domingo, 16 de septiembre de 2012

 
 
Quiero que conste por adelantado que me ha costado mucho decidir el asunto sobre el que escribiría hoy. Os aseguro que lo que finalmente estáis leyendo se corresponde con mi primera intención, pero también os confieso que me he pasado u buen rato buscando alternativas, porque me daba un cierto pudor el hacerlo. He iniciado mentalmente unas y otras alternativas y todas y cada una vez que lo he hecho me ha parecido que me estaba y os estaba estafando, Así que, sin más preámbulos, me pongo a ello.
Lo que ahora mismo me preocupa lo dejo claro en el título de esta entrada. Efectivamente, estoy muy decepcionado por el resultado de la Marcha hacia Madrid, una cita a la que, como decenas de miles de ciudadanos, creí que no podía faltar. Lo primero que sentí cuando me encaminaba a uno de los puntos de partida de la marcha fue mucho desconcierto, porque nadie sabía a qué hora comenzaba y a qué hora concluía la marcha. Es más, no noté, ya desde mi barrio, ese movimiento de banderas, pegatinas y pancartas enrolladas tan habitual en las grandes ocasiones. Pero no, no lo había. Es más, mucha gente se preguntaba cuando veía alguna de las escasas camisetas reivindicativas si es que había alguna manifestación.
Lo malo, lo peor de todo, es que la gente joven, a esas horas, a las diez y media de la mañana estaba durmiendo después de una larga noche. Y os aseguro que, en tiempos como estos, buscar la salida a la desesperanza y a la angustia de ser joven y no tener futuro es lo mejor que se puede hacer. A esas horas, había también una parte importante de trabajadores aprovechando la mañana para hacer la compra semanal y qué sé yo cuántas cosas que quienes tienen la suerte de tener una jornada laboral, digamos "normal", no pueden dejar de hacer.
Qué quiero decir con esto. Quiero decir que ha habido un enorme error de cálculo en la convocatoria. Quiero decir que han obrado con cabeza de militante organizado, pensando más en cuántos autobuses se podían traer a Madrid, cuánta gente de fuera de Madrid se podía movilizar o cuántas camisetas había que repartir, que en atraer a todos esos indecisos, a todos esos "relativamente concienciados", a todos esos agravados por el gobierno con que se querían medir las fuerzas.
Se pensó de esa manera y estoy seguro que ninguno de los militantes ni de los autobuses calculados dejaron de estar en los alrededores de Colón, Sin embargo faltó ese otro importante número de ciudadanos que, de haber tenido clara la convocatoria, de haber estado prevista para la caída de la tarde, porque en qué cabeza cabe convocar una concentración a las doce del mediodía, a pleno sol, sobre el asfalto de un Madrid a treinta y tantos grados de temperatura.
Espero que los organizadores hayan aprendido la lección y, si vuelven a convocar algo similar, que, sin duda, habrá necesidad de hacerlo, lo hagan teniendo en cuenta todas estas circunstancias. Ayer eché de menos a los jóvenes y eché de menos a las familias completas de otras ocasiones. Yo esperaba ver toda la Castellana llena a reventar y lo único totalmente ocupado eran las sombras de los bulevares.
Pero lo peor de todo es que cuatro días antes más de millón y medio de personas abarrotaron las calles de Barcelona y una y otra manifestación no admiten comparaciones.
Repito que faltaron los jóvenes y las familias y, como muy bien sabe la derecha, en las elecciones, esa gente es la que da y quita las mayorías
Siento haber sido tan sincero, pero creo que me lo debía y os lo debía.
 
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1 comentario:

Marisa dijo...

Gracias, Javier. Permíteme que yo te agasaje con la misma sinceridad. Aunque lo que vaya a escribir sea impopular entre discursos, más entregados a la belleza de la dialéctica, embriagados por la demagogia facilona. En la red y entre cafés, leo, escucho y callo. Callo por no ser impopular, pero no leo y escucho más que revolucionarios de salón.

El día de la Diada, y aquí recuerdo la columna de Jesús Moreno Abad, en su lúcido Principio de Incertidumbre de Público.es: las calles de Barcelona se llenaron de personas que caminaban junto a los mismos políticos “que votan y les cierran los quirófanos y les cobran por el tupper en el comedor público de la escuela. Y es que si nos cierran los hospitales, al menos que el precinto de la cerradas puertas tenga el color de la senyera.”

“Los jóvenes a las diez y media de la mañana estaban durmiendo después de una larga noche”. Claro, es que toda manifestación que se precie ha de ponerlo fácil, si es posible coronar el evento con un after. Y aquí recuerdo las palabras de Manuel Cuesta en una entrada que titulaba ¿Cultura o cervecita?: “Queremos salir de la crisis pero… ¿Estudiar inglés? ¿Yo? Uy, ¿Pa qué?...”

Tenemos ínclitos personajes que arengan a las masas a la sublevación con guionizadas y emotivas palabras twitteadas a los cuatro vientos y hasta con algún video de apoyo y simpatía a la causa, de allende los mares, sintiendo no poder estar en esa ocasión, ni en otras, a ras de asfalto. E incluso molestos porque otras celebridades no manifiesten abiertamente sus ideas, como ellos. Cuando lo único que hacen desde su privilegiada atalaya es utilizar palabras “despertar”, “resistencia”, “urgente”, “necesario” que “a fuerza de ser usadas, acaban vacías” como decía Nietzsche y recordaba Manuel.

Así es, Javier, la incertidumbre es a la especulación, lo que la humedad a los hongos. Y el que más o el que más, aprovecha el tirón.

Leer. Leer para formar cabezas. Para pensar por uno mismo. Para tener tu propio criterio. Saber, para que no te engañen y si lo consiguen, ponérselo difícil. Pero en un país donde la tristeza de un futbolista es noticia y la sangría de un bello animal en una plaza es arte, lo difícil es conseguir vender un libro.

Un abrazo.