¿Recordáis, supongo que sí, aquel vídeo que
realizaron los publicistas del PSOE para la campaña de las generales de 1996,
aquella que Felipe González no quiso disputar, para no perder ante su odiado
Aznar? Eran otros tiempos y, probablemente, aún era otro el PSOE. Aquél vídeo
fue muy criticado, porque, en él, aparecía varias veces, apenas décimas de
segundo, un doberman ciego y enfurecido, dispuesto a clavar sus afilados
colmillos en cualquiera que no fuese su amo. Yo sí lo recuerdo, y muy bien. Fue
un intento, casi patético, de asustar a los electores con la posibilidad de que
el PP llegase al gobierno. Pero llegó, con el apoyo de vascos y catalanes, los
mismos que hoy, para Rajoy y los suyos, son poco menos que merecedores de
anatema.
Fuimos muchos los que identificamos al perro de boca
amenazadora con Francisco Álvarez Cascos, por entonces ariete parlamentario del
Partido Popular, dispuesto a reventar cualquier intento socialista de, por
ejemplo, lograr la paz con ETA. Cascos, por aquel entonces más delgado y menos
abotargado que ahora, daba el tipo del doberman. Hoy, probablemente, de seguir
Cascos como portavoz del PP su imagen hubiese sido la de un rottweiler, más
compacto y fiero que aquel famosísimo doberman.
Viene todo esto a propósito de la intervención de ayer de
Rafael Hernando, en el último pleno de esta ya fenecida legislatura. Y viene,
porque, en su más pura tradición, el PP mantuvo como portavoz para ella al
correoso y bronquista diputado por Almería, Rafael Hernando, aún recordado en Guadalajara,
donde nació y fue conocido de joven como aguerrido extremista de la derecha,
que el orden de los factores no altera el producto. Y es que toda aquella furia
juvenil, aquel odio indisimulado a todo lo que tuviese aroma progresista,
aquella intolerancia manifiesta, le ha sido muy útil al PP, como lo fueron los
gurkas a los británicos en la guerra de las Malvinas, las tropas
"moras" a Franco o la no menos sanguinaria División Reich a Hitler.
Ya desde los últimos escaños del hemiciclo, Rafael Hernando
era el hooligan revienta plenos que, con sus broncas y pataleos, animaba, como ultra
sur en la Carrera de San Jerónimo, animaba siempre a los suyos y trataba de
acallar, también siempre, a los extraños. Algo que le dio fama entre los
diputados y la prensa que les siguen, gasta el punto de que, cuando, en la
pasada legislatura sustituyó al todavía ministro Alfonso Alonso como portavoz
popular en el Congreso, todos tuvimos claro que el partido de Rajoy, al que ya
le dimitían los ministros, se ponía las pinturas de guerra para lo que quedaba
de legislatura.
Y así fue, porque Hernando no tardó en sacar los pies del
tiesto, insultando y ofendiendo por aquí y por allá. Ofensas como aquella
canallada de decir que los familiares de las víctimas del franquismo sólo se
acordaban de ellas cuando había subvenciones de por medio. Una ofensa, una
canallada, por la que no mostró el menor arrepentimiento, más bien al contrario,
se reafirmó en ella, al insistir en que hubo víctimas que se lucraron con
las subvenciones. Y no fue la única, porque este súper pijo con ademanes de
asiduo a la taberna no ha perdido ocasión de mostrarse como el camorrista
faltón que es.
Ayer, probablemente para poner un broche de cualquier cosa
menos oro a su participación en esta tan efímera legislatura se mostró igual de
despreciable al acusar a Alexandra Hernández, la diputada de Marea, de hacer
una utilización política de las víctimas de la catástrofe ferroviaria de
Angrois. Y no sólo eso, porque, fiel a su habitual marrullería, acusó a la
diputada de Marea de ir codo con codo con los amigos de ETA, Todo ello, en actitud chulesca, con una mano en la cadera y apeándole el cargo al presidente Patxi López.
Y, todo, delante de una representación de los familiares de
los ochenta y un fallecidos, que, desde las gradas reservadas al público, se
indignaron ante las maneras de Hernando para rechazar la comisión de
investigación parlamentaria que reclamaban Marea y otros grupos, hasta el punto
de reclamar que no se les causase más dolor.
No cabe duda. Está claro que el Partido Popular defiende su
territorio con perros de presa que ladran al menor movimiento de sus contrarios
y que no dudan en dejar o al menos en intentar dejar la marca de sus colmillos
en la dignidad de quienes se atreven a ponerles en evidencia.