jueves, 21 de abril de 2016

JUNTOS, MUCHO MEJOR


Sé que la mayoría de las veces no es bueno plantear y plantearse qué hubiera pasado si se hubiese hecho o dejado de hacer tal o cual cosa. De acuerdo. Las cosas siempre son como son y no como podrían haber sido. Sin embargo y, aun así, creo que tenemos derecho a pensar que la situación política actual sería muy distinta si, cuando se planteó hace unos meses, Izquierda Unida y Podemos hubiesen llegado a un acuerdo para acudir juntos a las elecciones.
De momento, los votos de unos y otros, sumados al innegable efecto de arrastre que cualquier oferta unitaria de la izquierda produce en electorado hubiesen superado de sobra los obtenido por el PSOE, porque no hay que olvidar que Izquierda Unida, pese a que apenas se le permitió dar su mensaje en las televisiones y pese a que quedó injustamente excluida de los debates obtuvo casi un millón de votos, votos que, por la injusta ley de D'Hont, quedaron, salvo en Madrid, donde obtuvo dos, sin la recompensa del escaño.
Aunque en política se puede estar seguro de pocas cosas, también estoy seguro de que esa suma de votos que no pudo ser hubiese tenido una traducción en escaños que hubiese arrumbado al PSOE de Sánchez al papel de tercera fuerza política y, con esos resultados, hubiese sido más que improbable que el rey encargase a Sánchez la formación de gobierno. Bien es verdad que quizá la consecuencia
de ese resultado hubiese sido "la santa alianza", esa gran coalición tan acariciada por el IBEX 35 y la CEOE. Bien es verdad que tal posibilidad preocupa, y mucho, en la izquierda, pero, como sentencia el dicho, "más vale una vez colorado que ciento amarillo", porque ese sería el penúltimo paso, si no el último, que diese el PSOE como partido de la izquierda.
Dicho esto, ahora viene lo más difícil. Y lo más difícil es la gestión de egos y recelos de unos y otros para que, si se repiten las elecciones, esta vez sí sea posible una lista unitaria de la izquierda, a la que nosotros los votantes, los tontos útiles, los olvidados, pudiésemos votar, sin tener que escoger a quién queremos más, sin tener que elegir "entre papá y mamá". Para ello, para hacer posible esa lista, Pablo Iglesias tendría que mostrar la cintura política que no tuvo en las conversaciones previas al 20-D y admitir a Izquierda Unida como grupo dentro de sus listas y no como un ramillete de nombres que sirvan de reclamo a los votantes.
Bien es verdad que ahora, sabiendo lo que sabemos y sabiendo lo que saben Podemos e Izquierda Unida del comportamiento de unos y otros en el Congreso. Sabiendo, por ejemplo, lo que Izquierda Unida puede esperar de Podemos y lo que Podemos puede esperar de sus mareas, las mareas de Podemos y, unos y otros, del presunto pedigrí de izquierdas del PSOE. Bien es verdad que con todos esos datos el acuerdo, si lo hay, será, si bien más difícil, sí más sólido.
Lo que parece ya seguro es que, si finalmente vamos a elecciones, ese falso equilibrio que ahora se da desaparecerá, porque los votantes acudiremos a las urnas con la lección aprendida y conscientes de lo que podemos esperar del partido a que votemos, conscientes del lugar al que van a llevar esos votos.
Sabremos, por ejemplo, que los votos entregados al PSOE creyendo en la posibilidad de un gobierno de izquierdas se podrán utilizar y se utilizarán para marginar a otras fuerzas de la izquierda a la hora de configurar los grupos y los órganos de la cámara.
No sé cuánto de lo que aquí he escrito se cumplirá. Lo que sí sé es que esta vez si es que, insisto, se convocan nuevas elecciones, es que tenemos que dejarnos la piel en el empeño de conseguir una lista unitaria que nos permita votar a unos sin dejar de votar a los otros. Esa sí que sería una gran lección para los partidos de la casta, esa sí que sería una gran oportunidad de cambiar las cosas, porque está claro que, juntos, todo irá mucho mejor.