Por un momento, hoy me había resignado a tener que escribir
de nuevo del "calvario" judicial que está viviendo la hija menor del
rey por la mala cabeza, en principio de su marido y quién sabe si también suya.
No deja de ser una lástima que una pareja que se las prometía tan felices
y que ya había superado el estatus social del que provenía, una pareja que
había cambiado un bonito piso en Barcelona por un chalé de ensueño en el barrio
de Pedralbes, con su correspondiente hipoteca de infarto, tenga que replantearse
su vida al borde de la cincuentena porque, también a ellos, les ha golpeado la
crisis, privándoles de su principal fuente de ingresos, ahora que, después de
años de yates, carreras de Fórmula 1, calatravas a cuál más igual y más caro,
congresos, viajes, regalos y demás zarandajas, las administraciones han cerrado
el grifo de los dispendios.
Nada que ver la vida que han llevado con la de quienes
han nacido después y de cuna más baja, que también se las prometían felices y
que contaban que, con su propio esfuerzo y el de sus padres, les correspondería
una vida segura y más fácil que a que llevaron sus padres, trabajando en
aquello para lo que tenían vocación y se habían preparado sobradamente. Mucho
menos con quienes ni siquiera tuvieron acceso a esa formación. A unos y
otros no les está permitido soñar con una casa propia, mucho menos en el
lujos Pedralbes, tampoco un trabajo con el que evitar enfrentarse cada
mañana al no futuro que la avaricia de unos y la nefasta gestión de otros, que,
por cierto, colocan bien colocados a sus hijos, les ha dejado como escenario.
Creí que me vería obligado a un nuevo capítulo del drama de
doña Cristina y mientras rumiaba con desgana la obligación autoimpuesta de
hacerlo he escuchado -siempre escucho la radio- a alguno de los organizadores
de las concentraciones que, bajo el lema "No nos vamos, nos echan"
pretenden reunir mañana día 7, a las siete, en un montón de ciudades de España
y algunas en el resto del mundo a los jóvenes que se ven obligados a buscar
fuera de su tierra el futuro por el que tanto han luchado ellos y, en
ocasiones, sus padres.
Tengo una hija de esa edad de la que hablamos, con dos
licenciaturas, con experiencia laboral aquí y en el extranjero, mucho
mejor preparada de lo que yo, sin ninguna experiencia, lo estaba a su edad
y que, sin embargo, en lugar de tener ante sí un futuro por construirse, se ve
obligada -y da gracias por ello- a llevar a cabo trabajos tan cualificados
como mal pagados, al tiempo que pone en marcha, con unas cuantas colegas, su propio
proyecto profesional del que apenas esperan, en el mejor de los casos, un
trabajo digno, orientado a las que son su formación y su vocación, y un
salario de subsistencia.
Pese a ello, mi hija, su madre y yo podemos considerarnos
afortunados. Mi incapacidad, después de muchos años de cotización, me ha dejado
una pensión decente, con la que, sin demasiado esfuerzo, puedo cubrir algunas
carencias que el Estado ha dejado en su camino. Así, vaya paradoja, de esa
pensión están saliendo las cuotas a la Seguridad Social que le van a
permitir "rescatar" los dos años de vida laboral consumidos mientras
trabajó con contratos de prácticas para una empresa estatal. Además, su madre
trabaja, con lo cual y de momento, los tres tenemos cubierto lo imprescindible.
También, y tiene más importancia de la que parece, a mi
hija el paraguas familiar, del que nunca ha abusado, le permite y le ha
permitido decir no a ofertas laborales que no pasaban de la estafa o el
insulto a la dignidad. Pero, pese a todas esas dificultades y paradojas de las
que os hablo, el caso de mi hija puede considerarse afortunado, porque el de muchos
que comparten con ella edad y formación es muy distinto y, por desgracia, mucho
más desesperanzado.
Nos han engañado. Han desmontado ese decorado de anuncio de
operadora telefónica en el que nos hicieron creer que vivíamos. Por eso, los
mejores se han ido. No porque quisieran, no por ese insultante espíritu
aventurero que eles atribuyó la responsable de migraciones de este torpe
gobierno que nos ha tocado. Simplemente, porque tienen derecho a vivir y a
crecer. Las familias y el Estado hemos consumido muchos recursos. Hemos
aconsejado a nuestros hijos el estudio y el sacrificio, para, ahora, tener
que verles así. Por eso, nos vemos obligados a aconsejarles que tiren por la
borda todo ese esfuerzo y busquen fuera lo que aquí no les damos, con el dolor
de que, fuera, se están quedando con lo mejor de cada casa, esta vez sin
comillas ni ironía. Mientras, aquí, en su país, los hijos de muchos hijos de... seguirán poniendo sus ilustres culos en los sillones de cuero desde los que se está arruinando el futuro a nuestros hijos.
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