Si me preguntasen por un rasgo de la personalidad de los
políticos, los nuestros y los de países como el nuestro, creo que mi respuesta sería
ésta "el cinismo", porque el cinismo esa bendición divina que permite
a alguien decir que brilla el sol mientras llueve o llamar día a la noche
adorna a los más de entre ellos.
Cinismo fue lo que exhibió Mariano Rajoy en su entrevista de
ayer en Onda Cero, cuando dijo desear el juicio que se está celebrando contra
los responsables de la trama Gürtel, cuando, como le recordó el periodista
Carlos Alsina, todo el mundo sabe que los abogados del PP pidieron sin éxito la
nulidad del proceso. Y más cínico fue cuando aseguró que no lo sabía, porque no
se ocupa de esas cosas, ni siquiera cuando le insistieron en que el abogado
obedece las instrucciones de su cliente que no es otro que el partido que
preside Rajoy.
Cinismo es también lo que alimenta a la presidenta andaluza,
Susana Díaz, que continúa sin admitir a día de hoy sus intenciones de hacerse
con la secretaría general del PSOE y la de compatibilizarla con la presidencia
de Andalucía, mientras el ínclito Ferreras, su cuñado mediático machaca y
desmonta en cuanto tiene ocasión a sus rivales Patxi López o Pedro Sánchez.
Cinismo, el del número dos de Esperanza Aguirre en el
ayuntamiento de Madrid, Íñigo Henríquez de Luna, que se descuelga ahora, porque
le conviene a su mentora, con que no deben recaer en la misma persona la
presidencia del partido y del gobierno, en clara alusión Cristina Cifuentes, a
la rival de su "jefa", dejando claro, por si acaso, que el jefe
Supremo, Mariano Rajoy, el que da el visto bueno a las listas electorales,
queda fuera de su recién descubierta regla.
Cinismo ha sido durante meses la lucha soterrada por el
poder en las filas de Podemos, mientras se nos hacía creer que el partido era
una balsa de aceite, que todo era un invento de la canallesca, como se
denominaba a la prensa en el franquismo, forzando los abrazos y las fotos de
familia y vistiendo de elogios al rival -ahora mismo escucho a Pablo Igleias,
haciéndolo- lo que no son más que insidias sarcásticas.
Todos los políticos, de uno u otro modo, antes o después,
caen en el cinismo. Pero si he de señalar al campeón del cinismo, creo que no tendría
más remedio que coronar a Alberto López Viejo, que inició su carrera en el
ayuntamiento de Madrid con apenas veinte años, que pronto se hizo con la
suculenta concejalía de Limpieza y que llegó a suceder a Francisco Granados en
la consejería de Presidencia de Aguirre, en la que, por lo declarado ayer en el
juicio del caso Gürtel, no asume responsabilidad alguna, porque, según él, la
última palabra la tenían en todo los técnicos. Lo decía mientras se negaba a
declarar sobre su el notable incremento de su patrimonio o sobre las cuentas a
su nombre existentes en Suiza.
Todo, con la soberbia del que se subió a un coche oficial
con veinte años y nos e ha bajado de él en décadas. Soberbia que le llevó a
tratar de imponer sus juicios de valor al tribunal o a "regañar" a la
fiscal del caso. Pero, siendo toso esto escandaloso, se queda pequeño ante la
guinda que mejor ilustra el cinismo del que os hablo y que no fue otra que
negar su amistad o conocimiento del capo de la trama, Francisco Correa, cuando
todos le hemos visto en el "Carmen" con Ana Aznar, Alejandro Agag,
con "el bigotes" y las respectivas esposas, cruzando el Estrecho,
para tomar una caña en la otra orilla, O sea, la Gürtel en estado puro y al
completo. Nda que ver con otro acusado, el número de Jesús Sepúlveda, ex marido de Ana Mato, al que las lágrimas y la congoja por su vida destrozada no dejaron hablar.
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