jueves, 27 de septiembre de 2018

EL QUE SE OFENDA, QUE SE RASQUE



Dicen los preceptos católicos, incluso creo recordar que así figura en alguno de sus rezos, que hay que perdonar las ofensas ¿o sólo son las deudas? Ya no lo recuerdo, pero me da la impresión de que los católicos ni una cosa ni otra.
No soy partidario, los que seguís este blog lo sabéis, de la excesiva gesticulación de Willy Toledo, a punto de ser juzgado por blasfemia ¡en pleno siglo XXI! lo que no implica que le quite la razón en el fondo de su protesta ni, mucho menos, en que hay que defender su causa ante la Inquisición 2.0 que parece haberse atrincherado en los tribunales españoles, una inquisición que da cobijo a cualquiera que pretenda sentirse ofendido por el motivo que sea, un cobijo al que se apunta lo más carca y retrógrado de una sociedad que pretendemos moderna y curada de tabúes y supercherías.
Curiosamente, la ofensa es un sentimiento que se conjuga en reflexivo: "me siento ofendido", dicen quienes se acogen al "sagrado" de los tribunales, sin pararse a pensar que, a muchos, entre los que me incluyo, nos ofende que ellos se ofendan. 
No ofende quien quiere sino quien puede, se dice y, desde mi modesto parecer, creo que sólo ofende quien cree en aquello que se ofende, porque qué mérito tiene para un ateo cagarse en cualquier dios, si da por sentado que los dioses no existen: ninguno. Si alguien se siente ofendido, la cosa se reduce a que alguien se escandaliza porque cree que quien presuntamente le ofende debería tener las mismas o parecidas creencias que él.
Yo, que soy de ciencias y no creo en dios, me siento ofendido por quienes, como el pequeño cardenal Cañizares, dicen que "la unidad de España es obra del espíritu santo", una paloma en la iconografía de los creyentes. Acaso no tengo derecho a sentirme ofendido por tanta superchería que desasosiega a mi inteligencia. 
Los antropólogos hablan de hechos culturales y piden, sin imposiciones, respeto para esas creencias y esos ritos. Yo me limito a contestarles con nombres, Galleo Galilei, Miguel Servet, Giordano Bruno o el mismísimo Charles Darwin, que ofendieron, todos, el orden establecido por unos pocos hombres, muchos de ellos corruptos, pederastas, asesinos o encubridores de corruptos, pederastas o asesinos y, por ellos fueron perseguidos, ellos y sus obras, a veces hasta la hoguera.
Espero que las exageraciones de Willy no le lleven a la hoguera de una condena. Espero que, al fin, tenga razón y su sacrificio, su calvario judicial y mediático sirva para abrir de una vez por todas el debate sobre el anacronismo medieval que supone que en el país del AVE y los trasplantes, el país que tiene, casi, una universidad en cada ciudad importante, el país que tienen un ministro astronauta que tiene un chalé en la costa a nombre de una sociedad mercantil, la blasfemia pueda, aún, llevar a un ciudadano a la cárcel.
Ojalá no me equivoque y, en una u otra instancia, el juez y los abogados que denunciaron a Willy acaben quedando en evidencia como ya quedaron quienes encarcelaron a los titiriteros de Granada y que la perversa "ley mordaza" que levantaron como una empalizada apara defender lo suyo, creencias y chanchullos, contra la libertad de expresión y la razón, los ministros ultracatólicos de Rajoy, acabe derogada y, a partir de ahí, el que se ofenda que se rasque.

2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Buen artículo ...

Saludos
Mark de Zabaleta

Unknown dijo...

Lo mas dificil en esta vida es "el saber estar"...