Hay gente, conozco a más de uno, que se entregan demasiado a
los libros, tanto que viven su vida en torno a ellos y, a veces, acaban
construyendo su vida con los retazos de realidad inventada que sacan de ellos,
y eso, que entraña un grave riesgo cuando las novelas son la fuente de vida,
Alonso Quijano, por ejemplo, se convierte en algo letal cuando lo que se trata
de construir parte de textos teóricos, sin una gota de vida, manuales
revolucionarios superados por la Historia las más de las veces, cuando no
todas.
Lo malo es cuando la teoría revolucionaria se pone en la
marmita junto a fantasías sangrientas como "Juego de Tronos", cuando
se acaba conversando con leños encendidos y cuando se es de gatillo fácil para,
a las primeras de cambio, se convoca una consulta a los inscritos, lo mismo
para la compra de un chalé, el alicatado de la cocina o, el caso que nos ocupa,
el acuerdo a imponer, un "sindiós" en sí mismo, a Pedro Sánchez para
formar por fin un gobierno en España.
Todo esto me viene a la cabeza cuando tengo que asistir, por
segunda vez en menos de tres años, a una misa negra oficiada por el líder de
Podemos, en la que el objeto de sacrificio va a ser otra vez la posibilidad de
un gobierno progresista en España, al tratar de imponer, desde sus 42 escaños,
cómo y con quién debe gobernar el PSOE, con casi tres veces más diputados en el
Congreso, primera fuerza y muy por encima de sus perseguidores, de los que el
partido cada vez más de Iglesias es sólo la cuarta fuerza y en claro descenso.
Iglesias se siente el dueño del juguete, porque de los
partidos que pueden aportar sus votos a Sánchez, el suyo es, lógicamente, el
más deseado, pero olvida que sus votos no son los únicos y ni tan siquiera son
suficientes para gobernar. Se siente dueño del juguete y, como esos niños mal
criados que todo lo consiguen con una pataleta o un numerito frente a "las
visitas", está dispuesto a lanzarlo por los aires si no se atiende a sus
caprichos, por muy disparatados que sean.
Alguien debería decirle al profesor de políticas que España
no es un país en el que una revolución pueda triunfar a corto plazo, entre
otras cosas porque los españoles somos cada vez más difíciles de movilizar,
quizá con razón, porque pensamos que en una imprevisible revolución es más lo
que se podría perder que lo que podríamos ganar, y lo que plantea Podemos, dada
la relación de fuerzas del Congreso sólo sería posible mediante una revolución.
He dicho muchas veces, y lo repito, que Pablo Iglesias,
después de haber pasado por el Parlamento Europeo y por el Congreso debería
saber que no todo es tan fácil de manipular como una asamblea de facultad ni
todo es tan sencillo como montar una performance que llame la atención de los
medios de comunicación, tampoco que el electorado sea tan dócil como la
audiencia de su programa "La tuerka" o el conjunto de los "inscritos",
demasiado manoseado en consultas mayor gloria del propio Iglesias.
Queda lejos ya aquel Podemos de las primeras generales, en
el que todo era armonía, canciones más o menos revolucionarias, abrazos y
"danzas rituales" sobre el escenario de los mítines. En estos años,
Podemos ha ido dejando de conjugarse en primera persona del plural, para
hacerse en singular, él o ella, que deciden mientras los demás asienten o se
van si no lo hacen. De aquel Podemos queda ya poco. Ha perdido lo más brillante
de su gente, todo aquel que podía eclipsar el brillo o la opinión del líder ha
acabado saliendo, por las buenas o por las malas del partido.
Sin embargo, Iglesias sigue empeñado en imponer sus ideas y
su estrategia de manual no sólo a su cada vez más mermado partido, sino que
pretende hacerlo a todo el país, como si nuestro país fuese, no ya una república
bananera, sino el San Marcos de la película de Woody Allen. Está claro que el
líder de Podemos padece de sordera y miopía, sólo así tendría explicación que
desde un partido cada vez más monolítico, pero a la vez más pequeño y débil,
pretenda imponer su programa y los nombres de algunos ministros al
"idiota" -el que dice o hace idioteces- de Sánchez. Allá él, si
tenemos que volver a vernos en las urnas. Allá él y allá todos nosotros.
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