miércoles, 30 de enero de 2013

SOBRE UN POLVORÍN

 
 
No hace mucho me contaba un amigo -geriatra, por cierto- que uno de sus "abuelos", emigrante toda la vida en los Estados Unidos, le comentaba, a propósito de la aparente paciencia de los españoles ante la crisis y sus arbitrariedades, que somos un pueblo con mucho aguante, que tarda mucho en levantarse, pero que, cuando lo hace, lo hace muy cabreado y, a veces, salvajemente. Y tiene toda la razón el abuelo. Nuestros gobernantes deberían releer de vez en cuando la Historia y tomar ejemplo del amargo destino de personajes que, como Napoleón, hicieron cuentas de tropas y trampas, de fuerza y alianzas, sin tomar en consideración el cabreo y el orgullo del pueblo que, cuando se supera el umbral de lo tolerable, cuando se atenta contra su dignidad, revienta en furia sin que pueda haber mamelucos o antidisturbios que la sofoquen.
No puede ser que, mientras una gran parte de la ciudadanía sufre calamidades sin fin, no puede ser que mientras la clase media está a punto de desaparecer, que mientras toda una generación, la que nació ya en democracia, la mejor preparada de la Historia o no, al fin y al cabo eso no importa, se queda sin acceso al mercado de trabajo, mientras a otra, la que, con su sacrificio, ayudó a hacer de éste, un país moderno, es expulsada del mismo, no puede ser -insisto- que las instituciones actúen como si despreciasen todo ese sufrimiento y contemplen con indiferencia como todo ese patrimonio humano se desperdicia. Tanto el gobierno de la Nación, como los de las comunidades autónomas, casi todos los partidos políticos, sin duda la iglesia católica, las altas esferas de la Justicia y la mismísima corona, por no hablar de los sindicatos, están en entredicho. Y lo están porque no han sido capaces de estar en su sitio cuando ha hecho falta.
Para unos, la política ha sido como un jabón que hay que vender en la tele, especialmente en la tele, a base de mercadotecnia, publicidad y contrapublicidad. Un producto más a colocar, en este caso a los votantes y cada cuatro años, para, una vez vendido, olvidarse a un tiempo del producto vendido y del cliente. Para otros, la corona, con el ABC, el colorín de algún que otro periódico, la teleHermida y el HOLA, bastaba. Para los de más allá con no pagar el IBI en sus inmensas propiedades, con todos sus privilegios, reforzados ahora, en la enseñanza, con su afán por hozar la cama de los ciudadanos, también basta.
Y, mientras tanto, corruptelas y despilfarro aquí y allá, hacer negocios ruinosos con lo que es de todos, para beneficiar a unos pocos, los amiguetes. Estaciones de AVE sin viajeros, a mayor gloria de algún que otro terrateniente, hospitales que se pagan dos veces, "externalizaciones" a dedo de lo más suculento del plato, para dejar los huesos a la administración que deberían defender, sueldos en negro que se pagan con las comisiones que se cobran bajo cuerda por adjudicaciones infumables, viviendas de lujo, en Marbella o el Pirineo, para los tipos más sospechosos que han calentado escaños y sillones aquí y allá, un revoltijo, en fin, de basura difícil de tragar que algún día estallará en vómito, con toda esa furia acumulada, salpicando a unos y a otros, echando abajo la imagen de ese país que creímos ser, porque a algunos les interesó que lo creyésemos.
Un polvorín, eso es lo que somos. Un polvorín sobre el que se sientan estos tipejos que, si son tan listos como se creen, deberían saber que antes o después estallará.

No hay comentarios: