más a la izquierda o, simplemente, lo llevé a la izquierda, de donde
nuca debí haberlo sacado. Y los resultados de aquella jornada, pese a que
fueron injustos con la opción que yo voté, fueron esperanzadores, porque la
suma, si no de la izquierda, sí del progreso, sumaban como para que este país
tuviese el cambio que, tras cuatro años de dolor e injusticia, por fin se
merecía.
Yo, como muchos, vi en Pedro Sánchez la argamasa con la que
construir el muro que nos alejase del PP. Lo malo es que en esa argamasa había
demasiada arena del saco de esos barones instalados en el egoísmo y la soberbia
que, después de décadas gobernando en sus ínsulas baratarias, optan por su
cómoda estabilidad junto al PP, frente a la ilusión y el cambio que venía desde
su izquierda. Exceso de esa arena en el mortero que, al final, y antes de
sustentar nada creíble se deshizo entre los dedos de quien no quiso ver que el
único acuerdo posible lo era con la izquierda.
Ahora, si nada cambia en dos semanas, nos volverán a llamar
a las urnas. Lo malo es para, cuando se nos llame otra vez a las urnas, se
habrá quedado en el camino mucha de la rabia y la ilusión que hizo temblar a
Rajoy. Lo malo es que muchos de quienes volvieron después de muchos años a las
urnas o lo hicieron por primera vez se quedarán otra vez en casa y volveremos a
lo de siempre, con palabras de arrepentimiento y propósito de la enmienda, eso
sí, pero los de siempre, con su misma falta de sensibilidad, con su misma
corrupción, con sus reformas laborales, con sus privatizaciones y sus saqueos,
incluido el de la Seguridad Social, y, a mí, como a muchos otros, una pregunta
nos rondará implacable: ¿Qué han hecho con nuestro voto?
i
1 comentario:
Demasiados intereses en juego...jugando con los votos !
Saludos
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