miércoles, 13 de abril de 2016

COMO CAMPS, COMO ROLDÁN...

De todos los personajes cuyos nombres han aparecido hasta ahora en los papeles del despacho Mossack-Fonseca, el más patético sin duda, aunque seguido de cerca por Bertín Osborne, con sus malos modos y su nada santa indignación, es José Manuel Soria que, con su tozudez y su casi infantil modo de mentir, va de radio en radio, de televisión en televisión, siempre amigas, claro, desvelando poco a poco y a regañadientes la realidad que desde un primer momento denunciaban los papeles. Tanto ha mentido y en tantos sitios, que, de haber sido de madera, como Pinocho, no habría espacio en este mundo para contener su nariz.
Soria, como los malos estudiantes, evita el mal admitiendo la verdad "de a poquitos" y pasa del "ni yo ni mi familia tenemos nada que ver" a admitir que la empresa a la que se le vincula en los papeles fue fundada por su padre que tuvo en vida la mitad de las acciones. Pasó de la firma que figura al pie de los documentos se parece a la de mi hermano a admitir la relación, paso del "todo es una coincidencia, un error", un error que, por cierto, se repite tozudamente en Panamá y en Londres, a admitir que fue durante un tiempo administrador de las sociedades aludidas, aunque nunca asistió a ninguna reunió ni tomó decisión alguna.
Mentira tras mentira, datos que, sólo cuando se evidencian en pruebas tan solventes como las hojas del registro mercantil británico, se admiten y se admiten con excusas tan infantiles como que, si no lo había hecho antes, era porque no s e le había preguntado por ellos. Un tipo balbuceante de mirada huidiza, demasiado parecido, para mi gusto, a José María Aznar, del que parece un clon dos o tres tallas más grande, un tipo al que nadie se atrevería a comprarle un coche de segunda mano, que, para nuestra desgracia, es el ministro de la luz, el gas y el agua y, siempre, a favor de los poderosos que sientan a sus amigos y colegas, a los de su clase, en sus consejos de administración.
Y qué se podía esperar de quien pretende cobrar impuestos al sol, de quien, para desalentar a los que pretender independizarse de la tiranía de las eléctricas, les hace pagar cada kilovatio como si les llegase envuelto en celofán y, además, lo explica o, al menos, pretende hacerlo. Brillante carrera para un tipo gris donde los haya que, sin embargo, ignoraba que el pasado le aguardaba en los ficheros de un despacho de abogados en ultramar y que la prensa ya no es lo que era y la información, de un modo u otro, acaba por fluir libremente.
José Manuel Soria, acorralado por la verdad y sus propias mentiras, me recuerda al Francisco Camps de las mentirijillas sobre los trajes, al que sólo un tribunal complaciente libró de la condena, pero que tuvo que dimitir, para ver desde el Consejo Consultivo de la Generalitat como su partido se estrellaba en las autonómicas y como salían a la luz los chanchullos que tuvieron lugar bajo su gobierno.
También me recuerda quizá más todavía, a aquel Luis Roldan que peregrinaba por estudios y redacciones con su carpeta de excusas y aquella bolsita de cuero de contenido ignorado que siempre interponía entre él y sus interlocutores, más propia de un espía que de todo un director de la Guardia Civil, Roldán que juraba y perjuraba, nunca mejor dicho, su inocencia, acabó juzgado y en prisión tras una rocambolesca huida. Ahora, quien citara a la prensa en lujosos hoteles de París, parece que vive humildemente en un piso de mala muerte, 
Ese pequeño detalle, ese final, parece ser lo único que le separa del todavía ministro Soria y del ex presidente Camps: haber sido tan canalla y tramposos como ellos, pero no haber compartido una cuna noble que le pusiese a salvo de la desgracia final., Peri, en el fondo, Soria es como Camps, como Roldán...