A algunos dirigentes del Partido Popular, como por
ejemplo su secretaria general, les gusta mirar al pasado para darnos
lecciones sobre el presente. Lo hizo María Dolores -qué acierto de nombre- de
Cospedal, cuando acusó de nazismo a quienes se plantaban ante los portales de
sus compañeros de partido para recordarles que podían hacer y no hacían nada
para evitar el drama de los desahucios y lo hacen todos y continuamente para
justificarse en diferido, acusando a otros gobiernos pasados de sus pecados
presentes.
Pues bien, a esos miembros del partido popular que tanto
gustan de mirar el retrovisor les recomiendo ver un documental tan sencillo
como terrible -Apocalipsis, Segunda Guerra Mundial- que reconstruye los
horrores de entonces utilizando las películas de aficionado que rodaron
soldados alemanes en sus campañas y las cartas que éstos enviaban a sus
hogares, junto a otras cintas que recogían la plácida vida cotidiana en la
Alemania todavía triunfante.
Algunas de esas imágenes son estremecedoras y no aptas para
estómagos sensibles, porque recogen con toda crudeza asesinatos, palizas y
humillaciones, especialmente a judíos. Sin embargo, de todos los testimonios,
el que más me ha afectado y que aún hoy al levantarme rondaba mi pensamiento es
el de un ciudadano polaco que mezclado con los invasores pudo filmarles en sus
horas de asueto, al tiempo que captaba la destrucción y muerte que
causaban. Un testigo de excepción que logró sacar sus películas de Polonia
y que más tarde relató que, cuando preguntó a un oficial alemán el porqué
de tanta destrucción y dolor, éste le dijo "tenemos que hacerlo",
para añadir que los polacos son muy orgullosos y no estaban dispuestos a
rendirse.
¿Tenían que hacerlo? ¿Tiene que causar tanto dolor y tanta
pobreza este gobierno? Evidentemente, en el caso de la Polonia arrasada, tanto
daño era innecesario, Alemania quería crecer y el cabo Hitler quería vengarse
de la humillación, posiblemente innecesaria, que siguió a la Primera
Guerra Mundial. Sólo eso, junto a la incapacidad para ver el dolor ajeno,
podía explicar, aunque no justificar, infligir tanto dolor a tantos. Y me temo
que el gobierno de Rajoy y su partido, en otra escala, también están en ese
aséptico e insensible "tenemos que hacerlo".
Cómo explicar, si no, que asistan impávidos a la mayor
destrucción de empleo de la Historia de este país, cómo entender que
no hagan nada por cambiar la maldita reforma laboral que ha abierto todas
las espitas para que las empresas se desprendan del "lastre" de
centenares de miles de trabajadores que, aunque sobradamente experimentados,
cometen el pecado de cobrar por encima de los sueldos de miseria que están
dispuestas a pagar. Eso explica en parte la cruel actitud de este gobierno,
está asediando y masacrando a los trabajadores, en activo o en paro, para que
se rindan y entreguen el país al capital sin escrúpulos, para el que una
herramienta, una máquina, un edificio o una fábrica valen lo que puedan sacar
por ellos, sin importarles para qué sirven o qué hacen.
España tiene ya seis millones doscientos mil parados y un
millón seiscientas mil de esas víctimas son víctimas de los bombardeos que, con
munición y armamento venidos de fuera, fundamentalmente de la intransigente
Alemania. ¿A qué espera este gobierno para hacer algo? ¿A que toda España sea
un mar de escombros, hambre y lágrimas? Ayer, Cáritas no pudo hablar más claro.
Pintó un desolador retrato del paro en España, que, como los bombardeos sobre
Polonia o Guernica -hoy se cumplen 76 años de él- ha dejado a familias sin
casa, niños sin hogar y una legión de muertos vivientes que han perdido el
futuro.
Seguramente hoy, cuando alguien, por fin, dé la cara para
explicar el desastre que han causado sus recortes y sus leyes, no creo que ese
alguien sea el cobarde Rajoy, repetirá eso de "tenemos que hacerlo".
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