En las próximas semanas nos vamos a hartar de oír
hablar de nuevo sobre el aborto. Cierto es que se debate dentro del Partido
Popular el sentido de la reforma que Gallardón anunció para la regulación
en la legislación española de la interrupción voluntaria del embarazo, pero,
por más que insistan unos y otros, éste no es un debate que en absoluto esté en
la calle. Y menos en las circunstancias que hoy vive la sociedad española, con
decenas de miles de parejas angustiadas ante la imposibilidad de no poder hacer
frente a un embarazo ni mucho menos a la llegada de un hijo.
Bien es verdad que la reforma del aborto, reclamada la
pasada semana por Rouco, no sería más que el segundo plazo de la deuda
contraída por el PP con la iglesia católica a cambio de las movilizaciones que
ésta llevo a cabo durante los mandatos de Zapatero, dándole ese marchamo
ideológico y "moral" del que carecía ante las clases populares.
El primer plazo, con el control casi absoluto que el ministro Wert ha dejado a
la iglesia, tanto en el plano ideológico, como en el meramente empresarial,
está de sobra pagado y ahora toca hacer entrega del segundo.
Personalmente, no creo que el ministro de Justicia, la
secretaria general del partido o alguno de sus portavoces más vociferantes,
actúen en su vida privada como pretenden hacernos creer que actúan en público.
Es la misma canción de siempre haz lo que digo y no lo que hago, aquello tan
viejo de que, si la izquierda siempre se pierde por la cartera, la derecha lo
hace por la bragueta. Pero, al grano, lo que quiero decir es que, más allá de
las cada vez más desoladas iglesias o las aulas de los colegios más
integristas, el debate sobre al aborto no existe y que, si ahora se resucita,
es porque a unos y otros les interesa, especialmente al PP, que lo usaría como
pantalla y como banderín de enganche para volver a movilizar a ese electorado
que, con los recortes, el paro y los desahucios, quizá le haya visto las
fauces al lobo que esconden bajo su piel de cordero.
El PP está necesitando un rearme ideológico, ahora que lo
que la gente percibe de él es trágicamente palpable. Hablar ahora de la defensa
de la vida, de linces, de mamás felices y de bebés abortados le va a venir muy
bien. Incluso le puede servir de válvula de escape organizar sus propios escraches
ante las clínicas que practican -con todas las de la ley- los abortos. Se va a
sentir más joven y más próximo a la calle, aunque sólo sea su calle.
Y, mientras eso ocurre, la iglesia católica española se
colgará otra medalla por esta batalla tan fácil de asumir para quien es capaz
de hurgar en los cubos de basura de clínicas y hospitales para ilustrar sus
demagógicas y acientíficas campañas, mientras miran para otro lado y guardan un
interesado silencio cuando esos niños que pretenden "salvar" pasan hambre
y frío o son arrebatados a sus padres cuando pierden el hogar que les vincula a
la sociedad.
El del aborto es un falso debate, pero ¿algún debate
abierto por la iglesia es realmente interesante para la sociedad?
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