Cuando todavía resuenan en mis oídos las palabras de los
ministros De Guindos, Montoro o Báñez -Rajoy no habla si no es para decir
perogrulladas y frases vacías- que hasta ayer, como quien dice, nos hablaban de
que la salida de la crisis ya estaba aquí, aunque, eso sí, han cambiado
tantas veces de trimestre y de semestre que, a estas alturas, es difícil
saber qué diantres querían decir.
Cuando los oigo soltar tanta palabrería tengo la
sensación de que son como esas monjas y capellanes que, en algunos hospitales,
se pasan las horas diciendo las mismas frases vacías y dando las
mismas palmaditas en la espalda a los familiares del enfermo, cuando de lo que
están más necesitados es de médicos y certezas.
Desde que llegaron al Gobierno, por no remontarme
a aquellos años de oposición, que parecen ya tan lejanos, o a su
programa electoral, no han acertado ni una. Y eso da que pensar, porque ¿no tiene
la derecha española a nadie más brillante -lo único que que brilla en esta
gente son sus calvas, en el caso de ellos, y su frente, en el de ella-
para ocuparse, en una crisis tan terrible como ésta, de ministerios tan
cruciales como los que ocupan. Da que pensar y me preocupa, porque tengo la
sensación de que son poco más que los palanganeros de quienes realmente
mueven los hilos de "nuestra" economía y se están forrando, mientras
los españoles somos como pueblo y uno a uno cada vez más pobres en riqueza y en
derechos.
Alguien con más decencia que ellos ya se hubiese ido. No
tienen vergüenza, porque nos engañan con descaro y pretenden hacer otro tanto
con las instituciones europeas. Pero ya se sabe lo del mentiroso y el cojo y a
estos se les pilla en la misma línea de salida, por más que maquillen la
palabras y vistan de seda la realidad. Nos dicen que vamos a crecer, cuando, en
realidad, nuestra economía está en caída libre. Hacen previsiones que son
más propias de un ludópata acosado por las deudas que busca desesperadamente
sacar al primer incauto unos cuantos euros, convencido de que le va a cambiar
la suerte.
Pero no. No es una cuestión de suerte. Su labor tendría que
basarse en un conocimiento exhaustivo de la realidad. Pero a ellos la realidad
les viene grande e incómoda, prefieren esconder unas décimas por aquí, unos
miles de millones de euros por allá, mezclarlos con sus deseos
para obtener proyecciones irreales de estadísticas irreales y
contarnos una y otra vez lo que saben que no nos va a pasar.
No es de extrañar esta actitud de quienes llevan décadas
maquillando cuentas, simulando despidos, mintiendo en sus programas y
desbaratando los sueños de la mejor generación que ha dado este país y que,
ahora, no tiene derecho a soñar con vivir como lo hicieron sus padres. No sé en
qué va a acabar esto, pero -de verdad- ayer eché de menos un presidente de
república que luchó contra Mussolini y los nazis, capaz de abroncar a los
políticos -todos- incapaces de dar salida a la crisis política, hija de la económica,
que vive Italia. Pero lo que tenemos aquí es un rey campechano y enfermo,
al que los problemas le crecen y no es capaz de dejar de ser el tapón que
atasca las soluciones.
Mientras tanto, sin que sepamos por qué, nos mienten.
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