miércoles, 22 de agosto de 2012

IGUALDAD DESDE LA ESCUELA



Reconozco que, como a mi amiga Elisa, la noticia, que abre la edición digital de EL PAÍS me ha llenado de satisfacción, porque que el Supremo haya rechazado los conciertos en los colegios que segregan por sexo, o, lo que es lo mismo, el Supremo impide que con mis impuestos y los de todos los ciudadanos se financien proyectos educativos sexistas y retrógrados, no puede ser más que satisfactorio para quienes creemos en la igualdad y el progreso.
Sería absurdo, especialmente en un momento de crisis y recortes como éste, que un sólo céntimo de los contribuyentes fuese a parar a la caja de esos setenta colegios que en la actualidad separan a niños y niñas en sus aulas, setenta colegios que, si no todos, en su mayoría pertenecen al Opus Dei.
Los que nos hemos educado en colegios masculinos o femeninos y hemos llevado a nuestros hijos a colegios e institutos donde no existe la segregación conocemos muy bien el gran avance que supuso para la formación integral de los alumnos poder educarse y crecer juntos niños y niñas.
No digamos ya lo que supuso la integración fuera de las grandes ciudades, donde aún pueden verse en los colegios nacionales los pabellones separados perfectamente señalados con rótulos o placas que rezan "niños" y "niñas".
Un niño o una niña que no tiene la oportunidad de comprobar desde los primeros años en la escuela que niños y niñas, pese a sr distintos, son iguales, crecerá con ideas equivocadas sobre muchas cosas y, sin duda, será más vulnerable a otras muchas.
De todos modos, no quiero dejar de señalar que la satisfacción que me produce la noticia en modo alguno es plena, porque las sentencias de la Sala IV del Supremo no entran en la bondad o maldad de la segregación, sino que se limitan a señalar la imposibilidad de aportar fondos públicos a centros que no respetan la constitución a la hora de admitir a sus alumnos, discriminándolos por razón de su sexo.
Estaría mucho más satisfecho si el Supremo hubiese tenido que decidir sobre la prohibición a los padres, fuese cual fuese su nivel económico, de marcar a sus hijos e hijas enviándoles por separado a la escuela. Pero eso es sólo un sueño, porque, en la mayor de las incoherencias y de los absurdos, al respetarse su derecho a elegir centro para sus hijos, se consagra el sistema de clases y se condena a los segregacionistas pobres a escolarizar a sus hijos en centros en los que no se discrimina a niños y niñas. Con lo bonito y lo práctico que es que niños y niñas compartan granos y frustraciones.


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1 comentario:

Marisa dijo...

La naturaleza del yin-yang. La tristeza es que esta decisión del Supremo haya sido motivada por la crisis económica y no por la crisis del sentido común.

Un abrazo.