miércoles, 5 de diciembre de 2012

LA HERENCIA DE GALLARDÓN

 
 
Antes de nada quiero dejar constancia de que, si no me ocupo hoy de la última provocación de Wert a los catalanes ni mucho menos me preocupo, es porque hiede ya su estrategia de "llevarse el toro" de la opinión pública cuando al gobierno -paro, pensiones, déficit, sanidad, dependencia- le vienen mal dadas.
No me ocuparé ni preocuparé por Wert, al menos hoy, pero sí de quien se le acerca en la nómina de ministros peor valorados del Gobierno, y eso a pesar de contar con rivales de la talla de Cristóbal Montoro, Luis de Guindos o Fátima Báñez. Me ocuparé de Alberto Ruiz Gallardón y la herencia de deudas y carísimas chapuzas que fue dejando a su paso, primero por la presidencia de la Comunidad de Madrid, y, después, por el Ayuntamiento de la capital.
Que Gallardón tiene una concepción faraónica del poder está claro y que el gusto por el gasto, si es ajeno, en él es algo patológico. Por eso puso tanto empeño en soterrar la M-30 y en rescatar a su manera la ribera del Manzanares, convertida en un carísimo secarral polivalente, en el que los ciclistas lanzan sin orden ni concierto sus bicis a toda velocidad entre niños y ancianos que buscan con poco o ningún éxito un servicio público en el que aliviar sus vejigas. Por eso se gastó la millonada que se gastó en trasladar al palacio de Correos la sede del ayuntamiento, donde se montó un despacho digno de un presidente que apenas utilizó unos meses.
Sin embargo, no cumplió, pese a su tozudez su sueño olímpico, aunque sí fue dejando Madrid sembrando de chapuzas muy a su estilo farisaico, muy como sepulcros blanqueados, grandilocuentes por fuera y chapuceras por dentro. Probablemente ni siquiera nos hubiésemos dado cuenta del nivel de chapuza del rosario de recintos construidos para esos Juegos Olímpicos que quizá no lleguen nunca, de no ser porque alguien más chapucero que él y probablemente más codicioso, aunque es difícil encontrarlo, se empeñó en llevar hasta el límite la buena suerte que hasta entonces había acompañado al legado del hoy ministro de Justicia.
Cito la tragedia del Madrid Arena y no me cansaré de hacerlo en relación con Gallardón, porque fue él el que culminó las obras, ampliando el proyecto original y fue él el que, a sabiendas de que no podía obtener la licencia municipal para su venta a una entidad privada, porque incumplía la normativa de seguridad del propio ayuntamiento, desistió de venderlo, pero no subsanó las deficiencias que, la justicia lo aclarará, muy probablemente contribuyeron a la muerte de cinco jóvenes, mañana hará un mes.
Desde ese día, se han revisado muchos edificios propiedad del Ayuntamiento de Madrid y, además del Madrid Arena, se cerraron para su uso público otros dos tan significativos y tan utilizados como el Palacio de Congresos Municipal, sede de congresos de partidos y conciertos y el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo, escenario de numerosas ferias madrileñas. Pues bien, pese a la gravedad de tales medidas, al parecer no se tomaron todas las medidas necesarias, porque ayer se supo -lo contó la SER- que la Caja Mágica, otro espacio deportivo, previsto para tenis y otros deportes, del que ni la pista gustó a Nadal, tiene serias deficiencias de seguridad por estar desconectadas por no funcionar correctamente unas cuantas alarmas anti incendios, por el mal funcionamiento de varias cortinas cortafuegos, una de ellas arrancada de su anclaje, y por otra serie de deficiencias, como derivaciones de corriente en una piscina por filtraciones en las lámparas empotradas en el vaso de la piscina. Eso, a menos de un mes de ser sede del Mundial de Balonmano.
Pero no es en las canchas ni en los recintos deportivos donde se descuida gravemente la seguridad. Casi al tiempo que la tragedia del Madrid Arena, ocurrió otra en un tramo de la M-30, al producirse un incendio en el sistema de emergencia del túnel, un incendio que costó la vida a dos trabajadores de una subcontrata del ayuntamiento y que pudo haber sido mucho más grave, porque según los bomberos y los sindicatos, falló todo lo que podía fallar, desde alarmas a extintores y, lo que es peor las comunicaciones y la coordinación que cabría esperar de los responsables de emergencias del Ayuntamiento.
Esta es la parte de la herencia de Gallardón que afecta a la seguridad de los madrileños y quienes nos visitan, pero hay más y se evidencia a cada paso, por ejemplo en chapuzas como la del pavimento de la Calle Arenal, peatonalizada deprisa y corriendo para ponerse delante de las urnas, pero caro y tan frágil que cada dos por tres -yo pasó por allí todos los días- es necesario recomponer las baldosa, cada vez más fragmentadas por el paso y el peso de los numerosos vehículos que circulan por la calle peatonal con más tráfico del mundo.
No sé si será verdad lo que dicen de que, además de por pertenecer a la carrera fiscal, le dieron el Ministerio de Justicia a Gallardón para que no derrochase como hasta entonces. No sé si fue una buena idea, porque lo que no se gasta en el patrimonio de los españoles se lo está gastando en la calidad de su democracia y sus derechos. Y no parará hasta que LA RAZÓN le nombre "facha del año"
 
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